El campo era el del Rayo Vallecano, con su pared de fondo, muro donde chocan todas las ilusiones imaginables. ¿Cómo se puede correr contra eso? Eso es la realidad. Los otros, los estadios de los grandes, son construcciones megalíticas hecha para cosificar al espectador y encerrarlo dentro de una verdad, que es la teatralizada en el césped. Esos campos están hechos para que no entre nada de las afueras en ellos; ni el rumor de la ciudad que tienen alrededor. No son para la vida corriente, sino para la victoria; que es según se mire, lo trascendente o el crimen. La construcción más altiva, el Real Madrid, visitaba al club más sencillo de los que andan por primera. Despojado de teatro -que no de drama-, desde el césped, se pueden ver las sábanas que cuelgan de los balcones y las antenas en los tejados, y lo que quiere este equipo es mantenerse en la categoría, seguir vivo, la trascendencia para el que se la pueda pagar.
Y como en las fábulas morales, el que puso el ímpetu, la grandeza y la emoción, fue el Rayo Vallecano. Para el Madrid quedó la comedia y una victoria desengañada. Vendimió los tres puntos y escapó por la puerta pequeña esperando que el melodrama semanal haga olvidar rápido lo acontecido.
Desde el 11 titular había en el Real una predisposición al caos. Esa es la llamada que hace Di María cuando está en el centro del campo. Quizás, estaba bien tirada por Anchelotti por dos razones: asomaba demasiado pronto este partido después de la feliz carnicería contra el Sevilla; y el Rayo convierte su estadio en una guerrilla constante poco apta para el juego de manos de los medios. Volvía Xabi, y no estaba Khedira. Nadie recogería pues la 2ª jugada, como así ocurrió. La apuesta eran tres centrocampistas duchos en el pase al espacio, acelerando, para que los galgos de adelante mataran sin contemplaciones. Mourinho, de nuevo, que sobrevuela.
La primera jugada del Madrid mató el partido. Una triangulación definitiva entre Cristiano, Xabi y Modric en el centro del campo y un largo plano secuencia de Cristiano corriendo al espacio, feliz, que alcanza la bola, burla al defensa con un caño, prepara la automática y ejecuta raso al portero, en ángulo ciego. A partir de ahí no hubo juego reconocible tal y como se concibe en el actual estado español. No se dieron dos pases a derechas. El Madrid se distendió ligeramente, y este grupo no tiene los automatismos necesarios para que el mínimo relax no repercuta en el tejido del encuentro. Hubo la ya famosa desconexión entre el centro del campo y la defensa, y entre la delantera y el centro del campo, y también del centro del campo consigo mismo, ya que como concepto existía -había ahí tres jugadores en predisposición estupenda, alzados, bien peinados, moviéndose con elegancia- pero como realidad no llegaban a cuajar en nada reconocible. Modric es y será siempre la volatinera del grupo. Di María corre como un salvaje y ese ímpetu le aparta de ser un centrocampista con un mínimo poso. Y Xabi, que recula y recula, está todavía lejos. Dejó detalles como esos cambios de orientación a cuatro bajo par cuyo secreto ya sólo tienen Pirlo y él; pero con detalles no se construye un encuentro desde el orden, algo que pretende Anchelotti, y cuando no es así, el equipo se desvanece entre la inconsistencia defensiva y la amenaza de pegada.
Era un 0-1 que presagiaba una goleada y lo que llegó fue un empate fantasma. Un fuera de juego absurdo de un delantero que jugaba al escondite tras la espalda de Diego López y en quien rebotó un balón destinado al gol. Como la desgracia nunca es bastante en casa del pobre, en la jugada siguiente, Xabi imanta un balón en el círculo central y abre para Bale, que corre la banda y centra (fútbol es fácil) con la derecha para Benzemá, todo pausa en el remate de cabeza, la baja a la esquina, suave. Y es gol. Desde ese momento y hasta que el Madrid metió su fatídico 3-0, el partido estuvo dominado por los blancos. Xabi secó las fuentes y mandó parar el vaivén en el que estaba inmerso el encuentro. Empezó el segundo tiempo con la misma música. Antes de que la emoción gravitara sobre Vallecas, a Bale le llegó un balón a su esquina, esperó al defensa y lo toreó por arriba -desmintiendo a los que dicen que es un jugador rectilíneo- se adentró en el corazón del área y la soltó hacia atrás para que matara Cristiano. Arbilia -el burlado por el galés- se retiró entre lágrimas, humillado, y aterido por el cambio. Y Jémez, en su pico de gloria, mandó entrar a un delantero. Se desataron los nudos del Rayo y ya todo fue devenir. Como por ensalmo, los Vallecanos parecía empezar cada jugada ya en zona de tres cuartos Real. Este Madrid niega a todos los grandes teóricos de los últimos años, que estructuran su pensamiento en torno a las dificultades de sacar la pelota y tenerla con fluidez al borde del área contraria. Bien, contra el Real de Anchelotti, sólo hace falta la voluntad de hacerlo, una pared, la mínima superioridad en el centro del campo y la pelota ya merodea los rastrojos causando miedo y asombro en la afición merengue. Los centrales, una vez que Mourinho ha salido de ellos, ya no ponen la línea en el cogote rival y reculan porque no tienen claras las órdenes ni la altura del robo. Carvajal es un torbellino que desordena cualquiera de las dos áreas, y Marcelo aprendió con Scolari todos los vicios inconfesables que no se le deben enseñar al jugador que está en edad de merecer. Su banda es una cortesía de la Castellana. Y su forma de defender el área, Chaplinesca. Illarra no está, viene y vá, y eso es un sesgo de volante; y así, en la frontal del área, todos los rechaces son para los rivales. Nadie la bate si no está Xabi. Lejos, muy lejos, esperan los tres delanteros, el orgullo de la capital, ajustando el talonaje, midiendo las distancias. Pero el balón no llega, y las noticias son cada vez peores.
