Es agosto y el barrio está vacío. Como en una película de Hitchcock, parece que el barrio bulle, pero detrás de las ventanas de cada casa. Fuera sólo hay silencio. Los ojos de los vecinos de Ciudad Lineal se posan sobre cada cara desconocida, cualquiera puede ser el pederasta. Y el miedo se manifiesta desde el “yo no sé nada, yo no sé nada” hasta “lo que hay es paranoia”.
Les tranquiliza la cantidad de policía de paisano que hay por la zona: “Se les nota mucho. Los ves en un parque infantil, con un periódico, van para arriba y para abajo”, asegura Paloma, una vecina de Ciudad Lineal que tiene un sobrino de tres años. Reconoce que les da tranquilidad la medida anunciada por la delegada del Gobierno en Madrid, Cristina Cifuentes, de poner cámaras de vigilancia en la zona, aunque con reticencias: “Si van a pillarle, no se debería haber dicho, evidentemente. Esto es como todo, es política. Venden que están haciendo algo, pero decirlo, la verdad es que no es una forma muy acertada. Tranquiliza, sí, pero igual que lo oímos nosotros, lo oye él. Creo que debería ser un tema más policial que político”.
La opinión es la misma para la camarera de un bar de la calle Ramírez de Arellano. Madre de dos hijos, asegura que le parece perfecto que pongan cámaras, “pero podrían no haberlo publicado”. “Creo que dan demasiada información, lo que se vaya a hacer se debe hacer sin dar ideas -asegura una clienta del local de enfrente, La Taberna del Rincón-. Un barrio está al lado de otros cinco”.
Sin embargo, para los que viven la paranoia de cerca, como Susana, madre de una niña y amiga de una de las madres a la que le secuestraron a una hija, cualquier medida es buena. Reconoce que desde que ocurrió el segundo secuestro en la zona, viven en la paranoia. Los hábitos han cambiado mucho. “Los niños iban, venían, salían de la urbanización a comprar pan a la panadería y volvían. Ahora no van solos a ningún lado. A ninguno”, puntualiza Susana. Se le eriza el vello de los brazos cada vez que explica cómo han cambiado las cosas en el barrio. “Los niños iban solos al colegio y ahora, entre las madres, nos rotamos para recogerlos. Pero hasta a los que tienen 13 años”. No tiene más palabras que paranoia. “Hay unas terracitas en los parques donde vamos en las que nos tomábamos unas cervezas en círculo, mientras hablábamos y los niños jugaban. Ahora siempre hay alguien que se pone en un banco pendiente de ellos”. Hasta la vuelta a casa es más temprano: “Antes nos quedábamos hasta la 1:00 o las 2:00 de la mañana, ahora a las 22:30 nos vamos. ¡Que es una estupidez!, pero no te quedas tranquila…”.
A pesar del nerviosismo reconoce que pasan “un montón” de coches de policía por el barrio. “Luego ves a gente que dices: estos son policías. Porque se les ve. Van con una bolsa cruzada, de dos en dos y dan vueltas”.
Lo que más miedo le da es no saber identificar al pederasta. “Debe ser un tipo normal. Somos amigas de la madre y ese día fue… en mi vida lo he pasado peor. Las niñas contándonos que (el pederasta) se puso a hablar, que les dijo que su madre le había dicho… ¡y es que realmente las convence!”.
La vida les ha cambiado hasta en la forma de vestir a sus hijas: “La niña venía de la piscina a casa directamente con el bañador y yo ahora la tapo. Son pequeños detalles para que no se fijen en tu hija”. El barrio está en alarma aunque aparente un agosto sosegado. La inmediata vuelta al colegio enciende el piloto de vigilancia porque en breve los parques volverán a estar llenos. Los centros educativos ya piden el DNI a las personas que habitualmente no son las que recogen a los críos. ¿Y cuando capturen al pederasta? Nada de brindar. “Aunque lo cojan, vamos a pensar que ya…”. Ya nada es lo mismo en Ciudad Lineal.