Esta semana negra, la tercera desde que Rajoy llegó al Gobierno, por los pasillos de Moncloa deambulaba el silencio. En vísperas de grandes decisiones se imponen grandes silencios. Pero Moncloa no es una isla en un océano de prudencia; es, en todo caso, parte de una archipiélago interconectado por cables, móviles, bytes, bits, rumores a media voz y chascarrillos en voz baja. Quizá por eso nadie, en realidad, se ha sorprendido por el anuncio de rescate que se ha merendado la actualidad de la Roja.
Tanto es así, que en muchos despachos y en muchos hogares de directivos, jefes, empresarios y, por supuesto, banqueros, se sabía ya el jueves que se estaban precisando los detalles del eurorescate para anunciarlo después del cierre de los mercados, en finde y en la antesala de la Eurocopa, ni más ni menos, que de momento va con empate.
Es posible que estemos más empatados que nunca, y curioso que sea con Italia, cuando, una vez más, nos han ganado por la mano, o al decir de Rajoy, les hemos ganado nosotros por la mano: hemos engañado a todos porque, en realidad, el rescate es lo que queríamos y cuando estaban todos buscando una solución diferente, ¡zas! los hemos sorprendido pidiéndolo con pasión, y con presión, que ya lo ha dicho Mariano.
Lo que aún no ha dicho, ni creemos que diga, es cuánto durará el viaje por el eurorescate y cuánto durarán sus consecuencias: España, se dice entre los expertos que trabajan en la ingeniería más precisa de los asuntos económicos gubernamentales, seguirá cayendo por el abismo los próximos cinco años.
Turbio horizonte y turbias decisiones. Turbias, al menos, por la insistencia en confundir con el vocabulario el significado de los hechos.
Así que recuerde, el jueves estaba decidido, y cantado. Como cantado está lo que los expertos del gobierno nos ocultan: cinco años, al menos, caminando por el desierto y sin señales de la tierra prometida. A ver si entre tanto, nos ganamos la copa. O las copas, quién sabe.
Estrella Digital