Comenzó un nuevo episodio sobre el melodrama del Madrid con un desengaño: Morata estaba en el banquillo. La prensa deportiva había prometido una alegría al pueblo, la titularidad del canterano; pero una vez más la geopolítica pasó por encima de las buenas intenciones. A Benzemá –que pasaba por allí- le han puesto el sambenito de chico del presidente, y será difícil que se lo quite de encima. La displicencia aprendida en la Banlieu – no son de este mundo esos muchachos- y su arrogancia de cara al gol, se lo pone difícil al Bernabéu, que está cerca de activar el run-run fatal. Y ciertamente, su tranquilidad pasando la mopa impacienta a cualquiera, y más a una nación exasperada de ante mano como la madridista. El absurdo que rige las decisiones de este equipo, quiso que cuando Benzemá cundía de verdad manejando los hilos en la media punta, pausando, siendo la claridad en zona caliente, encontrando socios y volcando el partido hacia la victoria, fuera sustituido por Jesé. Pero quien sigue sus pasos es Morata. Un chico con cara de bueno que está a dos clarines de escribir la sentencia del francés.
La anterior alineación del Madrid contra el Copenhague, había hecho sólido el discurso del equipo afinando la maquinaria en una dirección. Por tanto, Ancelotti decidió cambiarla. Así funcionan las cosas en este club. Los dirigentes tienen motivos poderosos para poner a prueba constantemente la paciencia del hincha: encauzar el odio y la rabia de un país en descomposición contra el único equipo Real. Entonces, Marcelo se quedó en el banquillo y salió Coentrao. Un futbolista que tiene prohibida la clase en cualquier lance en el que intervenga. Y así, ocuparon las zonas de mediocentro Khedira y Modric. Pareja mal avenida, interiores ambos y con tendencias que se contraponen con el buen gobierno. Este equipo necesita de un jugador que clave la bandera justo en el círculo central y que ordene al resto a su alrededor. O Xabi, o Illarra. No Sami, que viene y va, y nunca está, y si está no tiene talento para dar el primer pase. Jugador reactivo que se impone en los balones divididos, pero sin criterio para ser un hacedor. Y tampoco Modric, geniecillo flotante que aparece por todas partes para iluminar la jugada. Ducho robándole la cartera al conductor, pero incapaz de manejar a una turba cuando se introducen por el lugar del mediocentro.
Discurrió la primera parte átona, con un juego de trincheras donde estaba cómodo el Levante, y con sufrimiento indecible del centro del campo blanco para acarrear el balón a los figurones de arriba. Atrancada la maquinaria del equipo grande, Caparrós satisfecho no sacaba las manos de los bolsillos. No era el momento de los aspavientos. Fingía calma mascando chicle; taciturno, hombre trallado que lo ha visto todo y apenas confía en la justicia. Caparrós, al que un informe negativo de asuntos internos mandó a provincias. Allí hace su trabajo. Destila equipos tensos que llegan al gol por el atajo que más le duele al Madrid. Un balón que sobrevuela, la pelota que queda muerta y botando al borde del área, y un hombre negro que ejecuta el disparo. Diego López salvó la cara la primera vez.
Necesita el Madrid un tiempo largo para carburar, ordenarse a sí mismo, y que las piezas engarcen. Hace falta llegar vivo a ese momento, y hace falta que esté Marcelo. Fue salir Coentrao y llevarse con él los malos augurios. El Madrid tenía el partido en el pantano. Un empate inservible. Un gol hecho de contraataque y saña de Babá,y la respuesta fulminante de Ramos, tocado en su orgullo, rematando un córner pasada la portería, donde sólo llegan los tipos que están más allá de la razón. Ramos, que cuando comete falta en campo contrario, lo vemos corriendo hacia atrás hablando alto, como si dialogara con los mitos del Madrid y sólo a ellos tuviera que rendir cuentas.
