Richardson dio su apoyo a Obama el pasado mes de marzo, en un momento crítico en el que su campaña estaba a la defensiva por unos comentarios incendiarios del pastor de su iglesia, Jeremiah Wright, por lo que el presidente electo le de debe mucho.
No se trató de un respaldo como otro cualquiera, pues el gobernador, de 61 años, es un gran amigo de Bill Clinton, quien fue su mentor político.
Pocas semanas antes el ex presidente había ido a Nuevo México a ver la final del fútbol americano con Richardson, pero aún así el gobernador no quiso colocar su peso del lado de su esposa, Hillary Clinton.
Su decisión es muestra de su buen instinto político, que le ha llevado de una infancia en la Ciudad de México a los círculos de poder de Estados Unidos.
En asuntos sociales está en el lado liberal del espectro y apoya, por ejemplo, la regularización de los 12 millones de inmigrantes indocumentados del país.
En temas económicos, es moderado. Se jacta de ser un demócrata que ha bajado los impuestos en Nuevo México y ha señalado que «el motor de la oportunidad económica» es el sector privado, no el gobierno.
Como secretario de Comercio, tomará el testigo de Carlos Gutiérrez, quien ha dedicado su gestión a promover el libre comercio con América Latina y ha sido el portavoz del Gobierno republicano sobre asuntos de Cuba, su país natal.
Richardson, en cambio, nació en 1947 en Estados Unidos por insistencia de su padre, estadounidense, que envió a su esposa mexicana a Pasadena (California) a dar a luz.
Entre dos mundos, el latino y el estadounidense
Con trece años, sus padres le mandaron a cursar los estudios secundarios a un internado en Massachusetts. «Los mexicanos no me aceptaban por mi nombre inglés y cuando fui a la escuela a Estados Unidos, los estadounidenses me llamaban Pancho, y tampoco me integraba», rememoró en su biografía Entre dos mundos: La formación de una vida estadounidense, de 2005.
Se tuvo que acostumbrar a ser el único alumno latino de la escuela, pero también se ganó la fama de ser uno de los mejores jugadores de béisbol del equipo. En la escuela conoció a Barbara Flavin, con la que se casaría en 1972. Tal vez esa necesidad temprana de lidiar con una sociedad diferente fue la raíz de sus mayores éxitos políticos en la madurez.
Como congresista por Nuevo México -cargo que desempeñó 14 años-, Richardson se encontraba de camino a Corea del Norte en 1994 cuando Pyongyang derribó un helicóptero estadounidense que había entrado en su territorio por error.
Clinton, entonces presidente, le pidió que negociara con Corea del Norte la salida de los pilotos, lo que colocó a Richardson en el centro de la atención nacional. El entonces congresista logró que el régimen comunista revelara que uno de los estadounidenses había muerto en el incidente. El otro fue puesto en libertad poco después. Ahí comenzó la carrera de Richardson como mediador, a veces de forma oficial, otras en nombre de familias de detenidos, en los puntos más calientes del mundo.
Conversaciones con Husein y Castro
Richardson se reunió con Sadam Husein en Bagdad en 1995 y obtuvo la liberación de dos contratistas estadounidenses.
Un año después se entrevistó con Fidel Castro y le convenció para que sacara de la cárcel a tres disidentes. Richardson también habló cara a cara con los líderes talibanes y obtuvo un alto el fuego temporal en el conflicto de Darfur (Sudán).
Clinton le premió con el puesto de embajador ante la ONU y posteriormente como secretario de Energía. Sin embargo, la gestión de Richardson se vio oscurecida por un caso de espionaje nuclear en el Laboratorio Nacional de Los Alamos.
El político latino se despidió silenciosamente de Washington y en 2002 se presentó a las elecciones en Nuevo México, con lo que se convirtió en el primer gobernador hispano de un estado del país.
Este año concurrió a las primarias de su partido a la presidencia, pero se retiró pronto ante el escaso apoyo recibido. Ahora volverá a Washington, con su talante jovial y su agudeza política, gracias a Obama.