lunes, noviembre 25, 2024
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El gran cocodrilo dormido

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Real Madrid y Copa de Europa. La Juventus como invitado estelar. El Santiago Bernabéu. Unos, el uniforme blanco y los otros, el antiguo, amarillo ochentero de aquel tiempo de Platiní. La magia, la grandeza, la sustancia de la que están hecha los sueños.

Nada de eso.

Los elementos están correctamente situados, pero el final no es el esperado. No hay magia, apenas grandeza, y la sustancia no es la de los sueños; más bien, la puesta en escena del Bernabéu es la de una comedia de costumbres con puntuales explosiones de ira, siempre contra el juez, y un hilo musical compuesto de cotilleo, rechifla contra alguno de los nuestros, silencio sepulcral y aplausos elegidos con premeditación.

Quizás ese frío sea la razón de las bajadas de tensión de este equipo. Que nunca se acaba de ir del partido, siempre compite, pero parece que se evade por la puerta de atrás en largos momentos que acaban bruscamente con una cabalgada de Cristiano que resuena en todo el campo y ata de nuevo a sus compañeros a la lucha.

Mourinho le había buscado bien las vueltas al público del Bernabéu y le dio lo que más adora: Ataque constante y la posibilidad del gol en cada gesto del equipo. Una ilusión infantil, esa, y que en el estadio que se considera más severo triunfó durante sus dos primeros años.

Anchelotti ya ha definido su estrategia y esta pasa por una cierta morosidad en la posesión. Una posesión alta que busca la profundidad de Cristiano, más pendiente de las paredes que se trenzan en la frontal, que en su diagonal primitiva, larguísima y feroz, de la época anterior. Ya no falta un hombre en cada triangulación como pasaba partidos atrás, pero Illarra no es Alonso y le cuesta batir líneas con pase vertical. Illarra es aseado y con buena pinta; su puesta en escena es convincente, pero su ejecución es a veces fallona y no tiene genio en ninguna de sus vertientes. Ni ilumina en la frontal –a pesar de que acompaña el juego de maravilla- ni barre los rincones oscuros del mediocampo con la rabia suficiente. Está verde, y hoy los centrocampistas de la Juve, Arturo Vidal y Pogba, lo traspasaron demasiadas veces.

Los primeros minutos del Madrid fueron buenos. Es un adjetivo soso, pero es a lo que tiende este equipo, por lo menos hasta que Bale la rompa, e Isco se aúpe sobre el genio que lleva dentro. Juego combinativo, con señores muy profesionales pasándose el balón y Benzemá entre líneas silbando con las manos en los bolsillos. O la coge Marcelo, o la jugada le llega a Di maría, el centrifugador de este equipo, y se rompe la ortodoxia. Es ocasión o es pérdida monumental. Hoy fue gol. Pase interior del argentino, que jugueteó con los defensas al borde del área y Cristiano que entra en zona sagrada pisando todos los charcos, esquiva a Buffón sin miramientos, y la mete de puntera y en escorzo agitanado. Celebra clavándose en el césped; un aquí estoy yo tremendista, que es el chillido del que viene de muy abajo. El estadio hirvió durante 25 segundos exactos. Luego, el silencio.

En el silencio, el Madrid se perdió y dejó a los juventinos gobernar la nave entre los cánticos misteriosos de los suyos. Estas cuitas causan pequeñísima irritación en el estadio, como si fuera un animal gigantesco que viene de la prehistoria y quisiera que le dejaran dormir en paz. Sin balón, el Real se deshilacha con extrema facilidad. Modric es en exceso volátil y ducho en robar viniendo desde atrás, pero enfrentado se hace minúsculo. Hay un terreno entre el centro del campo y la frontal de nuestro área, que desde que no está Xabi Alonso es gobernado por cualquier que pase por allí. Hoy fueron Tévez, Vidal y Pogba, y algo más atrás: Pirlo –auténtico Cristo resucitado- y que protagonizó el duelo humorístico de la noche, cuando Anchelotti, le puso como perro de presa a Benzemá. Karim, que lo defendía por detrás, pisándole los talones con su trote camp, y sin llegar a molestar al italiano en una sola acción, tal es su elegancia y su clase. Cortesías de Concha Espina.

La Juve carburaba con un aire antiguo, de equipo con mecanismos bien asimilados pero que se ven venir muy a lo lejos, y aún así, cayó el gol. El Real no acaba de dar con el gesto definitivo en defensa y se queda a medias entre salir a morder y recular hasta el borde del área. Ninguno de los laterales estaba fino y la pelota corría abanicada por Pirlo. Arbeloa todavía se está buscando, y Marcelo, cuando sube al ataque se lo toma como una fiesta, se fuma un puro de los gordos, y si acaso, protesta airadamente un resbalón que tuvo con la cáscara de plátano. El caso es que la pelota volaba y había una ausencia por el lado del brasileño, llegó Cáceres y la volvió a colgar sin mucha imaginación pero con ganas de hacer daño. Pogba remató solo Casillas hizo una rareza de las suyas y Llorente puso el empate en el marcador.

Un pase a la nada de Illarra, dio comienzo oficialmente a los minutos ofuscados del Madrid.

