El sábado es el único día de la semana cuya tarde contiene una promesa. Quizás por eso el fútbol se encuentra tan cómodo ahí, como si nos dejaran por una vez asomarnos al muro y mirar detrás, donde la infancia de los muertos, donde el asesinato es el orgullo de las madres.
Hoy eran las cuatro, y había sol; se disiparon las tinieblas alrededor del equipo. Hemos visto como se construye una catedral, y este era el día de la inauguración. El Madrid necesita un detalle para presentarse en el partido. Para que toda la bisutería que lo rodea quede en los lindes del campo, en la cháchara inacabable y quejumbrosa del hincha y su contraplano, el entendido apolítico, el que pretende no ser de ningún equipo, *excepto del buen fútbol* y por eso todos sus gruñidos están destinados a herir al Real.
A los 10 minutos, sonó puntual un travesaño de Cristiano. Ahí despertó el mecanismo incubado, como un virus letal, desde la pretemporada. Apenas había pasado algo hasta entonces, minutos de tanteo en los que cada jugador va persiguiendo su lugar en el campo, y una vez edificada la capilla, la destruirá con un soplo. Así el adversario acaba persiguiendo conceptos más que jugadores, pues son tres sombras rapidísimas que se entrecruzan: Bale, Cristiano y Karim, con gestos muy diferentes y con un lugar de origen en cada jugada, que suele ser el opuesto al de destino.
En anteriores entregas, habíamos visto como una defensa adelantada, cortaba la línea de tránsito hacia los delanteros, rompía el ritmo y con ello sajaba al Madrid por la mitad. Todo eso es pasado desde que ha vuelto Xabi Alonso. El último de los artistas del tackle, que desviste al adversario con una economía de gestos aprendida en los tiempos del cine en blanco y negro. Un pase de 50 metros como quien enciende un cigarrillo en las barbas del rival. Arriba, dos animales que cruzan el campo con las botas de siete leguas. Y Benzemá posando el balón en el suelo, mientras toda la inercia vertiginosa de la jugada desploma el orden defensivo. Allí está Cristiano, al otro lado, sólo, donde le llueve el pase de Karim, y la para con poco ángulo, pero qué más da, si es Cristiano y ya el estadio celebra el gol, antes de que el chut desaforado del portugués perfore los tímpanos del portero.
Durante estos dos meses que han parecido siglos, Anchelotti ha buscado un estilo más lento, más seguro y menos provocador, que el que imperaba con José. No es exactamente lo que se ha encontrado, porque los jugadores mandan y Carletto es permeable a las señales que emiten. Cristiano y Bale necesitan empezar la jugada en diferentes puntos del continente, lo más alejado posible el uno del otro, distancia engañosa porque corren contra el tiempo y sueldan el espacio en un suspiro. Cada defensa es un lanzador para sus diagonales. Xabi sólo necesita de una mirada para ver donde están sus delanteros, siempre empujando la piel del rival como si la quisieran extender hasta más allá del límite del campo. Benzemá oficia la ceremonia de la pausa, vive entre líneas y no hace temer por la ausencia de un mediapunta, especie tan querida en el ecosistema español. Un interior está más atento al espacio –Khedira- y otro al balón –Modric-; que vuelca el ataque por la izquierda, mientras se abre un abismo por el otro lado, espacio sin fin para la felicidad de Bale. Y un mediocentro, Xabi o Illarra que pauta los ataques y barre el espacio que la propia amplitud del equipo genera detrás de los centrocampistas. Problema máximo que sigue en trance de resolverse y por el que se puede despeñar un partido cualquiera, por cerrado que parezca.
Despejada la incógnita del primer gol y del partido, el aficionado empezaba a dibujar en su imaginación el porvenir cargado de oro, diamantes y piedras preciosas que parece abrir esta delantera con su horizonte infinito. Y para eso, hay que medir a los jugadores. ¿Cuál es su valía real? ¿Cuál su peso en el imaginario madridista?
Ajeno a estas cuitas, Modric hacía y deshacía como un pequeño príncipe de los interiores en el que se ha convertido. Para comprobar los avances tácticos de un equipo, y ya que los entrenadores no quieren dar pistas, sólo queda el momento concreto. Y hubo varios en los que Luka aparecía por detrás, en la zona en la que se sueldan las jugadas, a unos metros del área, robándoles la pelota a los rivales como si fuera un pequeño ratero de Dickens, y pausando un segundo hasta que aparecía el pase, al que seguía el vértigo y de repente, tan lejos, el estallido final. ¿Quién es ese Modric? Decían con desprecio hace no mucho los que velan por la pureza del Madrid. ¿El Tottenham? Buh! Treinta y cinco millones por un suplente, y teniendo a un campeón del mundo como Cazorlita. La vergüenza.
Y se palpaban los bolsillos, como si el dinero se lo hubieran arrancado a ellos.
Ya nadie pregunta quién es Modric, y debería. Porque su estilo es el clásico que encanta a la afición: elástico, burlón, con un talento evidente, que no hace falta explicar con lápiz y cartabón, como el de Cristiano. El que sólo mete goles. Aunque nadie ha descifrado porque siempre está en el sitio donde aparecen los espacios por ensalmo.
