El primer tercio de 2017 ha dejado aromas del pasado en el circuito. Tras un largo periodo alejados de las pistas, Roger Federer y Rafael Nadal han cuajado un regreso fulgurante. El suizo sumó el decimoctavo Grand Slam, Indian Wells y Miami once cursos después. El español, como si ningún bache hubiera atravesado, se erige de nuevo en el rey indiscutible de la arcilla, con las coronas en Montecarlo, Barcelona y Madrid. Sus figuras, una década después, han regresado a la cúspide como refleja la Race a Londres. Todo propiciado por un bajón importante de Djokovic y Murray, cuya hegemonía se ha desvanecido antes de lo esperado.
En mitad de esta etapa algo turbulenta e incomprensible, se suceden los empujones desde abajo. En esta ocasión, con sensaciones bien distintas a las de las últimas generaciones. Raonic, Nishikori y Dimitrov caminan hacia la veteranía con el orgullo que supone haber sido los máximos exponentes de su etapa, pero con la decepción de aun no haber alzado un título importante. Su relevo, y el del ‘big four’ parece escrito con la nueva hornada, que ofrece garantías de éxito a medio plazo, entendiendo por éxito la conquista de grandes escenarios.
Son tres nombres los que resuenan con mayor fuerza. Por talento, indiscutiblemente emerge la figura de Nick Kyrgios. Sin temor a nadie, y con un tenis agresivo e incoherente, como él mismo, que le ha valido para inclinar en su primer enfrentamiento a Federer, Nadal y Djokovic. Palabras mayores. En cambio, el australiano permanece por momentos estancado, con una cabeza que no termina de asentar, y castigado en la práctica de un deporte que él nunca escogió. En la búsqueda de su conciencia se haya inmerso, un trabajo cuyos frutos a recoger serían inimaginables.
Con veinte años, Alexander Zverev es otra gran figura. Capaz de brillar sobre cualquier escenario, su servicio y, sobre todo su revés, se erigen en armas letales capaces de desarbolar a cualquier oponente. Ya ha tumbado a siete ‘top ten’, y en Roma ha alcanzado por primera vez en su trayectoria las semifinales de un Masters 1000. Y la final la tiene al alcance de la mano ante un Isner nada especialista en arcilla. Con la cabeza amueblada, su ingreso al ‘Top Ten’ a final de este curso es más que probable.
El ejemplo de estos dos talentos precoces es Dominic Thiem. El austríaco, al margen de los dictámenes históricos, ha planteado una evolución progresiva, sin prisas, que le ha permitido llegar en el momento preciso a su culmen. Con 17 años rondaba el Top 900; con 18 años el lugar 600; con 19 años el 400; con 20 años el 120; con 21 años el 38; con 22 años el puesto 20; con 23 el puesto 8. Y si mantiene la inercia, colarse entre los cinco mejores de la clasificación ATP a final de este curso no es ninguna utopía. Un servicio potente, un ‘drive’ con mucha aceleración y un revés más que notable. Tras caer ante Nadal en Barcelona y Madrid, ha conseguido inclinarle finalmente en Roma, donde es el favorito.
Tres hombres, aunados a una larga lista que llega por detrás, con Shapovalov, Aliassime y compañía. Una generación dispuesta a desbancar de una vez por todas al ‘Big Four’, que ha quedado reducido a dos hombres cuyo tenis quedará en los anales de la historia. Nadal y Federer retoman su hegemonía, pero ya conocen su relevo. Unos jóvenes que han dado el paso, y que a medio plazo les robarán el protagonismo.
Alberto Puente