27 de septiembre. 20.20 horas. Mariano Rajoy llega a la sede nacional del Partido Popular para seguir los resultados electorales de una de las elecciones autonómicas más importantes de las últimas décadas. Se blinda en la séptima planta del número 13 de Génova. Y permite que a última hora de la noche el encargado de salir a dar la cara ante los españoles sea su vicesecretario de Comunicación, Pablo Casado. Él es una sombra huidiza, sobre todo para las cámaras, en el edificio de la calle Génova.
En paralelo, su principal rival político, el secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, llega a una hora similar a la sede nacional de su partido. Allí le esperan miembros destacados de su cúpula: el secretario de Organización, César Luena; el portavoz en el Congreso, Antonio Hernando, y el secretario de Acción Política, Patxi López. Juntos pueden valorar los resultados del PSC; y aunque el discurso imperante es que salvan los muebles con una tercera posición, lo cierto es que su caída en escaños y votos en Cataluña empieza a ser preocupante.
Aún así, un golpe de efecto de última hora convierte al líder nacional de los socialistas en el hombre de Estado de la noche. Ya eran más de las 11 de la noche del 27S, el escrutinio ya estaba suficientemente avanzado y los únicos mensajes políticos que se escuchaban procedían de Cataluña. Pero Pedro Sánchez, vestido de negro, con corbata y flanqueado por las banderas de España, Cataluña y la Unión Europea, fue el primero en atreverse a romper el hielo: «Hay una mayoría de catalanes que han dicho claramente que no quiere la independencia, pero sí un nuevo tiempo de convivencia, de diálogo y de reforma en el conjunto del país».
Rajoy ya había perdido la oportunidad de ser la primera voz escuchada desde Madrid, pero como presidente del Gobierno que es, podía haber sido la última. Su mensaje hubiera sido el relevante, el importante de la noche. Sin embargo, tiró de manual y decidió que fuera el portavoz del partido el que compareciera esa noche. Un gesto que no gustó a un sector de su formación que sigue considerando un «error» que Rajoy no «dé la cara» en los momentos más delicados. «Rajoy no debió de haber dejado que Pedro Sánchez fuera el único que compareciera esa noche», admiten fuentes ‘populares’, que consideran que fue un claro desatino de su política de comunicación.
Es evidente que los conservadores volvieron a batir este domingo récord de malos resultados en las cuartas elecciones de esta legislatura. En esta ocasión había que retrotraerse a principios de los años 90 para encontrar resultados peores, pero Rajoy tenía argumentos para recordar a los independentistas que no habían ganado el plebiscito que tanto habían reclamado, y que la mayoría de los catalanes no estaban de acuerdo con la secesión. No es menos cierto que los independentistas habían ganado las elecciones con mayoría absoluta en escaños (que al fin y al cabo les permite continuar con sus planes secesionistas), y que sólo por eso una comparecencia de Rajoy en la que explicara su hoja de ruta no hubiera estado de más. Aunque precisamente por eso suele ser habitual que el líder conservador convoque un Comité Ejecutivo del PP en Génova un día después de los comicios.
En esta ocasión, y en función de las críticas que su ausencia generara, Rajoy tendría una nueva oportunidad para comparecer ante los medios, como ocurrió tras la debacle del pasado 24M. Aunque las críticas internas y externas generadas tras su ausencia el 27S obligó a Moncloa a acelerar los planes. Este lunes, a las 13.30 horas, el presidente del Gobierno compareció ante los medios de comunicación durante cuatro minutos, concedió sólo dos preguntas e insistió en el mismo mensaje de siempre: diálogo sí, pero con el límite claro de la ley.
Un mensaje no sólo dirigido a los independentistas, a los que les volvió a recordar que el plebiscito que él siempre había negado, no lo habían ganado. Sino también a los socialistas, a los que entre líneas les comunicó que no habría reforma constitucional. Hay ‘populares’, de hecho, que consideran que el ofrecimiento que Sánchez hizo el pasado domingo es un «plegamiento ante los nacionalistas». «Fue un querer y no poder. Querer ser presidente sin serlo», critica otro sector de PP, que sí considera apropiada la tardanza de Rajoy en dar la cara: «Hacer la declaración institucional el lunes, y no mezclarla con la de Iglesias, Sánchez y Rivera, le daba al presidente el monopolio de la noticia».
Claro que lo que el PP no esperaba este lunes es que el protagonismo no se lo llevara Rajoy, sino su presidente de Honor, José María Aznar. El expresidente del Gobierno y actual presidente de la Fundación FAES acabó por desatar la tormenta que tanto se intentaba contener en el Partido Popular. «Para el PP es el peor escenario posible. Tu rival de la izquierda queda fortalecido (en referencia a Ciudadanos), tu espacio queda mermado, los secesionistas van a continuar el proceso. Tu posición está seriamente comprometida». La pérdida de 8 escaños y más de 120.000 votos en Cataluña al final le tocó explicarla a la secretaria general, María Dolores de Cospedal. Casado habló el domingo, Rajoy concedió «dos preguntas» por la mañana, y a Cospedal le tocó la rueda de prensa posterior al Comité Ejecutivo Nacional. Llevaba desde el 21 de enero sin responder preguntas, y huyó despavorida de la polémica: «todos tienen derecho a opinar lo que les parezca bien».
Pero mientras el PP libra su nueva batalla interna, Pedro Sánchez es el único que sigue insistiendo en sus soluciones ante el conflicto catalán: una reformar de la Constitución en la que «no se reconozca a Cataluña como nación» ni se incluyan «privilegios fiscales» para ningún territorio de España. Papel mojado para los conservadores, que ven la solución a mucho más largo plazo. «Primero recuperar las competencias en educación», alertan desde el PP, y mientras tanto responder con recursos jurídicos a cualquier movimiento de los independentistas de se salga de la ley.