A Benzemá le han leído la cartilla y se ha convertido en un chico aplicado en defensa. Hace la de Luka: roba por detrás, y convierte en un embudo sin salida la triangulación del centrocampista rival. Eso tiene otro beneficio y es prepararlo para la transición, dueño como es del pase y el espacio, cuando el robo le toca cerca de la pelota, la contra se lubrica sola. En el segundo gol, un robo de Xabi desemboca en Cristiano que se la suelta a Karim en zona roja, y el francés la emboca a la red sin odio ni nostalgia. Como si siempre fuera así de fácil. Es Karim, el delantero pensativo, tantas veces con las manos en los bolsillos, al que en el área sólo le luce el gol instintivo. El otro, en el que tiene un mundo para pararse, lo falla.
En la subtrama del partido, destaca Arbeloa, que a pie cambiado, por la izquierda, selló su banda y ordenó todo su territorio con un talento defensivo quizás único en el Madrid. Cuando la jugada se vuelve dramática y se amontona uno sobre el otro el presagio del gol; ahí está Álvaro desarticulando la trama, por lejos que le quede de sus dominios. Hoy fue fundamental espantando el caos de nuestra defensa. Y a banda cambiada, extrañamente, funciona mejor en ataque, sin que esto haya posibilidad de explicarlo.
El tercer gol molestó al antimadridista, en la sombra, que no reviviría hasta la segunda parte cuando el partido pasó a zona de relax. Fue una jugada llevada con naturalidad hasta el principado de Ronaldo, en el pico del área izquierda con toda la Real arremolinada junto a él y Cristiano jugando a las bicicletas. Sacó un disparo, y en cámara superlenta, se aprecia como el jugador realista le daba con la mano, desviando la ocasión. Fue penalti y eso provocó una larga discusión. El hombre abrió las fosas comunes del Madrid, engañando al mundo desde tiempos de Carolo –cuando el Real inventó el pelotazo- y culpó a Cristiano de meter el penal, y exhibir luego, sus alas en la celebración. Gesto que molestó al hospital de huérfanos y a un señor de Gandía, que siempre se persigna antes de cenar.
Faltó al banquete Di María, y a estas alturas, la gente se preguntaba más por los ausentes, que por los que tejían el fútbol primoroso. Cosas de la sintomatología del madridismo. Parece que así debería ser siempre: la goleada, el fútbol total y eso; y quizás haya una razón escondida, porque todo se compra y Florentino ha comprado un mar, y su resaca. Tres atacantes que se bastan solos y un reflujo que amenaza con romper la unidad de acción. Hoy no ocurrió porque el partido tuvo ritmo. Y la segunda parte fue la del niño jugando a desafinar la melodía: no cuenta para la disposición general. El ritmo es necesario para que funcione la cinta sin fin, como en la antigua ordenanza, pero sin la jugada parida de tacón. Más normalizada, más pausada. Conectada con el gol de una manera natural.
Di María eran dos pases más de la cuenta, y una pausa mal interiorizada. También muchas cosas magníficas, como su perverso punto de vista cuando vela el borde del área, pero su automatismo principal –el pase interior a la diagonal de Cristiano- rompe con el desdoblamiento del lateral –hoy magnífico Carvajal, alguien que será importante- y con el devenir de la jugada, tan racional cuando pasa por Benzemá, origen de casi todo.
Llegó el cuarto gol, de Khedira –asómbrense- al que dejó solo Bale con un toque de primeras. El alemán decidió tirar recto-como es él- para asegurarse de hacer sangre en caso de que no fuera gol. El portero se apartó y el Real dio el partido por finiquitado. La segunda parte no existió en términos de competitividad. El Madrid gobernó el partido hasta que se dejó llevar por su propia satisfacción y la Real apenas encontró el hueco de Griezman que dejó un detalle para las cámaras en el primer teatro de Europa.
Los realizadores buscaban insistentemente a Morata e Isco, que vestidos de forma estrafalaria, con los petos, parecían los desahuciados del Madrid. Único apunte dramático en un partido que se iba disolviendo según avanzaba la tarde. Isco, hecho para lo grande, ha dejado de ser, y dejó un par de detalles cuando salió por misericordia los últimos minutos. El foco del Madrid es tan poderoso, que cuando un jugador deja de estar en la escena, dá la impresión de haber una confabulación y ya todo será desastre. No existe tal cosa. Isco lucha por Modric por un puesto de interior, y por ahora, el croata tiene más oficio y el pase justo con la onda adecuada para gobernar la zona. Nos quedan las ganas de verlo de falso mediapunta, o nueve surrealista, o de lo que juegue Karim. Carlo ha encontrado la alineación, y esa certeza es un tesoro en un club que está construido sobre dos placas tectónicas que rozan entre sí.
Quedó la de Morata, ya sin canto en la grada, que se movió bien y la tuvo en una jugada de Cristiano. Falló, y ese fue el epitafio del encuentro. El partido del Madrid, con la nueva ley, más agil, más profunda, más exacta que lo visto hasta ahora. La contabilidad increíble de Cristiano, que lucha una guerra paralela contra la lógica de los números. Los damnificados del equipo, con esa tristeza del fuera del campo. La Real, que sólo compareció a los postres, de visita por los grandes almacenes de la capital, o quizás, tan pequeña por la longitud de onda abrasiva de su contrario en la primer parte. Y el horizonte que se le abre a este equipo, imaginado tantas veces, grandes espacios desde la nada y un percutor inmisericorde.
Ahora queda navegar las circunstancias, y luego, en el verano, la fiesta de los millones.