La globalización y el cambio tecnológico son las dos fuerzas dominantes en la economía del Siglo XXI. A raíz del encaje de ambos en la estructura económica mundial y a su vez dentro de los países se desprenden las muchas fricciones que han propiciado el ascenso de los populismos. El ambiguo crecimiento de la desigualdad –a nivel global decrece, a nivel nacional aumenta -, o la desaparición de la denominada clase media.
El nuevo anuncio de Amazon, sobre sus nuevos supermercados sin trabajadores. La reciente ampliación del proyecto de la conducción autónoma ya implantada en ciudades como San Francisco. Los drones repartidores. Son muchos, los nuevos desarrollos y su efecto visual es tan impactante que no pocos ya lo asemejan a una nueva revolución.
Al mismo nivel que la máquina de vapor o la llegada de los combustibles fósiles. En realidad, dicha revolución –que sería la cuarta, pese a que la tercera, la verde, está aún en ciernes – lleva ya muchos años implantada y prosigue su desarrollo a cada vez mayor velocidad.
Con paso firme, la automatización está alcanzando cada vez cotas más altas en la vida cotidiana de las personas. El caso del coche autónomo de Uber, no se trata de un proyecto aislado sino solo la punta del iceberg.
Tesla está trabajando en su proyecto ‘sin pilotos’. General Motors ha invertido 500 millones en desarrollar taxis eléctricos autónomos. Ford confía en poder comercializar dichos servicios en 2021. La marca Volvo está desarrollando el proyecto en San Francisco junto a Uber. Fiat Chrysler está trabajando con Google (Alphabet). Apple y McLaren trabajan en el proyecto ‘Titán’. BMW lo hace con Intel y tienen como fecha tope es 2021. Nadie se quiere quedar fuera.
Automatización y sus repercusiones
En el sector automovilístico el proceso de automatización aún no ha llegado, pero en otros ámbitos de la economía su efecto es muy real. Su implantación en la economía se centra en empleos rutinarios, a los que sustituye apoyado en la caída del precio de máquinas, robots o software.
En esta dirección se han presentado importantes estudios, uno de los más claros fue el de Loukas Karabournis y Brent Neiman. Ambos, analizaron los motivos por los que la participación del factor trabajo en la renta mundial se había reducido cinco puntos –que había ganado el capital – en los últimos 35 años. Una de las conclusiones fue que el abaratamiento de los bienes de capital ha permitido a las empresas aumentar el intercambio de estos por trabajadores.
El cambio, que se lleva produciendo durante décadas, no ha afectado a los empleados menos cualificados, como se piensa, sino aquellos que desarrollan empleos más rutinarios. Es más, David Autor, Frank Levy y Richard Murnane demostraron como los empleos menos rutinarios, son los realizados por los sectores más cualificados y menos cualificados. En definitiva, la evolución de la automatización – que cada vez va a ganar más fuerza – estaría detrás de forma notoria en el crecimiento de la desigualdad.
De hecho, en uno de los últimos estudios que se han presentado sobre este fenómeno también apunta en esa dirección. Mayan Eden y Paul Graggl entre otros explicaron que una parte muy importante del empleo perdido en tareas rutinarias se mueve a no rutinarias. Por tanto, la automatización no tiene tanto efecto en el desempleo sino en la denominada polarización económica, esto es que crece el peso de los más y de los menos cualificados, en detrimento de los intermedios.
Globalización y comercio
La otra gran fuerza que está moviendo la economía es la globalización entendida como el fuerte desarrollo del comercio internacional. El libre comercio ha sido la fuerza más importante para reducir la pobreza, de hecho está en mínimos históricos, pero también genera tensiones.
Las fricciones del comercio internacional es que en el corto plazo genera siempre ganadores y perdedores. Entre los ganadores se sitúan las clases altas, esto es, los estratos que desemplean empleos de mucha cualificación. La parte que ocupa las rentas más bajas en países en desarrollo también se sitúan entre los más beneficiados. Por su parte, los principales perdedores son clases medias de los países desarrollados situados en los segmentos industriales.
Fricciones económicas y populismos
Por tanto, esas dos grandes fuerzas están provocando fricciones económicas que sectores populistas han sabido aprovechar. En primer lugar, el libre comercio provoca un efecto ambiguo en la desigualdad, aunque lo reduce de forma global lo eleva dentro de los países. Por su parte, la automatización acentúa el efecto al polarizar los sistemas laborales y limar la acomodada clase media existente.
A ambos efectos, se le une otro todavía más poderoso a la hora de concentrar el descontento de un gran número de personas: los estudios. Los actuales sistemas educativos, como el español, son máquinas de generar trabajadores con estudios universitarios con un futuro incierto.
En una sociedad polarizada – más si cabe en una de bajo valor añadido – no todos caben en las partes más altas y eso se traduce en una cadena que solo genera descontento: en primer lugar, crea descontento en aquellos ciudadanos con estudios superiores que deben desarrollar empleos de poca cualificación. A su vez, estos desplazan del mundo laboral a aquellos que tienen niveles inferiores de estudios. De hecho, la tasa de paro de trabajadores sin estudios supera el 40%, frente al 12% de aquellos con estudios universitarios. Por último, ese descontento se retroalimenta al ver como aquellos de la parte alta, los denominados ganadores, incrementan sus ingresos.
Es un proceso que se retroalimenta y del que es difícil salir. Por ello, los movimientos populistas centran su atención en el libre comercio, ahora han enfocado algo más a la automatización, como principal mal. De hecho, de los dos es el más visible pero es una lucha inútil. La resistencia puede ser mayor o menor, pero poner puertas al campo nunca ha dado ningún resultado.
Pedro Ruiz