jueves, octubre 10, 2024
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Un naufragio y una playa

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Quedaban lejos los tiempos de la guerra fría, cuando Mouriño y Guardiola se insinuaban desde las ruedas de prensa. En aquella época, los niños no ensayaban su jugada favorita ante el espejo; imitaban los gestos de dos entrenadores –la burla insidiosa de josé y las caras de pep, con su teatro condescendiente- que tensaron la realidad y la llevaron al terreno de la leyenda. Todo era símbolo entonces, y cada pase parecía el punto de fuga de un deseo primitivo. Cuando Xavi encontraba la espalda de Ramos, era un pueblo el que burlaba a su opresor. Si una cabalgada de Ronaldo partía por la mitad a los catalanes, era España, encarnada en una chulería mercenaria y lusa, quien devolvía a los revoltosos al redil. Las tanganas, escaramuzas antes de la batalla final. Los fingimientos, asunto fenicio para sacar partido. Los unos; maltratadores sin remedio. Los otros; niños mimados y victimistas que pierden para ganar y ganan para elevar su queja a los altares.

Ahora están el Tata y el Carlo. Dos hombres normales. No hay veneno en sus palabras, ni liturgia previa, ni encono, ni pequeños odios. El fútbol se ha despeñado del teatro, y eso es un trago duro para los creyentes que desearían una hora y media de salvación, y una alegría o una pena que vayan más allá de las horas y su tranquilidad mortal.

La nación se coló en el minuto 17. Al parecer se conmemoraba una derrota y se hizo con alegría, ya que las cámaras enfocaban y hay que fingir la mueca. Es dudoso que estas cosas se hagan en la intimidad del salón. Un sitio donde sí entran las pasiones reales. Y es el Camp Nou un estadio donde el público se adueña de la función cantándose a sí mismo como si persiguiera la perfección especular del rondo. El caso es que las cuitas nacionales echaron gasolina al juego culé. Al poco de la algarabía, Iniesta cogió un balón y no se deshizo de él durante 20 metros hasta que el desmarque de Neymar fue tan obvio que se la tuvo que pasar. El brasileño paró en el área, esperó a Carvajal, y se la coló con un golpeo seco entre sus piernas –algo tocada- y la pelota pasó blanda, ante la mirada mansa de Diego López, que se quedó estupefacto, como si el balón fuera su mismo destino.

Esta vez la alegría fue auténtica.

El partido se decantó desde la alineación inicial. La del Barça fue ortodoxa con Cesc por el centro y Messi por la derecha, para dejarle más amplitud a Neymar; un incordio para los defensas blancos, y el jugador que desniveló el encuentro. La de Anchelotti fue una alineación dictada desde el miedo. Una vuelta a aquella neurosis madridista que Mouriño había conseguido exorcizar con sangre. De repente, volvían aquellos momentos previos al 5-0 fundacional. Rossell dirigiéndose a Florentino, la nieve pespunteando la escena y el bienvenido a mi país que dio paso a la masacre. Ramos de mediocentro y delante los tres corceles zurdos: Di maría, Bale y Cristiano espolvoreados por el ataque. Adaptación al Camp Nou, reconocimiento de la pequeñez y desánimo general en la tropa.

Al Barça no le hace falta viento en los clásicos y además, el Madrid, salió con escaso pulso y nula determinación. Había una desconexión profunda entre los delanteros y el centro del campo, y en general entre el Real y su propio espíritu. La defensa aguantó a un Barcelona con colmillos de juguete: Xavi –que tiene los pases contados- ordenado pero espeso y un Messi lleno de piedras y justo de juego. Anchelotti lleva dos meses destrozando meticulosamente el contraataque del Madrid para jugar el partido definitivo flotando al contrario, esperándole en el borde del área y allí ensayar la jugada maestra que aprendió en los jardines del Milán.

El patadón y tentetieso.

Esa fue la manera de sacar el balón del equipo blanco durante el primer acto. La salida lateral se ensayó lo mínimo posible y el balón volaba hacia Cristiano que intentaba peinarla hacia terreno ignoto. Las pérdidas se sucedían y el Barcelona estaba en su escenario más querido: abusando del balón y esperando el hueco entre las filas enemigas.

Llegó el gol y la celebración y los cánticos, y al Madrid le entró tal vergüenza que se enganchó al partido. Marcelo inclinó el campo hacia sí, el balón iba raso por su costado, había una apariencia de juego trenzado por parte de los madridistas, pero todo se quedaba en un eco impreciso. No había ese chico más en las triangulaciones que hace indispensable a Benzemá. Di María tenía la ofuscación de esas tardes en las que regala todos los balones, algo que siempre sucede contra el Barça. Hay en su estilo una amenaza de confusión, de vértigo que deviene en prisa y se derrama contra los culés. Cristiano recibía siempre de espaldas y atenazado por una miríada de barcelonistas. Parecía Gulliver, y cuando era derribado, había miedo de que lo ataran definitivamente al campo.

