Célebres en el norte de Perú, muchos de los chamanes se niegan a hablar con extraños o forasteros, aunque siempre hay algunos que aceptan preguntas y hasta fotografías.
En la ciudad de Chiclayo, a 780 kilómetros al norte de Lima, aseguran que es «muy peligroso» hablar de brujos en cualquier época y, más aún, publicar sus historias por escrito.
José Ballona Céspedes es un curandero de 80 años, nacido en el pueblo de Salas, a 70 kilómetros de Chiclayo, y empezó en lo que él denomina «el arte de la observación» a los doce años. Ballona asegura que hay una enfermedad llamada Yatama, que acecha a muchas poblaciones de los alrededores y que sólo su «arte» ha podido salvar a los enfermos. También puede curar el «susto de cerro», el «susto de agua» y el «susto de aire» y recibe a pacientes que acuden para que les extirpe las verrugas o las haga desaparecer en una noche.
«La gente viene muy seguido por el riesgo de perder la razón, creen que están locos y vienen a mí, o son traídos por sus familiares», confesó este veterano curandero.
Los «brujos malos»
Asimismo, existen en la región los «compactados», término que hoy define a los «brujos malos» o, dicho en idioma quechua, los «Millay makiyú supay». A los curanderos buenos o «brujos buenos» se les llama «Taita allí makiyú». Sin embargo, «todos son chamanes», según concuerdan muchas investigaciones sobre la historia del curanderismo en Perú.
Una diferencia entre un «brujo malo» y un «brujo bueno» es que al primero se le conoce con el apelativo de «malero» y se considera que tiene el poder de hacer «daño». «Y no solamente es el daño, es la falta de fe», explicó otro chamán, quien prefirió no ser identificado porque considera que los curanderos no deben «ser conocidos».
Este brujo anónimo tiene, como la mayoría, un ayudante que le alcanza los utensilios durante una «mesada». Esta consiste en extender una tela sobre el piso y colocar sobre ella los objetos ceremoniales antes de empezar un ritual con algunas «frases de invocación», según explicó Marco Antonio Namuche, un «buen brujo» de cuarenta años, cuyo padre falleció recientemente. «Cuando hago una mesada, mi papá viene, se sienta a mi lado y ve todo lo que hago», aseguró este hombre recio y delgado.
Él prepara un macerado de tabaco de la selva («mapacho»), alcohol de caña y ají amarillo, y luego lo inhala por ambas fosas nasales doscientas veces antes de tomar el San Pedro, en una práctica que se conoce como «shiringada». La pócima se obtiene al hervir el cactus San Pedro, que crece de en las laderas de los cerros, donde también existe gran cantidad de restos arqueológicos abandonados, de donde los chamanes obtienen objetos prehispánicos correspondientes a la cultura Moche (siglos II y VIII). Muy cerca de Chiclayo se ubica también el pueblo de Túcume, donde habitan brujos con tradiciones distintas a los de Salas, cuyas referencias se encuentran también en la literatura.
Todas estas tradiciones han llevado a las autoridades de la Dirección Regional de Turismo de Lambayeque a elaborar un plan de promoción turística de los chamanes, quienes pueden enseñar a los foráneos la experiencia de la toma del brebaje ancestral.