El 15 de mayo de 2011 algo cambió. La sociedad dejó de mostrarse impasible ante los cambios que se estaban produciendo a su alrededor. Los ciudadanos gritaron a pleno pulmón: ¡Basta ya! Y miles de ‘indignados’ decidieron ocupar las plazas de las principales ciudades españolas -que posteriormente se extendería al resto del mundo- para advertirle a los poderes públicos de que “no somos marionetas en manos de políticos y banqueros”. Entonces, todo parecía sencillo. La indignación se había apoderado de una buena parte de la sociedad que no titubeó ni un instante en llevar a cabo una de las mayores acciones sociales que se recuerdan en nuestra historia democrática: acampar durante 25 días seguido en las plazas de las principales ciudades del país. Ahora bien, lo que aún no sabían plataformas como Democracia Real Ya y Juventud Sin Futuro, principales instigadores del movimiento, es que costaría tanto mantenerlo y transformarlo en un proyecto real. “Por el momento, lo que más claro ha quedado es que ahora se hace más política que nunca”. En estos términos se han manifestado los cuatro jóvenes ‘indignados’ y miembros activos de Juventud Sin Futuro con los que Estrella Digital ha tenido la oportunidad de hablar este jueves, tras la marcha organizada en defensa de la educación pública y contra los recortes en el sector. La antesala de las protestas que están organizadas para este 12M15M y la macromovilización que se celebrará el próximo 22 de mayo.
«Ahora nos cuestionamos los fundamentos del sistema»
Hoy, casi 365 días después de aquel “mayo del 2011”, la indignación no ha cesado. Muchas voces han tratado de cuestionar el éxito del movimiento, pero sus protagonistas se resisten a ello. “El 15M ha cambiado la forma de cambiar las cosas. Y eso es un éxito absoluto”, dice Ramón Espinar, licenciado en Ciencias Políticas, doctorando de la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de Juventud Sin Futuro. “Aunque a mí no me gusta medir una experiencia como el 15M en términos de éxitos y fracasos”, continúa explicando este ‘indignado’, para quien el efecto no sólo hay que buscarlo en la espectacularidad de los primeros días de protestas y acampadas, sino también en su día a día, donde el movimiento ha conseguido asentarse y cuestionar el orden político y social existente hasta el momento, heredado, según explica a este diario el Doctor en Ciencias Políticas y Sociología y profesor de la Universidad Complutense de Madrid, Juan Carlos Monedero, “de los consensos impuestos tras la transición”.
Tal y como explica Ramón, “en este movimiento caben otros muchos movimientos”. No todos piensan lo mismo, ni siempre están de acuerdo en lo que se propone, pero sí rechazan en términos generales el orden establecido: “Élites oligárquicas que han permanecido después del franquismo, fuertemente protegidas por unas élites políticas que no se habían tocado durante muchos años”. Ésto es a lo que desde el 15M se trata de contestar, de muchas formas y desde distintos sitios. “Estábamos marcados por un muro de silencio en lo social y en lo político”, insiste el joven doctorando, para quien desde una perspectiva democrática no existe posible lectura de fracaso. “Ahora nos cuestionamos los fundamentos del sistema. Y eso es un triunfo para la democracia.”, concluye.
El problema de los “falsos” objetivos
Siendo así, ¿por qué existe la sensación de que el movimiento no ha conseguido nada de lo que se fijó en sus orígenes? El problema, tanto para Julia Cámara, estudiante de Historia en la Universidad Complutense, como para Fran Casamayor, un politólogo de 24 años, es que al movimiento se le han atribuido objetivos “muy concisos”: la transparencia política, el fin de la corrupción, la participación democrática y el cambio de la ley electoral. “Si creemos ésto y vemos que después de un año no lo hemos conseguido, evidentemente piensas que es una derrota máxima”, asegura Julia, miembro también de Junventud Sin Futuro y Toma la Facultad. No obstante, para este grupo de jóvenes ‘indignados’, el fracaso no es que estos objetivos no se hayan conseguido, sino que mucha gente haya pensado que ése es el objetivo. Según nos explican -en un pleno ejercicio de autocrítica-, estos objetivos les ha pesado demasiado. Hay gente que ha acabado desilusionándose porque se le ha pedido al 15M resultados a muy corto plazo. “Crees que en un momento vas a hacer la revolución y no es así. El movimiento tiene que llevar su propio proceso”, reflexiona Fran.