En un despeje desde el área del Madrid, Bale se probó como plusmarquista. No había posibilidades de llegar, pero avanzó con una zancada que parecía sacada de un sueño infantil y estuvo a punto de provocar el error de Valdés. A Gareth, le habían construido una autopista por la derecha en pretemporada, que se ha desvanecido misteriosamente. Hoy demostró que piensa y no se deja llevar por las prisas, y también que no es un artista de los controles ni del espacio reducido. Una sola vez Cristiano recibió al espacio, se fue sin mirar atrás y centró al corazón del área pequeña. Llegó Khedira y no fue gol por un suspiro. Fin de la primera parte.

En los primeros minutos de la segunda hubo un desorden general y episodios de fútbol antiguo. Balón que sobrevuela testas, rebotes y pases al contrario. En una de esas, Ramos cayó en la trampa que le tendieron sus amigos de selección y a punto estuvo de ser expulsado. Illarra saltó al campo sustituyendo al andaluz y todo cambió. Al Real le llegó la memoria de lo aprendido en estos meses y le añadió la tensión necesaria para hacer sangre. Benzemá sustituyó a Bale y la jugada que estaba cerca de aparecer, empezó a fluir. Carvajal doblando por la derecha y dejando la frontal para un atrabiliado Di maría. Marcelo que se encontró, al fin, con Cristiano y sólo la monumental defensa de Alves impidió que el Barcelona se desangrara por ahí. Y Benzemá. A pesar de su irritante tendencia a esconderse en los rincones más absurdos, si el francés está, es el delantero que necesita este equipo. Por su capacidad para iluminar la jugada, darle el cauce justo y destejer al contrario; y por su sigilo al entenderse con un tipo tan abrasivo como Cristiano. Hoy se decidió a ganar el encuentro, y no lo hizo porque los hados del fútbol desprecian su indolencia. Le cedieron un balón en tierra de nadie, se fue fácil, amagó y disparó contra el larguero destrozando todos los escaparates.

En los minutos encantados del Madrid, Mascherano embistió a Cristiano contra el área. Fue penalti y no se pitó por orden gubernativa. La paz social, dicen.

El Barcelona en la lona, y en eso, Iniesta que se ata el partido a la espalda. Es un clásico y siempre está. Domó el balón, encendió el rondo y dio respiro a los suyo. Al rato, Alexis le sostuvo una carrera a Varane, paró en seco y disparó picado, por encima del portero –que se estiró hacia dentro- y el partido quedó decantado definitivamente. Fue un gol hermoso pero triste. Triste por lo inoportuno y triste porque retrató a Diego López al que parece que le ha volado el ángel.

La tuvo Khedira, pero es Khedira y no acertó con el camino justo, y quizás no se debería dejar al alemán pisar las tierras altas. El partido no acabó de irse por la cabezonería del Madrid y eso es buena señal para los blancos. Aunque volvía a gobernar el Barça, no quedaba tiempo, pero sí amenaza. Cristiano se fue de todos dando un portazo, y le metió una comba en carrera a Jesé tan perfecta que levantando el plano se veía la cúpula de una catedral. Jesé disparó duro pero al centro, y Valdés –magnífico hasta entonces- se la comió por abajo. Un pequeño alivio y ese fue el final de la función. Los jugadores culés que se van a las esquinas y allí son los reyes de la burla. Una derrota pequeña para el Madrid, y una victoria que deja al Barça con el consultorio abierto por la mitad.

Va creciendo el tiempo en el que el Madrid agarra al encuentro por las solapas y encuentra una posesión alta, equilibrada aunque con la duda del delantero centro. Será en la próxima bifurcación, y sólo si Anchelotti ha espantado su miedo y se mira en el espejo del fútbol, y no del mito.

Barcelona: Valdés; Alves, Mascherano, Piqué, Adriano; Xavi, Busquets, Iniesta (Song, m. 77); Messi, Fábregas (Alexis, m. 70) y Neymar (Pedro, m. 84). No utilizados: Pinto; Montoya, Puyol y Sergi Roberto.

Real Madrid: Diego López; Carvajal, Varane, Pepe, Marcelo; Khedira, Sergio Ramos (Illarramendi, m. 56), Modric; Di María (Jesé, m. 76), Bale (Benzema, m. 61) y Cristiano. No utilizados: Casillas; Arbeloa, Coentrão e Isco.

Goles: 1-0. M. 19. Neymar. 2-0. M. 78. Alexis. 2-1. M. 91. Jesé.

Árbitro: Undiano Mallenco. Amonestó a Busquets, Sergio Ramos, Adriano, Bale, Khedira, Marcelo y Cristiano.

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