domingo, noviembre 24, 2024
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Henry Kamen muestra al mundo anglosajón un Felipe II refinado y esteta

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Los prejuicios sobre el supuesto fanatismo político y religioso del rey español Felipe II, simbolizados por El Escorial, son especialmente fuertes en el mundo anglosajón por razones claramente históricas. De ahí la oportunidad de la publicación de la edición inglesa del libro que el conocido hispanista británico Henry Kamen ha dedicado al monarca y a su gran creación, el Real Monasterio, obra que arroja nueva luz sobre el controvertido personaje.

El Felipe II cruel, fanático y maltratador de su hijo, Don Carlos, que nos ha llegado a través de la tragedia de Schiller o de la música de Verdi, poco tiene que ver con el monarca amante de las artes, refinado en sus gustos estéticos gracias a sus viajes juveniles por Europa que nos describe Kamen en «The Escorial: Art and Power in the Renaissance» (Yale University Press), un libro recién publicado en inglés pero cuya traducción al español apareció el año pasado con el título de «El enigma del Escorial» (Espasa).

Felipe II pasó ocho años de su vida en la Europa del Norte, sobre todo Alemania, Holanda e Inglaterra, país del que también fue brevemente rey gracias a su matrimonio con María Tudor; años de formación a la vez como estadista y como esteta que, como escribe Kamen, son esenciales para entender sus posteriores actividades culturales en la península.

El libro de Kamen trata de ser, en palabras de su autor, un ensayo sobre las relaciones entre el edificio, su creador y el tiempo en el que ambos coexistieron.

Destaca el historiador la temprana afición del rey a la arquitectura, a los palacios y los jardines, puesta de manifiesto en los bosquejos que realizó con su propia mano durante sus viajes y que envió a los directores de las obras de Aranjuez, Aceca o El Pardo.

Le fascinaban los aspectos técnicos y estéticos de la construcción de palacios, y de sus visitas al extranjero sacó la conclusión de que España no tenía nada que pudiera competir con la arquitectura que había visto en Flandes o en Italia.

Kamen hace asimismo hincapié en la pasión de Felipe II por la naturaleza y las actividades al aire libre como la caza, que le llevaron a elegir cuidadosamente el lugar donde construiría El Escorial.

La combinación de palacio y monasterio no representa a ojos del autor una novedad, ya que durante la Edad Media los reyes eran personajes itinerantes que en muchos casos elegían como morada en sus visitas extensas a las regiones bajo su dominio algún monasterio.

Kamen precisa que El Escorial no fue la única obsesión del monarca, para quien los palacios de Valsaín (Segovia, centro de España) o Aranjuez (Madrid) eran igualmente queridos.

Otra faceta en la que se fija el hispanista británico es el amor de Felipe II por las flores: los setos que hoy adornan los jardines de El Escorial no tienen nada que ver con la explosión de colores que eran los jardines del monasterio en vida del monarca.

Kamen destaca por otro lado la bibliofilia del monarca, que le llevó a reunir una importantísima colección de manuscritos, libros raros e incluso prohibidos (por la Inquisición).

Fue también grande su pasión por la pintura: donó más de 1.100 obras de arte al monasterio, que hoy conserva entre sus muros obras maestras de Roger van der Weyden, Durero, Tiziano, El Bosco, Tintoretto, Rubens y otros grandes maestros de la pintura europea del momento.

Otros capítulos del libro los dedica el autor a combatir la imagen de Felipe II como un rey melancólico y enjaulado que pusieron en circulación autores españoles y extranjeros en el siglo XX, o a negar que Felipe II fuese un rey especialmente belicoso.

Si invadió Portugal fue porque no veía otra forma de asegurarse la sucesión de aquel trono, se resistió a intervenir en las guerras civiles de Francia, y sus ejércitos, asegura Kamen, no emprendieron un solo acto de agresión sin que fuera respuesta a una provocación.

Finalmente, para Kamen, Felipe II no fue tampoco un fanático religioso, sino que prestó pleno apoyo a las novedades introducidas por el concilio de Trento, intentó reformar las órdenes monásticas, como hizo en Inglaterra Enrique VIII, y bajo su reinado llegaron a cerrarse monasterios y a confiscarse sus propiedades.

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