jueves, noviembre 21, 2024
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Se cumplen 40 años del primer diagnóstico de VIH en España

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El Hospital Vall d’Hebron de Barcelona diagnosticó en octubre de 1981, hace 40 años, el primer caso en España de Virus de Inmunodeficiencia Adquirida (VIH) en un joven de 35 años que ingresó con varias infecciones y que acabó falleciendo: cuatro décadas después el sida ya no es mortal, pero aún no tiene cura.

El primer paciente con sida en España ingresó con dolor de cabeza persistente, lesiones de color púrpura y Sarcoma de Kaposi, un tipo de cáncer de piel provocado por un herpes virus, una enfermedad oportunista que aparece cuando el sistema inmunitario está en baja forma y que pronto se asoció al VIH.

El paciente había adelgazado mucho en los últimos seis meses y una vez hospitalizado, los dolores de cabeza fueron en aumento y una parte del cuerpo se le paralizó. Le hicieron un escáner y los médicos identificaron un tumor cerebral de tres centímetros que interpretaron como metástasis. Le operaron de urgencia, pero cuatro días después murió.

Así lo recuerda la doctora Carmen Navarro, entonces jefa de Anatomía Patológica de Vall d’Hebron, que fue la encargada de analizar el tumor y hacer la autopsia.

«En vez de células tumorales, encontré células parasitadas que asocié a una toxoplasmosis», explica por teléfono desde su casa de Vigo (Pontevedra).

«El examen microscópico confirmó que el paciente tenía toxoplasmosis granulomatosa. Era un hallazgo sorprendente porque se trataba de una infección que solo se daba en neonatos», ha destacado Navarro.

Este fue el primer caso de VIH descrito en España, pero también la primera vez que se asociaba la infección al cerebro por toxoplasma al sida.

«En el artículo que publicamos en la revista The Lancet, donde describíamos el caso, relacionamos el brote de sarcoma de Kaposi y otras infecciones oportunistas que habían aparecido entre la población homosexual en EEUU con la infección por toxoplasma. Este detalle fue determinante para diagnosticar el sida a futuros pacientes», ha resaltado Navarro.

En el artículo también recogían que el paciente, pese a tener pareja estable en el momento de la infección, había tenido relaciones durante un viaje en Nueva York en 1974 y en Turquía con un joven norteamericano, en 1980.

Igual que con la COVID-19 y otras enfermedades infecciosas, el estudio de contactos ayudó a afinar el diagnóstico.

Entonces, todavía no se había bautizado la enfermedad como Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida (sida) y aún pasarían dos años para que en 1983, el virólogo francés Luc Montagnier, del Instituto Pasteur de París y Premio Nobel de Medicina 2008, aisló e identificó el virus que estaba causando estragos, sobre todo entre la población homosexual.

«Los primeros casos se detectaron en hombres que tenían sexo con hombres, pero la enfermedad no tardó en aparecer en hemofílicos y drogadictos y no solo hombres, también en mujeres, niños y niñas», ha rememorado Magda Campins, actual jefa de Epidemiología de Vall d’Hebron, que empezó a trabajar en el hospital hace 37 años.

«Cada vez que se diagnosticaba un caso, hacíamos estudios de los contactos. El VIH era una enfermedad estigmatizada y comunicarlo a contactos y familia era muy duro. Tampoco era sencillo el papel de los sanitarios cuando no se sabía cómo se transmitía. La asociación de la enfermedad al colectivo homosexual y la homofobia estigmatizó a los pacientes, y la desinformación y falta de respuesta científica no ayudó a frenar el rechazo social», según Campins.

La epidemióloga insiste en que, pese a que las expectativas de vida de los pacientes con VIH han cambiado, hay que usar medidas para evitar la transmisión, y esgrime que en España se calcula que hay 3.000 nuevas infecciones cada año y 150.000 enfermos.

En 40 años, el sida se ha cobrado la vida de 35 millones de personas y aún cada año se infectan 1,5 millones de personas y otros 38 millones conviven con el virus, que aún no tiene cura.

«No se ha encontrado una vacuna porque el virus del sida cuando se replica en las células tiene una gran habilidad para crear mutaciones, hasta 6.000 veces más que un virus de la gripe, y esto dificulta encontrar una vacuna eficaz», ha explicado la investigadora en Enfermedades Infecciosas del VHIR María José Buzón.

Gracias a los tratamientos es una enfermedad crónica, pero todavía mueren 690.000 personas cada año en países de renta mediana y baja.

«Hasta 1987, que aparece el primer antirretroviral, AZT, un fármaco que impide la replicación del virus, no podíamos hacer mucho por los pacientes. Pese a que parecía que mejoraría su supervivencia, esta primera familia de antirretrovirales era muy tóxica y no es hasta 1996 que cambia la historia y pronóstico de la enfermedad, cuando aparece un cóctel de tres fármacos que revierte la mortalidad», ha resumido el jefe de Enfermedades de Vall d’Hebron, Vicenç Falcó.

Durante los siguientes diez años, el tratamiento funcionaba con inconvenientes: se tenían que tomar muchas pastillas, seguía teniendo toxicidad alta e interaccionaba con otros medicamentos.

En 2005, aparecieron tratamientos más eficaces y menos tóxicos. hasta que entre 2012 y 2015 apareció una nueva familia de medicamentos con baja toxicidad, fáciles de tomar y sin interacciones.

«Actualmente, nos encontramos ante una enfermedad crónica, con la que los enfermos tienen una supervivencia similar al resto de la población», concluye Falcó.

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