Trabajan 78 días al año, sus semanas laborales son de tres días (martes, miércoles y jueves), disfrutan de tres meses enteros de vacaciones al año (enero, julio y agosto) y todos los meses tienen una semana libre, sin actividad plenaria, como es el caso de esta semana, en la que sí hay previstas algunas comisiones, pero no hay votaciones. Un trabajo que además no está nada mal pagado: 2.813 euros al mes de sueldo base, al que después hay que sumarle los complementos, en función del cargo que ocupan -que oscila entre 697,65 euros y 3.064,57 euros- y las dietas -870,56 para los diputados de Madrid y 1.823,86 euros para los de fuera. Datos que ponen de manifiesto la brecha tan importante que existe entre los diputados y el resto de ciudadanos españoles, que trabajan como mínimo 220 días al año y cobran un salario mínimo interprofesional que no supera los 650 euros mensuales.
Pero nada de esto parece suficiente. Aún así, los parlamentarios españoles son capaces de protagonizar imágenes tan insólitas como las del pasado jueves, cuando salieron a carreras del Hemiciclo para empezar lo antes posible el puente de Todos los Santos. Acababan de tumbar las ocho enmiendas a la totalidad al proyecto de ley de reforma de pensiones. Una reforma calificada por la oposición y los representantes de los trabajadores de «injusta» e «innecesaria» puesto que arrebatará a los pensionistas 33.000 millones de euros en nueve años. Pero ni eso les ha importado. Tanto es así, que muchos ni esperaron a las votaciones o se levantaron en mitad de ellas. La carrera por salir del Congreso fue espectacular y puso en cuestión el respeto de sus señorías por la institución para la que trabajan, que no es otra que la más importante de nuestra democracia, donde reside la soberanía del pueblo español.
Imagen que incendió las redes sociales, que ofendió a la opinión pública y que volvió a poner en relieve el hartazgo de la sociedad española con las actuaciones de sus representantes públicos. Durante todos estos días, los diputados lejos de pedir perdón han aprovechado las redes sociales para defender su actuación. «Cuando he terminado mi trabajo tengo derecho a volver a casa como me apetezca, aunque sea corriendo de Madrid a Barcelona, sin parar. Perdía el avión y tengo derecho a dormir con mi familia», afirmaba en Twitter Joan Coscubiela de ICV. La socialista Patricia Hernández aseguraba que «el cómo se ha contado propicia esa mala imagen más que las carreras. Miran las carreras más que los que no estaban o los debates». Esta diputada además pregunta a un seguidor en Twitter, «¿tú nunca has ido corriendo al terminar el trabajo para no perder la última guagua?». Y la ‘popular’ Susana Camarero también preguntaba a sus seguidores: «¿Qué hay de malo en querer volver a casa después del trabajo? Llevamos días sin ver a nuestros hijos y familia».
Lo que sus señorías se olvidan de explicar es que ellos concretamente tienen la posibilidad de viajar a ver a sus familias todas las semanas, donde la actividad en el Congreso les permite alargar su estancia en sus respectivas casas desde el jueves por la tarde hasta el martes por la mañana y que encima la Cámara Baja, cuyo dinero sale de los Presupuestos Generales del Estado (85 millones en 2013), les pagan los traslados. También se olvidan de explicar que todos los meses del año cuentan con un semana libre de actividad en el Congreso, a excepción de diciembre que son dos, una al principio y otra al final. Y que tienen dos meses completos de vacaciones en verano y uno y medio en Navidad.
Su obligación está clara: acudir a los plenos para ejercer su derecho a voto en representación de los ciudadanos. Pero muchas veces ni con esta importante obligación cumplen. Es habitual ver vacíos los escaños del Congreso durante los debates parlamentarios. Y durante las votaciones, pese a que el Hemiciclo se llena más, es raro, por no decir casi imposible, ver las 350 luces del panel de votaciones encendidas.