Nuevecosechas respondía a la perfección al tipo y comportamiento de los llamados “condesos”: los toros legendarios del Conde de la Corte que todavía pastan su bravura en “Los Bolsicos, la finca taurina por excelencia, en el término pacense de Jérez de los caballeros.
Nuevecosechas era un toro impresionante; muy por encima del trapío medio que se estilaba en su época: finales de los ochenta. Acabo de recibir la noticia de la muerte del maestro sevillano y no tengo el ánimo para buscar datos en el archivo. ¿Qué más da la fecha exacta?
Lo cierto es que Nuevecosechas era un toro muy bravo y muy fiero, castaño salpicado y cornalón, y que eligió para el último tercio los terrenos del 5, los más difíciles de la plaza de las Ventas.
Y allá se fue por él Diego Puerta, lo demás quedó en los anales de la catedral del toreo como una de las peleas más apasionantes que se han vivido sobre su arena. Ganó el torero. Ganó el valor y la gracia, y es que de eso se trata, de sumar a la emoción la sensibilidad y la inspiración para crear una obra de arte jugando con el riesgo máximo. Esto es el toreo eterno.
Recuerdo a Diego Puerta llevando con salero hasta los pantalones de arenero y de vaquero que tantas veces remendaron sus trajes de luces destrozados por los pitones. Quizá quien mejor supo definir esta combinación de valor espartano y gracia sevillana fue el maestro de la crítica, Antonio Díaz Cañabate, en su magistral artículo publicado en ABC con el título de “Diego Puerta y la Zurriola”. Se refería a uno de los grandes triunfos del maestro en la plaza donostiarra: en la costa el viento capaz de desatar al cantábrico en oleaje feroz y en la arena otro vendabal, éste de arte y de valor. Toreaba Diego Puerta.
También se dijo, y lo recuerda ahora su nobilísimo ahijado Santiago Martín El Viti, que tenía valor para dar “veinte esparteros”. Por cierto también se comparaba con el estoico “Maolillo” al manili de los años ochenta, heróico lidiador de Miuras en la catedral de Las Ventas.
Tras su retirada, que fue definitiva, el maestro Puerta se convirtió en un excelente agricultor. ¿Sería premonitorio el nombre del “condeso”? Lamentablemente ha sido corto, o al menos no todo lo extenso que hubiera merecido, el tiempo que ha podido disfrutar del nunca mejor dicho “reposo del guerrero”. Dios le tenga en su gloria. La que ganó en este planeta de los toros nadie puede ponerla en duda y queda presente en la historia del toreo.