Frente a la historia de buenas intenciones de Tornatore, John Hillcoat y Todd Solondz han traído a Venecia dos películas duras, aunque de estilos y objetivos diferentes, bien rodadas e interpretadas, con menos parafernalia publicitaria y mucho más cine que mostrar. Basada en una novela de Cormac McCarthy, The Road es una historia apocalíptica, dramática y sin esperanzas, la de un hombre (Viggo Mortesen) que huye de un mundo casi desierto y tomado por bandas de delincuentes en un recorrido desesperado hacia ninguna parte, con el único objetivo de salvar a su hijo.
Una historia de miedo en estado puro, el de un padre que teme -aunque a veces desee- la muerte de su hijo en un mundo en el que no quedan oportunidades ni apenas vida. Y también de la soledad que siente ante la falta de su mujer (una Charlize Theron que se convierte en la imagen de un pasado con esperanza) y de cualquier otro ser humano en el que poder confiar.
Excelente fotografía y buenas interpretaciones
Con una excelente fotografía del español Javier Aguirresarobe, una música profunda de Nick Cave y unas creíbles interpretaciones de Mortesen y, especialmente, del niño Kodi Smit-McPhee -que recuerda y mucho al Lukas Haas de Único testigo-, la película carece sin embargo de tensión.
Una tensión difícil de conseguir dado el más que evidente desarrollo de una historia abocada a un final inacabado y dramático, pero que lastra la evolución de un filme que podía haber sido redondo. Un problema que suelen tener las adaptaciones cinematográficas de novelas de peso y, en este caso, tan complicadas como son las de McCarthy, cuya obra No es país para viejos fue llevada el cine con éxito por los hermanos Coen.
Una parodia acidísima de la sociedad actual
Frente a la dureza de The Road, otra película en competición menos dura en apariencia pero con un trasfondo terrorífico se vio este jueves en Venecia. Life During the Wartime es el último trabajo de Todd Solondz, que con esta historia parece tomar el testigo de su cinta más reconocida, Happiness (1998).
Crítica, ironía, hipocresía, odio, amor, necesidad y también soledad son algunos de los elementos que aparecen y desaparecen por esta película -la primera en recibir aplausos en Venecia- que es una parodia acidísima de la sociedad actual, especialmente de la americana. A través de tres hermanas -Allison Janney, Shirley Henderson y Ally Sheedy- el director traza una retrato sin contemplaciones que muestra lo absurdo de ver en los demás los defectos que no vemos en nosotros mismos.
Cómo cada personaje cree tener el poder absoluto de la verdad y cómo cada uno de ellos está tan solo y perdido como las personas que les rodean.
Janney es una mujer separada de un marido en la cárcel por pedofilia, que trata desesperadamente de buscar una nueva pareja, ante la mirada atónita de su hijo de 12 años; Henderson se dedica a rehabilitar a asesinos y violadores -y está casada con uno de ellos- y Sheedy es una artista en plena crisis existencial.
Tres historias que se entrecruzan y que están contadas desde la ironía que supone situar la acción en la brillante y soleada Florida, el paraíso de los jubilados estadounidenses, y con un estilo narrativo bastante simple y directo. Unos divertidos y acertados diálogos y unas estupendas interpretaciones, entre las que destaca la del hijo de una de las protagonistas, Dylan Riley Snyder, permiten al director hacer una crítica feroz y al mismo tiempo divertida. Dos películas muy diferentes pero que han dejado buenas vibraciones en esta primera parte de la 66 edición del Festival Internacional de Cine de Venecia.