Hacia el final de su carrera, se dice que a Errol Flynn, que murió en octubre de 1959, le costaba horrores recordar una sola línea de diálogo en sus películas, a pesar de ofrecer grandes creaciones, como la del Mike Campbell de Fiesta (1957) o el John Barrymore de Too Much, Too Soon (1958), casualmente dos grandes bebedores.
Pero antes de llegar a ese final fue representante durante años del esplendor en la hierba, aderezado con todo tipo de escándalos sexuales, titánicas borracheras y mitos que se debaten entre la exageración y la ficción: «Marilyn Monroe llegó a contar que tocaba el piano con el pene en sus fiestas privadas», escribió el propio Flynn en su autobiografía póstuma: My Wicked, Wicked Ways.
Belleza y encanto
Nacido el 20 de junio de 1909 en Hobart, capital de Tasmania (Australia), hijo de un biólogo y una mujer de la alta sociedad, tras ser expulsado de todos los colegios a los que asistió decidió buscarse la vida como boxeador aficionado, buscador de oro, marino mercante e incluso, dicen, castrador de ovejas.
Fue en 1935 cuando la oportunidad llamó a su puerta. Tras haberse dedicado a la interpretación como pasatiempo, su belleza y encanto atrajo la atención de los Warner Brothers y le reclamaron para el papel principal del bucanero El Capitán Blood, ya que la primera opción, la del británico Robert Donat, se había descartado por compromisos profesionales de éste.
Ésta fue la primera vez que trabajó con Michael Curtiz, director de Casablanca, con quien volvió a colaborar en otras once ocasiones a pesar de la conocida enemistad que les separaba, debido en parte a que Lili Damita, primera esposa de Flynn, fue antes la segunda mujer del realizador húngaro.
El perfecto sustituto del héroe de aventuras
Flynn no sólo convenció a todos en la industria sino que se convirtió en el perfecto sustituto del héroe de aventuras que años atrás había encarnado Douglas Fairbanks, otro de los grandes ídolos de Hollywood, que decidió retirarse un año antes.
Así llegaron títulos como La carga de la Brigada Ligera (1936), The Dawn Patrol (1938), Dodge, ciudad sin ley (1939), La vida privada de Elizabeth y Essex (1939), El Halcón del mal (1940) o Murieron con las botas puestas (1941), aunque el título por el que siempre se le recordará fue el de Las Aventuras de Robin Hood (1938).
A nadie le sentaron mejor las mallas en el cine. Tanto fue así que a los Warner Brothers les salía tan rentable el negocio que no se cansaron de encasillarlo en personajes heroicos, algo de lo que se quejó el propio Flynn.
En aquella autobiografía relataba: «Según pasaban los meses y los años, los papeles estereotipados que interpreté me restaban ambición por hacer mejores cosas o esperar poder hacerlas en Hollywood», una reflexión que conectaba con sus desenfrenos fuera de los platós. «No sé hasta qué punto esto de empuñar tantas veces una espada o montar un caballo ha provocado mis rebeliones, mis grandes juergas y mis payasadas por todo el globo, pero creo que tiene mucho que ver», añadió.
Enamorado de Olivia de Havilland, compañera de reparto en 9 filmes
El ego de Flynn quedó dañado cuando se le denegó participar en la II Guerra Mundial debido a su historial de tuberculosis y malaria, lo que agravó ese conflicto entre su rutilante imagen en Hollywood y sus objetivos personales. En esa autobiografía también admite que se enamoró de Olivia de Havilland, su compañera de reparto en nueve películas, con la que formó la gran pareja cinematográfica de la meca del cine en aquella época.
«Sí, nos enamoramos y creo que eso es evidente en la química que desprendíamos en pantalla», declaró recientemente la actriz, de 92 años. «Pero sus circunstancias en aquel tiempo impidieron que la relación fuera adelante», añadió.
Por entonces Flynn estaba casado aún con Damita, y al término de ese matrimonio (1935-1942) su carrera profesional, tras sus colaboraciones con Raoul Walsh a finales de la década de los 40, emprendió el declive, al que acompañó su rápido deterioro físico. Él mismo lo justificaba: «Pretendo vivir la primera mitad de mi vida. No me importa el resto». A buena fe que lo cumplió.