Sin duda, sería bueno que las autoridades económicas y los supervisores de los principales países del mundo estuvieran especialmente atentos, porque la situación es muy complicada. No es exagerado decir que lo es tanto como cuando los atentados del 11-S.
Sufrimos una grave crisis económica, que ha destruido decenas de millones de puestos de trabajo en todo el mundo. A ello se le suman unas revueltas en el Magreb que son una auténtica incertidumbre y que ya han calentado el precio del crudo hasta el entorno de los 115 dólares el barril (ayer el Brent se pagaba a 111, aunque las gasolinas no hacen ni el menor atisbo de bajar de precio) y amenazan con trasladarse de lleno a los emiratos del petróleo, lo que sería auténticamente catastrófico. Pero ahí están esos escarceos en Arabia Saudí.
Nadie sabe muy bien qué hay detrás de esta llamada ‘revolución del Facebook’. Puede ser buena, si gracias a las nuevas tecnologías y las redes sociales, facilita que la sociedad quiera terminar con regímenes arcaicos y autoritarios, introduciendo a sus países por la senda del desarrollo, pero nadie descarta que detrás haya fuertes dosis de fundamentalismo y más yihad. Así lo han dejado caer publicaciones como el Financial Times, por ejemplo, en días precedentes.
Todo esto ya esboza un panorama terrorífico, pero hay que sumarle el desastre natural, que puede degenerar en nuclear, de Japón. Miles de muertos, situación fuera de control y, en definitiva, todos los ingredientes necesarios para que la Bolsa nipona sufra las mayores caídas de su historia. Por supuesto, los mercados internacionales se han contagiado y ahí está, sin ir más lejos, ese Ibex 35 que coquetea peligrosamente con la barrera de los 10.000 puntos, cuando hace un mes superaba los 11.000.
Con las bajadas de rating de trasfondo, los bajistas deben estar abriendo posiciones cortas con todas sus fuerzas, con lo que ello conlleva: rumores por doquier de quiebras y rescates, de impagos de países etcétera. Todo, con tal de hundir un poco más las cotizaciones y disparar el beneficio. Recordemos que los bajistas son especuladores profesionales. No es fácil para un inversor doméstico jugar a la baja.
El problema es que todo eso repercute aún más en la economía real. Si los operadores disparan las primas de riesgo y provocan que las materias primas se vayan a la estratosfera, tenemos garantizada la pobreza.
El Banco Central Europeo (BCE) ya ha dejado caer ahora que podría replantearse la subida de tipos. A lo mejor, sería una buena iniciativa suspender los cortos o, al menos, obligar a una mucha mayor transparencia con ellas.
Las autoridades económicas deberían vigilar más que nunca. El intervencionismo no es bueno, pero tampoco que ahora unos cuantos hedge funds y bancos de negocio disparen sus beneficios a costa de multiplicar la pobreza mundial. Y estamos hablando, simplemente, de eso.