Rubina Ali se encuentra en París, en el lobby de un hotel donde concede entrevistas para presentar El sueño de Rubina (Planeta), un libro en el que la periodista india Divya Dugar y su colega francés Anne Berthod recogen en boca de Rubina su intensa experiencia vital y la de su padre. En él relata, entre otras vivencias, cómo la esposa de un jeque árabe se encaprichó de la pequeña y ofreció dinero a su padre para llevársela a Dubai, negocio que su progenitor rechazó.
«Mi padre me dijo que debía escribir el libro», explica con ojos brillantes como botones de carey una niña a la que la vida le puso en la boca la efímera miel del estrellato, el lujo y la fama, y que ahora sólo sueña con conseguir una casa con paredes en vez de chapas de latón y con estudiar para convertirse en actriz de Bollywood.
Bollywood, la meca del cine indio que es la que conoce, admira y ansía. Y no Hollywood, sinónimo del glamour del cine occidental, donde compartió alfombra roja con celebridades como Angelina Jolie o Brad Pitt, de quienes ni siquiera había oído hablar. Rubina fue verdaderamente consciente de la dimensión que había adquirido la película dirigida por Danny Boyle, ocho veces premiada en los Oscar, cuando se estrenó en la India, el teléfono de su padre empezó a sonar sin tregua y los encuentros con prensa y políticos se convirtieron en algo habitual.
Sigue viviendo en una chabola
«Hasta ahora no ha conseguido dinero, sólo fama y todo lo demás», comenta Dugar, coautora del libro. De hecho, Rubina sigue viviendo en una diminuta chabola en su barriada mientras espera a que el Gobierno regional de Maharashtra o el británico Boyle les consigan la casa que le prometieron a su familia.
Esa reivindicación queda patente en el estilo directo y pretendidamente infantil del libro, en el que participó activamente su padre para asegurarse de que se reflejase su visión adulta de la historia de su hija.
Para Rubina sólo existen palabras de admiración hacia Boyle, un hombre que, entre otras cosas, le paga el colegio en el que estudia ahora, un gesto que el editor francés del libro, Philippe Robinet, describe como «un trabajo formidable». El cineasta, criticado por no ayudar lo suficiente a los menores que actuaron en su película, acusó a la prensa de elevar excesivamente las expectativas de una mejora de vida para estos niños.
Dinero para seguir formándose
El dinero que Rubina y su familia ingresen por El sueño de Rubina (un anticipo de 10.000 euros más el 10% de las ventas planetarias de una biografía de la que sólo en Francia se publicarán 40.000 ejemplares) lo quieren dedicar a la formación de la niña. «Quiero aprender, ir al colegio, bailar y mejorar mi interpretación», dice con restos de maquillaje de henna en las manos una niña que empieza a hartarse de susurrarle al mundo que le debe una vida mejor que la que le ofrecen las calles de la India y que ha tenido demasiado cerca como para poder renunciar a ella de golpe.
«No he cambiado realmente, pero sí he cambiado un poco. Veo lo que la gente hace», dice la actriz que dio vida a la pequeña Latika, el amor eterno en la gran pantalla de Jamal, un «perro de barrio marginal» que se hace millonario en un concurso de televisión.
Los grandes planes de esta niña y su familia pasan ahora por ganarse la vida en el universo del celuloide. Sin embargo, lo que realmente le gusta a Rubina para divertirse es «lanzar cinco canicas al aire con sus amigos e intentar cogerlas todas con una mano sin que se caigan», confiesa. Y es que Rubina es sólo una niña de diez años, aunque sea «una entre mil millones», como dice Dugar.