Ahora bien, el optimismo no lo pierden. Un año después, estos jóvenes activistas aún son capaces de hacer una lectura positiva de su ‘lucha’ -siempre pacífica-. “El 15M ha servido para crear una conciencia común en una sociedad tremendamente individual y recuperar el espacio público que se nos estaba arrebatando y privatizando a velocidades escandalosas”, sentencia Julia.
El individualismo quizás sea una de las características sociales más visibles del sistema capitalista. La gente había dejado de ir a los parques y a las plazas que estaban cerca de sus casas. Y los vecinos ya no hablaban los unos con los otros. Sin embargo, y tal y como destacan los cuatro entrevistados, el 15M ha permitido volver a crear “un nuevo tejido asociativo”. “Ahora, las asambleas de barrio hacen comidas todos los domingos y eso es un triunfo impresionante”, explica Julia. “Y gracias al movimiento, ahora también nos preocupamos no sólo por lo que nos afecta a nosotros, sino también al colectivo. Y eso es algo bonito y productivo”, continúa Fer Freire, joven estudiante de Relaciones Internacionales. A ellos no les importa que aún no se haya conseguido acabar con la corrupción y cambiar el sistema dominante. Todos son conscientes que de producirse un cambio socioeconómico o político será a largo plazo. “Ahora lo importante es cambiar la estructura mental imperante”, sentencia la estudiante de Historia.
Hasta este momento, nos explica Ramón, lo que se ha construido es una identidad colectiva difusa, que contrapone a la gente normal de la calle contra las élites políticas y económicas que han gobernado “este desastre”. “Hay un enemigo común para distintos problemas sociales que son particulares”, asevera este politólogo.
La voz del movimiento sigue siendo “heterogénea”
“Somos personas normales y corrientes. Somos como tú: gente que se levanta por las mañanas para estudiar, para trabajar o para buscar trabajo, gente que tiene familia y amigos. Gente que trabaja duro todos los días para vivir y dar un futuro mejor a los que nos rodean”, así es como se definían en sus orígenes unos ‘indignados’, sin distintivo político, sindical, racial o sexual. En este caso, un año después, la pregunta es obligada. ¿Continúa siendo éste un movimiento plural y heterogéneo? “Una de las principales características del 15M, y en el momento que esto deje de ser así, dejará de ser 15M y empezará a ser otra cosa, es la pluralidad ideológica”, asegura firmemente Julia.
Ahora bien, la diferencia con respecto a sus orígenes, “es que esta pluralidad no se expresa o no se percibe en los mismo términos de antes”. Según nos explica esta joven estudiante, y miembro activo de la plataforma Juventud Sin Futuro, la gente que ya lleva un año participando activamente ha adquirido experiencia y ha aprendido de gente con una trayectoria política más amplia. A la vez que gente que ya venía de movimientos anteriores y que “a lo mejor” tenía preconcebidos unos métodos de actuación, han sabido aprender de gente que se incorporaba nueva y darle una vuelta a su discurso inicial. “Aprendizaje colectivo”, así lo definen y defienden estos ‘indignados’.
