Aquel guardia menudo, rubicundo, de pelo ralo, malhablado y con marcado acento andaluz vació el cargador de su fusil contra el techo de la tribuna de prensa. El ruido de los disparos se unió al estruendo de tiros que subía del hemiciclo. Cuando volvió el silencio, nos amenazó: “cierra el micro”. Rafa y yo lo tiramos lejos rodando por el suelo. Después encañonó al operador de cámara y le gritó: “apaga la cámara o te mato”. “Que es del camión”, repetía despavorido aquel hombre. De un culatazo cambió el eje de la cámara que desde entonces retrató la nada. En realidad no consiguió nada, la SER había lanzado ya el sonido de aquella asonada militar contra la libertad a toda España y TVE lo había grabado para siempre. Si alguna de las balas hubiera rebotado en la columnata de hierro que circunda las tribunas altas, alguno de nosotros habría terminado mal. Solo el renacuajo golpista se hirió en la muñeca con uno de sus propios cartuchos. Los periodistas tumbados por el suelo blancos de miedo y del yeso que había caído del techo nos sorprendíamos de estar vivos.
Salí a gatas y al ponerme en pié fui encañonado por otro agente ya mayor. ¡Al suelo!, escuché. Me encajé entre Emilio Olavarrieta, el técnico de la SER, y Helga Soto, entonces jefa de prensa del PSOE. “Los han matado a todos” me susurro al oído. No era verdad, afortunadamente. Por fin, desprovistos de todas las herramientas profesionales, nos bajaron al pasillo que franquea el paso a la Cámara. Allí, de pie, en fila, con la espalda pegada a la pared, entre las estatuas de los padres de la patria vimos a los policías escoltas del gobierno y del cuerpo de guardia del Congreso formando corrillos. En el suelo, sus armas reglamentarias, en pequeños montones. Pensamos que si se hubieran resistido la matanza habría sido terrible. Los guardias corrían de un sitio a otro sin sentido y de vez en cuando aparecía un Tejero pálido y chulesco. “Todos estos a la calle”. Y así nos vimos Rafael Luis Díaz y yo camino de la Gran Vía 32, la sede de la Cadena SER, tan cerca del Palacio de la Carrera de San Jerónimo.
Paco Laina, Secretario de Estado de Seguridad, el auténtico presidente de gobierno aquella noche, había mandado a Radio Madrid policías leales que nos protegieron y evitaron que los soldados tomaran la emisora. Allí dentro, la audacia y valentía de Eugenio Fontán, director de la SER y Fernando Onega, responsable de informativos, con todos los periodistas de la Cadena y de todas sus emisoras protagonizaron una noche que ha pasado a la historia como la “noche de los transistores”. Millones de españoles, en realidad toda España siguieron con el alma encogida las noticias que íbamos dando: tranquilidad en Cataluña, tanques en Valencia, el general duerme en Sevilla, del Yerro no se mueve en Canarias, el general Quintana había regresado a Madrid y los blindados de la Brunete no tomarían la capital, Pardo Zancada llega con una unidad motorizada y el Rey por fin habla. Y así toda la noche. Gracias a la amistad del entonces periodista de la SER José María García con el general Sáez de Santa maría, una unidad móvil se situó toda la noche a las puertas del Congreso. Y así fue cómo contamos las idas y venidas del general Armada, los “esto no se va a hacer así” del general Gabeiras la rendición de los guardias y su escapatoria humillada por las ventanas bajas del palacio, o la salida alborozada de los secuestrados.
Finalmente me quedo con las palabras del entonces Presidente del Congreso Landelino Lavilla. Recuperada la libertad, dijo: “Señores diputados se reanuda la sesión. Salgan ordenadamente y con calma. Proceda la primera bancada…”.
Todos con ellos habíamos recuperado la condición más importante que tiene el hombre: la libertad.
Fernando González, director adjunto CMT informativos.nCorresponsal político de la SER el 23-F de 1981.