No consta que José Antonio Griñán (Madrid, 1946) sienta especial predilección por la literatura de capa y espada. Pero, sea como sea, el presidente en funciones de la Junta de Andalucía y candidato socialista a la reelección puede hacer suya desde anoche la célebre cita tantos años atribuida a Zorrilla: “Los muertos que vos matáis gozan de buena salud”. Porque las encuestas daban por muerto a Griñán. Las tertulias de bares, también. Y mucho más de la mitad del PSOE, amén del propio Javier Arenas. Y resulta que Griñán, el aspirante que en abril de 2009 y tras el nombramiento de Manuel Chaves como ministro de Zapatero llegó de rebote a la Presidencia andaluza, está hoy mucho más vivo que ayer. Aun habiendo quedado en votos por detrás del PP, Griñán ha sobrevivido al vendaval conservador. Y sobrevivir multiplica de inmediato el carisma de quien lo logra, algo que, sin duda, tendrá repercusiones en el PSOE.
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El carisma de los supervivientes
Todo indica que este hombre de trayectoria política diversa –comenzó en 1982 como viceconsejero andaluz, fue ministro de Trabajo en el último Ejecutivo de Felipe González y regresó de nuevo a Andalucía- volverá a gobernar, aunque con el apoyo imprescindible de Izquierda Unida. Como caber, caben sorpresas. Pero que se repita lo sucedido en Extremadura, donde la abstención de IU abrió la puerta al PP, parece hoy una hipótesis extravagante o marciana.
A Griñán, a este José Antonio siempre dispuesto a remachar que se llama Pepe y lo demás son zarandajas, no ha podido derribarlo sin opciones ni la gravísima situación económica de Andalucía ni el agotamiento de 30 años de ininterrumpido mandato socialista. Ni siquiera la investigación judicial sobre los falsos ERE -700 millones repartidos de forma presuntamente ilegal- con envío a prisión incluido del exdirector general Javier Guerrero en el arranque de la campaña electoral. Muchos creyeron que de nada serviría a Griñán su énfasis en recordar que fue la Junta de Andalucía la que puso el caso en manos de los tribunales. No ha sido así.
Tildado de “técnico” por sus detractores como sinónimo de dirigente sin fuste político, Griñán sabe en efecto de números: su presencia en los Consejos de Gobierno andaluces se remonta a 2004, cuando Chaves lo fichó como consejero de Economía y Hacienda. Es menos conocida su pasión por la ópera italiana, un género por definición apasionado y en apariencia poco apto para alguien cuya frialdad o capacidad de prospectiva le llevó a no adelantar las elecciones autonómicas para hacerlas coincidir con las generales. Se negó a adelantarlas en contra del criterio de buena parte de la cúpula federal socialista. Su decisión, hoy se ve, le ha salvado de la pira.
Los resultados parecen confirmar la validez de su análisis sobre cómo Mariano Rajoy y sus recortes pondrían rápidamente en alerta a los andaluces. Hace días, fue Rajoy quien en uno de los últimos mítines del PP se congratuló de haber oído a Felipe González y Alfredo Pérez Rubalcaba hablar en el AVE sobre Griñán con términos idénticos a los que él mismo habría empleado. Hoy, seguramente la broma ya le ha amargado la lengua al presidente del Gobierno. Y, leído hoy, el chascarrillo adquiere tintes de venganza: la de aquel a quien se presuponía perdedor y termina imponiéndose a los sedicentes vencedores. Fuera del partido y, también, dentro.
Enfrentado a Rubalcaba en el congreso del PSOE y muy distanciado de Manuel Chaves, Griñán y los suyos estuvieron a punto de inclinar la balanza hacia el platillo de Carme Chacón. No ocurrió así y muchos en el PSOE comenzaron a preparar su funeral para el 26 de marzo bajo el argumento de un liderazgo interno débil , precario y sin raíces. Hoy, la pregunta estriba en si será él quien amortaje a los que hasta ayer le reclamaban la renuncia a la secretaría regional del partido en el supuesto de derrota.