Henry Paulson, el secretario del Tesoro, y Ben Bernanke, el presidente del banco central estadounidense, decidieron dejar que se hundiera Lehman Brothers, un gigante de las finanzas con 158 años de solera.
«Visto ahora, está claro que fue un error», dijo a Efe John Boyd, asesor del Banco de la Reserva Federal de Minneapolis. «Entonces todo el mundo creía que los mercados habían anticipado y asumido que Lehman Brothers caería, pero su reacción fue una sorpresa», añadió.
El hundimiento de ese banco de inversión no fue la causa de la crisis financiera, pero sí el desencadenante del «gran pánico» de 2008, que a punto estuvo de provocar una trombosis en los canales financieros del mundo.
«El sistema financiero global estuvo muy cerca del colapso», reconoció Bernanke en una entrevista en marzo.
Los problemas de Lehman Brothers eran conocidos: Se había endeudado tremendamente por la compra de activos cuya demanda se había hundido de forma súbita, en particular títulos hipotecarios estadounidenses. La caída del mercado inmobiliario significó su ruina.
Apuestas similares había realizado el banco de inversión Bear Stearns, al que el gobierno se vio obligado a sostener en marzo de 2008 con un préstamo de 29.000 millones de dólares que permitió su compra por JP Morgan Chase.
«Paulson odió rescatar a Bear Stearns», relató a Efe una fuente financiera cercana al actual gobierno que pidió no ser identificada.
Con acceso privilegiado a las cuentas de Lehman Brothers, él y Bernanke sabían que esa entidad sería la siguiente víctima y se pasaron seis meses pensando cómo dejarla quebrar si no encontraban un comprador, según la fuente.
Su objetivo era restablecer la disciplina de mercado con una señal de que el gobierno no sería la tabla de salvación de todas las entidades.
Querían que los bancos limpiasen ellos mismos los pozos ciegos donde habían echado el papel «basura» y se lo pensasen dos veces en el futuro antes de especular de forma desenfrenada.
El tiro por la culata
El tiro les salió por la culata a las autoridades porque no entendieron el alcance de los tentáculos de Lehman Brothers, lo que en sí mismo es una muestra de las lagunas en la normativa bancaria estadounidense, según los expertos.
«Un regulador debería saber si las entidades A y B están conectadas», afirmó Charles Geisst, profesor de Finanzas del Manhattan College.
Lehman Brothers era socio en transacciones en todo el mundo y su presencia era particularmente importante en el mercado de pagarés a corto plazo, que las empresas usan para cubrir gastos usuales, como el pago de salarios.
Su quiebra detuvo en seco ese mercado al hacer que los inversores, asustados, retiraran el dinero de las cuentas monetarias, un sector de 3,6 billones de dólares que financia el mercado de pagarés.
Como resultado, el crédito se congeló, algunas compañías no pudieron pagar a sus empleados y el gobierno tuvo que intervenir con una garantía de los depósitos en ese tipo de cuentas.
Además, se tragó su renuencia a salvar a entidades financieras con el rescate el 16 de septiembre de la aseguradora AIG, en la que la «Fed» inyectó 85.000 millones de dólares.
Tras Lehman, el banco central se percató de que sería muy difícil encontrar conglomerados, los «caballeros blancos» en el argot financiero, que absorbieran a firmas menores con problemas, según Geisst. Los valores de mala calidad se apilaban en los sótanos de todos ellas.
En su lugar, «la Reserva Federal -dijo este experto- tuvo que hacerse presente ella misma en los mercados», asumiendo funciones de prestamista antes desempeñadas tan sólo por bancos privados, gracias a su suministro inagotable de dinero, que simplemente imprime.
Un año después su brazo sigue metido hasta el codo en el sistema financiero para evitar otro descalabro como el de Lehman Brothers.