viernes, noviembre 22, 2024
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Malpaís

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Si el pueblo inuit maneja un puñado de palabras para referirse con precisión a la nieve, los isleños tienen la suya para describir el paisaje que deja una colada volcánica: Malpaís, un vocablo cargado de muchos más matices que el universal lava, porque si alguien sabe de sobreponerse a un volcán, de no rendirse ni ante el suelo más yermo, ese es el canario. Sea en su patria chica o en la emigración.

Casi 338 hectáreas de malpaís -por el momento, porque la cuenta sigue subiendo-, será la huella que deje en herencia a La Palma el nuevo volcán de Cumbre Vieja sobre algunos de sus suelos más fértiles, una enorme capa de roca volcánica de doce y más metros de espesor que ha sepultando casas, cultivos, colegios, carreteras…

Cuando todavía el río de fuego sigue fluyendo por el Valle de Aridane, muchos se preguntan qué se podrá hacer con las coladas, qué ocurrirá con las carreteras, se podrá o no desenterrar tal o cual barrio o si quien tenía allí su vivienda podrá levantarla de nuevo en el suelo que aún le pertenece, pero encima de la lava.

El catedrático de Geología de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria José Mangas, experto en vulcanismo, reconoce que es «ciencia ficción» pensar en retirar del terreno una losa de roca de ese tamaño. Primero, porque el término losa quizás no sea el más acertado: las coladas de lava escoriácea -el nombre científico del malpaís- son terrenos irregulares, casi impracticables.

Un malpaís, maipez o maipéi, términos que abundan en la toponimia de Canarias, solo se pueden atravesar a pie… y a duras penas, con riesgo de romperse una pierna al menor descuido, como sabe bien los pastores viejos de Lanzarote, Fuerteventura, Tenerife, Gran Canaria… de cualquiera de las islas donde resulta sencillo encontrar esos tortuosos campos de lava y escoria.

ABRIRSE PASO A BASE DE DINAMITA

Abrir un paso puntual a una carretera a través de 300 o 400 metros de malpaís es algo factible, lleva tiempo pero se logra a base de dinamita y maquinaria pesada, apunta Mangas. Solo hay que darse un paseo en coche por los parques nacionales de Timanfaya o El Teide para comprobarlo. Pensar en restaurar un pueblo entero es inviable.

¿Y construir encima? Resulta muy difícil, porque la costra que recubre la lava se fragmenta, no ofrece una base firme. Y, además, ¿cómo se llegaría a esa casa, por dónde pasarían la canalizaciones de agua, el alcantarillado y demás servicios? Se necesita un genio como César Manrique para convertir en una casa lo que eran solo burbujas de lava (sumada a la sabiduría ancestral de los pastores que antes de César ya había transformado ese trocito de malpaís de Tahiche en un «taro»; es decir, en una choza o refugio).

Con carácter previo se requiere que la lava que sigue a 900 grados bajo la costra ya solidificada se enfríe, algo que no ocurrirá mientras el volcán siga alimentando la colada. Cuando cese la erupción, pasarán días, incluso semanas, hasta que no abrase.

Sin embargo, no todo lo sepultado por el volcán eran casas, también muchos campos de cultivo han desaparecido en El Paso, Los Llanos de Aridane y Tazacorte al quedar debajo de una colada o ser enterrados por toneladas de cenizas o de picón (lapilli).

¿Se puede cultivar sobre esos terrenos ahora? Depende. José Mangas recuerda que la degradación natural de un malpaís hasta que se convierta en suelo fértil puede tardar miles de años.

En este punto, conviene viajar solo unos kilómetros hacia el sur, sin salir de La Palma, hasta el Teneguía. «Los aborígenes canarios no vieron este paisaje, tampoco nuestros bisabuelos», recuerda un cartel en el mirador que permite contemplar ese volcán de 1971 y los suelos ganados al mar que regaló a la isla. «El panorama que aparece ante nuestros ojos es el paisaje más joven de España», enfatiza.

De la visita al Teneguía se extraen dos conclusiones: Que el Cabildo de La Palma tendrá que actualizar en breve su cartelería turística, porque un nuevo delta de 500 metros de ancho está naciendo un poco más al norte, y que apenas hay plantas que hayan crecido de forma natural en esos suelos volcánicos 50 años después.

EL SUELO MÁS JOVEN DE ESPAÑA

«Pasarán muchas décadas hasta que las plantas colonicen esos suelos, sobre todo los endemismos propios de las islas», explica a Efe Juli Caujapé, director del Jardín Botánico Viera y Clavijo, el centro de investigación de referencia para la flora de Canarias.

Pero no todo depende de largos procesos naturales que pueden llevar siglos. El hombre transforma su entorno y, en La Palma, lo saben bien: los terrenos ganados al mar por sus dos anteriores volcanes, Teneguía (1971) y San Juan (1949), están cubiertos de plataneras y algunas laderas de picón están salpicadas de vides.

Cultivar un viñedo sobre escoria volcánica puede resultar sencillo, si la capa no es muy gruesa. Basta excavar hasta llegar al antiguo suelo y sembrar allí. Las cenizas volcánicas harán que rinda más lo plantado, pero contra lo que algunos creen no fertilizan, explican Mangas y Caujapé, solo retienen la humedad. Esa técnica provocó toda una revolución agrícola (y demográfica) en Lanzarote en el siglo XVIII, tras la erupción del Timanfaya.

En cuanto a los suelos ganados al mar, con la Ley de Costas de 1988 pertenecen al Estado. Y transformar esas lenguas de malpaís en bancales de cultivo exige un esfuerzo descomunal: hay que cubrirlas de suelo fértil extraído de otro enclave, con el impacto ambiental que esa tarea genera en el lugar de origen de la tierra.

El catedrático José Mangas se pregunta de dónde se arrancarían las toneladas de tierra fértil necesaria para transformar los nuevos campos de lava en cultivos, «si la mitad de La Palma está protegida».

En otros tiempos, extraer tierra fértil de otro lugar de la isla, transportarla hacia una fajana como la que está creando ahora el volcán y cubrir con ella la colada constituía una de las faenas más duras y menos consideradas que uno podía desempeñar: sorribar.

«Si no quiere estudiar, mándalo a la sorriba», se decía de los hijos hace un siglo en varias islas. Malpaís. EFE

 

José María Rodríguez

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