La clave es la palanca. La que mueve un plato que parece una paella, el territorio de los rodadores. Cuando a Nairo Quintana lo besan las chicas del podio, las bellas azafatas se tiene que agachar a pesar de que el diminuto colombiano está subido a un cajón. Poca palanca. Insuficiente para resistir un abanico en las traicioneras y planas tierras de Zelanda, azotadas por los vientos y, paradoja, Alberto Contador. En ese lugar, segunda etapa, perdió el Tour Quintana.
El ciclismo del siglo XXI es física, no tanto físico. Palancas, vatios, platos ovalados, aerodinámica. El territorio Sky. Una preparación macrobiótica que ha movido al llamado respetable a abuchear a Froome. El Sky exhibió sus monos de seda negros y sus afiladas patillas de ciclista la La Pierre St Martin, una exhibición que hizo poco creíble todo lo que fuera a pasar después. Hasta un ‘pistard’ como Gerrard se meneó delante de Alejandro Valverde.
Valverde no es ni palanca ni escarabajo. Ni flaco ni lo contrario. Es un ganador en todo lo que haga, con un palmarés de extraterrestre, enfrentado a cabezazos con la única carrera que le es esquiva. Alejandro Valverde, tercero en este Tour, 35 años, es el mascarón de proa del ciclismo español en este julio francés. Él, Joaquim Rodríguez (38 años) o Alberto Contador (32). Un ciclismo treintañero que mira con cierta envidia incluso la juventud de Bardet o Pinot, las esperanzas blancas del ciclismo francés. Valverde ha acabado el Tour llorando amargamente su victoria final, ese podio que andaba buscando tozudamente contra los elementos desde hace más de un lustro, con extrañas sanciones por dopaje por en medio que le quitaron un par de años de plenitud.
Una plenitud que parece ya marchita en Alberto Contador. El reto Giro-Tour le ha venido grande, y la caída en el puerto de Allos no es sino un síntoma de que estaba fuera de paso. Asegura ahora que su objetivo para 2016 es el Tour, por encima de todas las cosas. Esas cosas serán su edad, los palos en las ruedas que le pone el patrón de su equipo –el millonario ruso Oleg Tinkoff–, y sobre todo la pujanza de los rivales.
De ellos hay que empezar por Chris Froome. Los cínicos pudieran pesar que la presunta flaqueza de Froome en los Alpes no ha sido sino un teatrillo destinado a hacer creíble su victoria. Al igual que la de su equipo, ya que, a la hora de la verdad, Richie Porte –que había remoloneado a cola de pelotón desde el día de gloria en Pirineos– ha subido a Alpe D’Huez como si fuera un cohete, otra vez un tren de monos negros del Sky arrasando el pelotón. El inglés nacido en Kenya lleva su plato ovalado y su registro de vatios y latidos mecido por las bielas de sus piernas largas y junqueñas. Palanca pura subiendo, 30 años, que hacen pensar en al menos un par de temporadas más moviendo a toda pastilla sus piernezuelas por las montañas del Tour.
Nairo Quintana, exuberante y jovencísimo, tiene un Tour en las piernas, obviamente. La estructura del Movistar (“los frailes” en el argot de los aficionados), que saben cómo se gana el Tour, va a facilitarle las cosas. La solvencia y frescura en la montaña recuerdan mucho al joven que fue en su día Contador, que no parecía tener límites cuesta arriba.
Nibali será siendo un profesional duro de pelar, en un segundo escalón seguramente entre los mandones del pelotón. Por ahí aparecen nombres ilusionantes, como Fabio Are, Van Garderen, y la perla del pelotón español, Mikel Landa, único relevo plausible a la vista de los gloriosos treintañeros.
Al que quiera afrontar el Tour le esperan semanas de monacal concentración en las alturas de Canarias, Sierra Nevada o Navacerrada. Le esperan interminables platos de pasta con nada para desayunar. Le quedan meses sin lujos al diente, de disciplina de templario, de bandas de compresión, huyendo del aire acondicionado y otros mil peligros para la delicada orgánica de un ciclista. Y lejos de las tentaciones de una tajo médico.