Al Madrid le han pitado un penalti en contra.
Una jugada viene por la banda del brasileño, que baja al paso para evitar un corte de digestión. Pepe corta de primeras, pero la pelota le vuelve al delantero que le hace un sombrero prodigioso y se enreda contra tres defensas arracimados como niños y al final, una pierna que lo derriba. Es algo muy viejo. Cuando el área es un tugurio, el Madrid sale escaldado. Sean Pepe, Marcelo o Ramos, no hay cordura en nuestra defensa y pocos continentes se han colonizado con la locura en los cuarteles. En la jugada siguiente, Marcelo seguía de excursión y vuela el balón de fuera adentro, un remate y un travesaño que deja estupefactos a los madridistas. El balón queda suelto y vuelve el brasileño reclamando protagonismo; salta sobre un jugador del Rayo en una maniobra inexplicable, lo derriba, es penalti y su consecuencia: gol. En ese momento, el Madrid es una banda desorganizada sin más gesto que la patada a seguir. El Rayo vive en un clímax de llegadas asonantes, que no terminan en la red por la falta de calidad en el gesto último de los delanteros. El gol, como el amor, también se compra. Hay una patada de Carvajal -con una amarilla a cuestas- que enciende a la grada y es cambiado inmediatamente por Anchelotti. Arbeloa posa el partido en el suelo, y se entra en la ortodoxia. Ataca el Rayo con ímpetu pero ya el Madrid no sangra con la misma facilidad. Todavía quedan dos llegadas: Otro balón en tierra de nadie que empalma un rayista y salva Diego López. Y la de siempre de Cristiano, corazón atómico, ingobernable, que se la busca al espacio y acelera hacia el área donde suelta el latigazo, huele el rebote, la enfila y a punto está de la sentencia.
Los últimos minutos son de una tranquilidad que le sabe a gloria al Madrid, con un Rayo exánime contra la orilla y la afición orgullosa, cantando a los perdedores. La única posesión bien hilada del Real llegó en la última jugada de la mano de Di María. ¿Fue todo lo anterior un espejismo? ¿Una pequeña alegría en casa del oprimido? ¿Es sólo el anarquismo de Vallecas, que desordena, ciega y aplasta contra la pared? ¿Hay una interferencia entre el ataque y la defensa que hace imposible el orden sin sobresaltos? Sea como sea, el Madrid es un muro abierto que cualquiera puede llenar de pintadas. Nunca se vuelca del todo, pero tiene momentos de gran tormento interior, como si fuera heredero de lo peor de Mourinho y la parte más blanda de su historia.
Marcelo, Ramos y Pepe hablaban camino del vestuario. Conversaciones en la catedral. Ahí puede estar el quid.
Ficha técnica
Rayo Vallecano: Rubén; Tito, Gálvez, Arbilla (Larrivey, m. 51), Nacho; Saúl, Trashorras; Lass, Adrián González (Bueno, m. 42), Iago Falqué (Embarba, m. 69); y Jonathan Viera. No utilizados: Cobeño; Baena, Perea, y Mojica.
Real Madrid: Diego López; Carvajal (Arbeloa, m. 59), Pepe, Ramos, Coentrão (Marcelo, m. 44); Xabi Alonso (Illarra, m. 46), Modric; Di María; Bale, Cristiano; y Benzema. No utilizados: Casillas; Isco, Jesé y Morata.
Goles: 0-1. M. 3. Cristiano. 0-2. M. 31. Benzema. 0-3. M. 49 Cristiano. 1-3. M. 53. Jonathan Viera, de penalti. 2-3. M. 55. Jonathan Viera, de penalti.
Árbitro: Álvarez Izquierdo. Amonestó a Carvajal, Xabi Alonso, Nacho, Di María, Marcelo, Tito y Trashorras.
Unos 15.000 espectadores en Vallecas.