viernes, octubre 4, 2024
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Sexo en un país de modernos

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Que el sexo vende no es una novedad, pero que se venda es una garantía. Las farmacias se han convertido en los mejores ‘sex-shop’ a los que entrar sin que los viandantes que me vean piensen: “Bonita, ven aquí que te voy a dar yo lo que buscas”.

Las puertas de los ‘sex-shop’ transforman automáticamente a cualquier paseante que las merodee en un depravado sexual y al que entra, en un parafílico en busca de su juguete fetiche. Ni lo uno, ni lo otro. Como verdadera cliente sé que no hay nada más antierótico que un ‘sex-shop’. No sé en los 80, pero en los 2000 mi experiencia me demuestra que los vendedores de juguetes sexuales son seres que si les pinchan no sangran. Son las únicas personas capaces de venderme un consolador de 25 centímetros, grosor de seis, brazo vibrador y perlas rotatorias como si te estuvieran vendiendo un lavavajillas. Que si por lo menos fuera una batidora…

A ellos les da igual que tú eso te lo vayas a meter luego. Ya pueden tocar, manosear, encender, apagar a mi futuro “príncipe azul” que como si se estuvieran bajando una aplicación para el iPhone. Es el “culmen de la modernura”. Tengo claro que para parecer moderno hay que actuar como si en casa dejara el vibrador al lado del mando a distancia… Porque debe ser que ellos lo hacen, si no, no entiendo las instrucciones que me dan cuando lo compro: “Bonita, esto tiene dos años de garantía, si se te estropea lo traes y te damos otro o te devolvemos el dinero. Límpialo antes con agua hirviendo, eso sí. Y no lo pongas al sol muchas horas seguidas”. ¿Pero es que se  creen que lo voy a tender en el patio de luces? Yo entiendo la moda de los singles, pero de ahí a salir a montar a nuestro vibrador en la barca del Retiro ¡ojo! que hay un paso y estamos a punto de darlo.

Por eso he optado por cambiar las costumbres. Desde que las farmacias se convirtieron en los nuevos supermercados del placer ahora me resulta más erótico comprar vibradores allí. Entro, atisbo el mostrador desde la puerta y veo a la típica señora de sesenta años comprando la insulina para su marido, pero no me achaco. Respiro hondo y doy un paso al frente, con fuerza, que resuene el tacón. Pienso: “Una farmacéutica, voy a tener suerte. Hasta que no acabe con la señora no empieza conmigo”. Pero no. Siempre sale otra de la rebotica en ese momento que me pregunta; “¿en qué le puedo ayudar?”. Y no hay vuelta atrás. Pues mire vengo a por el consolador que tiene en el escaparate de 25 centímetros, grosor de seis, brazo vibrador y perlas rotatorias. Y cuando lo he soltado del tirón me mira la señora de al lado y pienso: “Qué, ¿quién es ahora la moderna, el tipo del sex-shop o yo que me compro vibradores como si fueran aspirinas?”. Y me voy a casa sintiéndome más moderna que el mundo y con mi nuevo ligue que me garantiza darle la espalda al terminar sin necesidad de dos palmaditas en el hombro al “campeón de turno” acompañadas de un “tú sí que vales, nene”.

Marla Alcoba

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