Di María seguía en modo automático, colgando balones a zona de nadie, pero ya Marcelo había inclinado el campo hacia su equipo. Le es suficiente con plantarse en tres cuartos y ofrecerse a los demás. Aparecen las triangulaciones, saca la cabeza Benzemá, Isco recibe de cara y los desmarques de Cristiano cobran sentido. Ancelotti comprobó que todo iba bien y decidió atorar él mismo la máquina. Sacó a Isco y metió a Morata. Las pulsaciones del equipo descendieron una octava. El 4º árbitro levantó con un gesto histérico el cartel con el dorsal de Benzemá y el francés agachó la cabeza como si entregara las armas. Chocó la mano con Carlo con un gesto lastimero que presagia un mal final. Otro niño abandonado en el bosque, o un cadáver en el maletero. Son muchas las formas de hacerlo.
El partido entró en un túnel sin salidas laterales, con el centro ocupado por el Levante. En el min. 86 sucedió lo que parecía la puntilla. Una llegada selectiva, una mano blanda de Diego, la extraña parsimonia de nuestra defensa y el gol del mestizo contra el Madrid.
Del centro del bar se habían apropiado los antimadridistas. Sólo eran dos, pero ocupaban todo el espacio con sus razonamientos cachazudos. Desde atrás, en el rincón oscuro, un hombre hacía el signo español del dinero moviendo los dedos con desprecio. El madridismo divagaba sobre los porqués inefables de este equipo cuando Jesé se decidió. Dos regates en zona de media punta y un regalo a Varane que de primeras metió un pase de 4 metros cargado de razón entre tanto disparate. La pelota llegó a Morata que estaba en el sitio donde pasan las cosas. No hubo filigrana ni jugada parida de tacón. Un movimiento de delantero centro, seco, elástico, control orientado y remate a la esquina. Tuvo el sonido de la virtud. Los antimadridistas se revolvieron inquietos previendo el terremoto que se acercaba. Decidieron los jueces 4 minutos más de prórroga, justos, pero que hirieron la memoria de los caídos contra el Madrid. Sólo cabía esperar una rendija en el bombardeo final. Y fue otra vez Morata el que se regateó a sí mismo hacia atrás hasta encontrar una esquinita libre. Allí estaba Cristiano, que golpeó la pelota con la ira de un club que lleva décadas sin ganar un partido jugando a la manera virtuosa. La rompió por la mitad, y aún tuvo que dar en el poste para burlar un poco más a los levantinos. Caparrós siguió mascando chicle, actor de carácter atado a un destino y magnífica comparsa en todo tipo de victorias esquizoides del Madrid. Ronaldo se quitó camiseta y nos enseñó al maniquí en el escaparate de su torso. Esa imagen de felicidad barriobajera debería ser la portada del Hola! si en España hubiera sentido común. Los pectorales de Cristiano son la promesa de un mundo mejor para los que no se educaron en los libros.
Este equipo promete estilo y buen juego, y sólo da sobresaltos y el éxtasis final. Un respeto por el absurdo, por favor.
Levante: K. Navas; P. López, Rodas, D. Navarro, Juanfran; Diop, Simão; Xumetra (El Zhar, m. 67), Ivanschitz, R. García (Pinto, m. 89); y Babá (Barral, m. 77). No utilizados: J. Jiménez; Vyntra, Nikos y Adova.
Real Madrid: Diego López; Arbeloa, Varane, Sergio Ramos, Coentrão (Marcelo, m. 59); Khedira, Modric; Di María, Isco (Morata, m. 69), Cristiano; y Benzema (Jesé, m. 79). No utilizados: Casillas; Pepe, Carvajal e Illarramendi.
Goles: 1-0. M. 57. Babá. 1-1. M. 61. Sergio Ramos. 2-1. M. 61. El Zhar. 2-2. M. 90. Morata. 2-3. M. 93. Cristiano Ronaldo.
Árbitro: González González. Amonestó a Khedira, Arbeloa. P. López y Cristiano.
25.000 espectadores en el Ciutat de Valencia.