Tras completar una década al mando del gigante español de telecomunicaciones Telefónica, César Alierta, envía un claro mensaje: «algunos inversores creen que vamos a seguir comprando cosas, pero no lo vamos a hacer», sino que el grupo se centrará en hacerse fuerte por sí mismo.
En una entrevista con el diario The Wall Street Journal, recogida por EFE-DOWJONES, Alierta añade que Telefónica -la mayor empresa española por capitalización bursátil y el segundo grupo de telecomunicaciones de Europa- busca aprovechar el auge del tráfico de Internet para aumentar sus ingresos y se va a concentrar en el crecimiento orgánico.
«Ahora tenemos la presencia que queremos tener», explica.
A Alierta, el ejecutivo que lleva más tiempo al frente de una compañía de telecomunicaciones europea, se le reconoce la hazaña de haber forjado un imperio que se expande por 25 países, desde América Latina hasta China o mercados europeos más maduros donde la competencia es despiadada, como Gran Bretaña.
«No interfiero en los asuntos cotidianos. Alguien que gestiona las operaciones locales sabe mucho más que yo de ellas. Normalmente me ocupo de los problemas», explica.
Su primera prioridad en Telefónica fue ejecutar una extensa reorganización, reduciendo el valor contable de las licencias de telefonía móvil y desprendiéndose de activos prescindibles adquiridos durante el «boom» de Internet.
«Sanear los activos al principio fue muy fácil, porque mis antecedentes eran financieros», señala. «Vimos claramente en Telefónica que iba a haber una explosión en las comunicaciones en todo el mundo», recuerda.
Aprovechando una posición dominante en España, donde el regulador y las condiciones del mercado le permitían mantener tarifas más altas que en el resto de Europa, Telefónica pudo consolidar durante las últimas dos décadas su presencia en América Latina, destinando alrededor de 90.000 millones de euros (125.500 millones de dólares) a convertirse en el principal inversor extranjero en la región.
También amplió su alcance y el conocimiento de los consumidores en los mercados maduros europeos a partir de 2006, cuando compró el operador inglés de telefonía móvil O2 por 26.000 millones de euros (36.248 millones de dólares) en un acuerdo que modernizó la cultura empresarial de Telefónica y transformó su experiencia en marketing.
Un año antes, compró una participación minoritaria en lo que es hoy China Unicom a través de una alianza estratégica. En la actualidad, el conglomerado español cuenta con 277,7 millones de clientes en todo el mundo, frente a los 68,2 millones con que contaba hace diez años.
Los ingresos anuales de Telefónica, a su vez, se han disparado en la última década para llegar a los 57.000 millones de euros o 79.468 millones de dólares, de los que un 65% proviene del exterior.
Telefónica operará en todo el mundo con tres marcas comerciales: Movistar en España y América Latina, O2 en Europa y Vivo en Brasil.
La compañía española se hizo con el control de Vivo este año, tras una ardua batalla con su antiguo socio Portugal Telecom.
La joven población de Brasil y una penetración relativamente baja de la telefonía móvil hacen de ese país un mercado prioritario para captar nuevos usuarios de Internet y móvil en un momento en el que las economías de Portugal y España sufren el impacto de una severa recesión.
Para comprar el 30% de Portugal Telecom en Vivo, Telefónica se vio obligada a incrementar varias veces su oferta desde 5.700 millones de euros (7.946 millones de dólares) a 7.500 millones de euros (10.456 millones de dólares).
La operación permitió a Telefónica transformarse en el principal operador integrado de telecomunicaciones en Brasil, tras fusionar Vivo con Telesp, el proveedor de telefonía fija de Sao Paulo.
Esto le ha permitido consolidar una cuota de mercado de 27% y atender a alrededor de 70 millones de usuarios, cifra que supera con creces la población española, de unos 47 millones de habitantes.
Telefónica no tiene previsto ofrecer acciones de su filial para ampliar capital en el mercado brasileño, como han hecho otras empresas españolas en el país.
«No necesitamos hacerlo. ¿Por qué habríamos de reducir posiciones en países que van a crecer mucho? El potencial de crecimiento es enorme», asegura.