domingo, noviembre 24, 2024
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Aguirre cava la trinchera

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El tablero político que se ha dibujado estos días en el PP de Madrid es la última consecuencia de una jugada de ajedrez diseñada por José María Aznar hace nueve años. Corría el año 2002, quedaba menos de un año para las elecciones autonómicas y locales y el entonces presidente pronto tendría que resolver la cuestión sucesoria. Una calurosa tarde de julio, citó a Alberto Ruiz-Gallardón a su despacho en La Moncloa. El presidente de la Comunidad de Madrid acudió nervioso a la cita y se fue con un punto de aflicción. El presidente le pidió que bajara un escalón y fuera el candidato del PP en el Ayuntamiento de Madrid para enfrentarse a una joven candidata socialista, que estaba volteando las encuestas. Cuentan, que, además, Aznar le pidió su parecer sobre cuál era la mejor persona para sustituirlo al frente de la Comunidad. Gallardón deslizó el nombre de Esperanza Aguirre pensando que nunca le haría sombra. Pocos meses después, Aznar designó a Mariano Rajoy como su sucesor en el partido. El triángulo político esbozado por el expresidente ha protagonizado buena parte de la vida política del PP con enfrentamientos más o menos soterrados entre cada uno de sus vértices.

Casi un decenio después, Mariano Rajoy es, por fin, presidente; el alcalde acaba de ser elegido diputado y la mayoría coincide en que su salto a la política nacional es cuestión de semanas, dejando a Ana Botella como alcaldesa. Ante esta nueva situación, Aguirre ha reaccionado. Ha blindado al PP de Madrid para afrontar el incuestionable poder de Rajoy en el partido. El pasado miércoles destituyó, por sorpresa, a Francisco Granados como secretario general de los populares madrileños y colocó en su lugar a Ignacio González, su número dos. El vicepresidente regional suma a su poder institucional, ya que también es portavoz del Gobierno y consejero de Cultura y Deportes, el control absoluto del partido. «En realidad es una confirmación porque ya ejercía ese poder», cuenta un miembro de la dirección del grupo. Así se entendería la frase envenenada que le dirigió Granados en el comité regional del pasado miércoles tras ser destituido: «Enhorabuena, Nacho, porque por fin vas a poder ser lo que has ejercido durante estos años y no me has dejado ser a mí, secretario general». Atrás queda una historia de intrigas y ambiciones en la carrera por la sucesión de Aguirre.

Pero González está marcado en Génova. Muchos no olvidan su papel en el comité de dirección nacional tras la derrota del PP en las generales de 2008. Pidió la palabra y leyó un durísimo discurso en el que criticaba abiertamente a Rajoy, le reprochó que estaba «convirtiendo al PP en una segunda marca de los socialistas». Su intervención en aquel cónclave fue entendida como un desafío al líder popular y el inicio de las hostilidades que desde Madrid se desataron contra él. Semanas después, Aguirre amagó con disputarle la presidencia del partido a Rajoy, pero midió mal sus fuerzas en el congreso del PP en Valencia. Desde entonces su relación se ha mantenido en los márgenes de la desconfianza. Por eso, el nombramiento de González como secretario general del PP en Madrid ha despertado suspicacias en el entorno de un Rajoy al que ahora nadie discute. En el PP regional crece la idea de que el líder popular tiene un problema en Madrid. Pero también consideran que la devastadora situación económica ocupará al presidente popular lo suficiente como para no preocuparse por esta otra crisis.

Por si acaso, Aguirre se atrinchera con el nombramiento de González y además le convierte en su delfín. Entre los populares crece la idea de que esta será la última legislatura de la lideresa al frente de la Comunidad de Madrid. González niega cualquier maniobra para sustituirla. «Es una cuestión que ni se ha planteado nunca, ni me la planteo, ni nada de nada», dijo el pasado jueves. De momento ya se ha quitado a Granados de esa carrera. Aunque muchos consideran que nunca tuvo opciones. «Siempre ha mandado González. Lo de Granados lo permitió la presidenta porque le hacía gracia», señala un miembro del comité del PP. Ambos llevaban años luchando por el control del Gobierno. La pasada legislatura fue la más enconada, pero las discrepancias comenzaron mucho antes.

Lo recordó el todopoderoso González hace dos días: «Si hay alguien que haya hecho lo indecible porque Granados fuera secretario general, ese soy yo». Se refería a un capítulo ocurrido en 2004, cuando Aguirre se hizo con la presidencia del PP de Madrid. Acababa de ganar las elecciones tras un oscuro episodio conocido como el tamayazo y decidió que debía controlar el partido y romper el delicado equilibrio entre ratistas, manzanistas, gallardonistas, aznaristas y la vieja guardia de la derecha. En un tenso congreso regional, en el que Gallardón trató sin éxito de frenarla, transformó a todas las corrientes en una sola: el aguirrismo. González había salido quemado tras el pulso con el alcalde y el vicealcalde Manuel Cobo y propuso a la presidenta que designara al joven consejero de Transportes como secretario general. Granados había sido alcalde de Valdemoro y mantenía buena relación con otros regidores de la región.

Hasta entonces, el cargo en el partido era incompatible con otro puesto en el Gobierno. El número dos maniobró para que Granados cesara como consejero pero este logró mantenerse. Pocas semanas después, Aguirre le citó para recordarle que el partido requería plena dedicación y debía dejar el Gobierno. Granados, tras una tensa conversación, le arrancó, a cambio de Transportes, la cartera de Presidencia y Función Pública. Esa misma noche, en una cena de Navidad en Las Rozas, coincidió con González que, según fuentes presentes en la conversación, le amenazó: «Te vas a arrepentir de lo que has hecho».

Comenzó entonces una áspera relación entre Granados y González que concluyó el pasado miércoles. Atrás quedó el turbio asunto de los espías en el que sus respectivos equipos se acusaron mutuamente de tener algo que ver en el supuesto seguimiento a altos cargos del PP en la región, y que provocó un nuevo enfrentamiento entre Aguirre y Rajoy. O el acuerdo por convertir a González en presidente de Caja Madrid, frenado por el presidente popular a pesar de la lideresa.

Tras frustrarse la salida del vicepresidente a la caja se recrudeció la guerra entre ambos. Se había producido la ruptura definitiva. Durante las pasadas elecciones autonómicas y locales, el ahora ex secretario general conoció las candidaturas por la prensa. «Es raro que no rascara bola en las listas», admite un cargo afín al vicepresidente. Era González quien hacía y deshacía en el partido. «La presidenta se cansó de tener a dos cabezas peleándose. Nunca fue un pulso entre iguales. Nacho siempre ha tenido la confianza y el cariño de la presidenta», añade.

Aguirre sacó a Granados del Gobierno y le ofreció la portavocía del grupo en la Asamblea, pero el exconsejero lo rechazó tras una reunión salpicada de reproches y apostó por mantenerse como secretario general a la espera de tiempos mejores. A partir de entonces, Granados empezó a moverse para acercarse a la dirección nacional. Y la situación empeoró. Durante las pasadas elecciones generales, desde el entorno de Aguirre se le acusaba de trabajar para la candidatura de Rajoy, en vez de coordinarse con la presidenta. El miércoles Aguirre cogió la guadaña y reabrió una crisis con el entorno de Rajoy. Ahora al nuevo presidente le toca mover las piezas que Aznar dejó sobre el tablero madrileño hace una década.

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