El conflicto de la representatividad y el liderazgo
Uno de los principales objetivos del movimiento era cambiar el sistema político. Es obvio que esto no lo han conseguido. Pero sin embargo, sí hay que reconocerles el mérito de haber introducido en el Congreso de los Diputados debates tan importantes como el de la transparencia y la famosa dación en pago de los bancos. Está claro que aún quedan bastante lejos de sus propuestas, pero ¿podrían entenderse estas medidas como un guiño del Gobierno al 15M? Pues probablemente sí, puesto que aunque a los ‘indignados’ no les interesa las estructuras clásicas de representatividad, lo que está claro es que al Ejecutivo no le interesa tener “enemigos” dentro de sus fronteras.
El liderazgo y la toma de decisiones por consenso son dos de las debilidades que se le han atribuido al 15M
La representatividad, el liderazgo, la legitimidad y el consenso son conceptos con los que el movimiento trabaja diariamente. Sus miembros son conscientes de la “dificultad” de cambiar el sistema político, no obstante, confían en poder romper los “esquemas mentales imperantes”. “El movimiento es una forma de expresión política del malestar, y eso agrupa a gente distinta que no tiene un organismo de toma de decisión común, ni una portavocía equívoca”, explica Ramón.
Ahora bien, ésto no hay que confundirlo con una ausencia de representación. “Es muy difícil hacer política sin representar”, explica el doctorando de la Autónoma de Madrid. Es evidente que por el movimiento habla gente. Y todo ello son formas de representación, “aunque mucho más laxas que el modelo de representación impuesto por unas élites muy anquilosadas, muy consolidadas y consistente más en la delegación que en la representación. Eso se subvierte en el 15M”. Sin embargo, ¿qué ocurre con el liderazgo? Ésto y la toma de decisiones por consenso son dos de las debilidades que se le han atribuido a este movimiento.
Según el profesor Juan Carlos Monedero, la búsqueda de un nuevo tipo de liderazgo será una de las cuestiones que este movimiento tendrá que resolver si no quiere quedarse paralizado. No obstante, los jóvenes ‘indignados’ con los que hemos hablado no están del todo de acuerdo. “El movimiento no es único: no elige a sus representantes, no tienen una portavocía única y además gracias a Dios que no es así”, sentencia Ramón. Muy en la línea de sus otros compañeros de acción. “Tenemos referentes, unas personas saben de determinadas materias más que otras, pero eso no significa que nos sometamos a ellos”, aclara Julia.
El futuro… “se construye poco a poco”
El futuro es difuso, pero no por ello menos interesante. Nadie sabe lo que ocurrirá. Pero lo que está claro es que los ‘indignados’ están dispuestos a salir a la calle. “Lo haremos ahora y siempre que sea necesario. Pero con orden”, explica Fran, el otro de los politólogos, un auténtico convencido de que el futuro se construye “poco a poco”.
Hasta el momento, están orgullosos de lo que han conseguido: parar desahucios, decirles a los partidos políticos dominantes que ¡basta ya!, la marea verde con el ataque a la educación pública, la marea roja en defensa de la sanidad, toma de la facultad en las universidades y asambleas en los barrios. Ahora bien, no podemos olvidarnos de su proyecto estrella, la Oficina Precaria, que abrió sus puertas el pasado 1 de mayo, y que según define en su página web, es “un espacio de coordinación para trabajadores precarios y desempleados”. Asesoría legal, denuncia de abusos, percajobs, empleo cooperativo, D de derechos, monta una oficina y autoformación son las funciones que el proyecto pretende cumplir.
Quizás algunos puedan pensar que no son grandes conquistas -como aquella de cambiar el orden político-, sin embargo, son muestras más que evidentes de que algo ha cambiado en la sociedad. Atrás quedó el inmovilismo social, el conformismo y la apatía por cambiar el mundo. Ahora, seis meses después de su última concentración global (15O) y con motivo de su primer aniversario, vuelven a recorrer las calles de todo el mundo. Esta vez para celebrar que siguen existiendo, pero también para recordar al actual Gobierno que la tensión y la indignación por todas las medidas aprobadas no es un espejismo, sino una realidad.