Se reúne el Pleno de la Asamblea de Madrid en el hemiciclo vallecano, en la semana más madrileña y tras haber asistido a los actos conmemorativos del alzamiento de los gatos contra los gabachos, fecha elegida por el primer presidente, Don Joaquín Leguina, para celebrar el “invento” autonómico de la bandera de siete estrellas y aquel himno de letra impronunciable en el que figuraba el verso “las vueltas que da el mundo para estarse quieto”.
Curioso el fasto con entrega de medallas y cruces de tanto alcance que le llegan, por citar un ejemplo, a Torrente 1, 2, 3 y 4, impuestas con decoro y ante una audiencia de notables por la señora Aguirre, la lideresa que se revuelve como una gata de aquellas, aunque a veces acuse, como en el Pleno de ayer por la tarde, los golpes duros y directos de joven Tomás Gómez, líder de la vieja FSM de Leguina, transmutada hoy en el PSM de Gómez.
La travesía de Tomás Gómez desde la Parla tranviaria va dando sus resultados, aunque sólo sean, de momento, en la dura y abrupta dialéctica que pone en evidencia las contradicciones del gobierno regional, de la lideresa, de los gatos autonómicos y las cuentas públicas, cuyo orden intelectual se desdibuja entre los disparos de Goya en la Moncloa, a espaldas de palacio, y las fiestas en honor de doña Manuela Malasaña, en el castizo barrio de las Maravillas, o en la otra fiesta, la de la Rosa, que en la a los pies de la puerta del cuartel de Monteleón sirve para conmemorar otro evento muy madrileño, la fundación del PSOE hace ciento treinta y tres años en una taberna de la calle Tetuán, no menos castiza, a poco más de una salva de fusilería o de un toque de Diana de la fiesta grande la Comunidad, en la Puerta del Sol.
Se llevó Gómez la tribuna a su escaño y desde él, como es costumbre en el turno de preguntas, recordó a Doña Esperanza Aguirre que las fiestas y las celebraciones compartidas habían tocado a su fin y que todo volvía al duro y arisco escenario del conflicto entre modelos. “Señora Aguirre salga usted del club de golf”, dijo Gómez sin despeinarse ante la presidenta hierática, acostumbrada a recibir tanto como ella da. “Antes de poder reaccionar a sus mentiras, nos encontramos con dos nuevas”. Y Gómez hizo el catalogo desbocado de reproches: “Si yo soy presidenta en la Comunidad de Madrid no habrá copago”, había dicho ella y el líder socialista se lo recordaba, “ahórrese la demagogia de los jubilados ricos y los jubilados pobres: hacer que el que más tiene más pague es volver a poner el impuesto de sucesiones”. Ella impasible el ademán; él: “no perdonen el fraude fiscal de los que más tienen”, y así una salva enardecida de recordatorios sobre las “mentiras” y la “verdad que se esconde tras ellas”. Les reprochó él a los populares: “No entiendo como les hacen tanta gracia sus recortes. Al tarifazo del transporte público ahora se suma el peaje por las carreteras. Muchos madrileños no van a poder salir de casa”.
Aguirre en su línea, carcajeada y satisfecha, cada vez que miraba hacia su espalda notaba la protección de su aplastante mayoría absoluta. Un lujo que no se recorta en estos tiempos de tijeras enloquecidas. Sonó el discurso de la señora presidenta como la proclama del alcalde de Móstoles, Andrés Torrejón, enfrentando a los vecinos contra el invasor. Y los suyos corearon a dos manos el liderazgo, la ironía y la casuística de la lideresa. Gómez en su escaño va descontando días mientras se crece con un discurso que aunque no traspasa las ventanas de los medios, cada día se hace más doloroso para los oídos que tienen que administrar sus reclamaciones. Mientras, Ignacio González, con mirada ausente parecía repetirse cadenciosamente, administrando con ritmo y en un tono lejanamente familiar, las recientes palabras de su jefa, y bien hubiera podido canturrear el himno de la Casa: “Yo estaba en el medio, giraban las otras en corro y yo era el centro…”
El próximo jueves, más