A la comedia se sumó un actor secundario italiano, un tal Chiellini, que a la salida de un córner se abrazó amorosamente a Ramos hasta que dio con sus huesos en el suelo. El público pitó el penalti y Cristiano lo ejecutó. Así entró otra vez el Madrid al encuentro, sin llegar a dominarlo, a pesar de tener un Ronaldo plenipotenciario. Un mayor aplomo en la zona central del campo por parte de la Juve, se lo impidió.

Una pequeña alegría fue la recuperación del contraataque por parte del Real. Anchelotti parecía haberlo enterrado para que los jugadores no volvieran a caer en los vicios antiguos, pero en este partido hubo varias salidas fulgurantes que no fueron gol por desajuste mínimo en el desenlace. De una de esas, nada más comenzar la segunda parte, vino el carrerón de Cristiano contra todos y el brazo del defensa que lo derriba. Ronaldo que finge dolores sin cuento y el árbitro que saca la roja. Los italianos burlados en la suerte que más dominan. El teatro. Ya no les queda ni eso. Sanearon el calcio, quitaron a la mafia de los palcos, cerraron la herida por la que se consumían, y no se dieron cuenta de que la herida es el fútbol mismo. Ahora han perdido la astucia, la doble contabilidad y el orden táctico asfixiante. Incluso quieren ganar jugando bien, y por supuesto pierden. Buffón, impávido, observa encerrado en su efigie. Portero de mínimo gesto, se irá perdiendo en la Historia por erosión, pues en Italia no hay reemplazo para él.

Llegaba un rumor de la banda, y era Bale que calentaba. Benzemá seguía minimalista, haciendo cosas imperceptibles al ojo humano, y de repente, todo eran detalles. La expulsión hizo perder el hilo a los dos contendientes. El Madrid no tenía peso para aplastar a la Juve, y los italianos aguantaron el encuentro quitando un delantero. El mismo equipo, con menor profundidad. Tévez amenazaba pero no hería de verdad. Este es un delantero que lleva siglos siendo un as en la manga, rabioso y contrahecho, sabe jugar, pero su presunta ferocidad se disuelve en el área. En el otro lado, Karim seguía con su penitencia. Fallaba a puerta vacía un jugada inverosímil de Di María que le puso de cuchara a Arbeloa, quien llegó por una vez al final del campo y se la dio, ya sin portero. Benzemá la echó por arriba ante la juerga del público que ha pasado de la compasión al cachondeo, y todavía le quedan varias estaciones más de escarnio hasta que logren destruir al Francés. Anchelotti lo cambió con sigilo por Bale, cuando estaba al lado suyo y se solaparon los pitos con los aplausos a Morata. Nada más salir, el canterano hizo la más antigua. Patadón de Pepe a las estrellas y un rebote larguísimo que Morata persigue más allá de la razón, baja la pelota y tira blanda contra Buffón. El público delira y tira confetis. Las viejas del Bernabéu ya tocaron con sus manos al niño repeinado y le contagiaron su lepra. Pero sólo con carreras a ninguna parte y luchando los balones divididos no se conquista un imperio.

Poco antes haba salido Illarra por Isco y el centro del campo del Madrid se desvaneció. Un error de Carletto, porque sin un mediocentro claro, Khedira no vuela y su gesto fundamental –el robo en tierras altas- queda atrofiado. Una cortesía para la Juve, que andaba deprimida y así volvió a entrar en los salones del Madrid. Bale tampoco atinó, y el Real quedó a expensas de la larga marcha de Cristiano. Los últimos minutos fueron absurdos. Hubo un par de ocasiones claras de los blancos que no se metieron por pura desconfianza, en medio de un cierto relax general del equipo, como si el resultado estuviera ya escrito en los libros de texto y nada se pudiera hacer. Los italianos avanzaban por pura inercia y fue una ocasión cada llegada suya. No cristalizaba el último gesto, parecían incrédulos ante las facilidades. El público tan pronto la tomaba con la posesión estéril de los suyos, como antes se haba sentido señor aplaudiendo a Pirlo y a Llorente, y ese ambiente destemplado se traspasaba al equipo, ya sin gas, que quiso acabar la partida, antes de que el árbitro pitara.

De camino a los vestuarios, Casillas le contó algo a Buffón que se partió de la risa. Se rompió esa severidad de portero añejo. Eso lo consigue Iker. Infantiliza todo lo que toca.

Ficha técnica

Real Madrid: Iker Casillas; Arbeloa, Pepe, Sergio Ramos, Marcelo; Illarramendi (Isco, m. 72), Khedira, Modric; Di María (Morata, m. 78), Benzema (Bale, m. 66) y Cristiano. No utilizados: Diego López; Carvajal, Varane y Coentrão.

Juventus: Buffon; Caceres, Barzagli, Chiellini, Ogbonna (Giovinco, m. 68); Vidal, Pirlo (Asamoah, m. 59), Pogba, Marchisio; Tévez y Llorente (Bonucci, m. 50). No utilizados: Storari; Peluso, Isla y Padoin.

Goles: 1-0. M. 4. Cristiano. 1-1. M. 22. Llorente. 2-1. M. 29. Cristiano, de penalti.

Árbitro: Manuel Gräfe (Alemania). Expulsó con roja directa a Chiellini (m. 48) y amonestó a Illarramendi, Vidal, Cáceres, Modric y Sergio Ramos.

Unos 75.000 espectadores en el Bernabéu.

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