Él siempre ha sabido que su hermana fue dada en adopción, pero fracasó en sus intentos de encontrarla hasta que fue ella, a través de Facebook, quien se puso en contacto y estos dos hermanos cordobeses llevan un año recuperando el tiempo perdido.
Lo que parece fruto de una película de sobremesa, es una situación real que han vivido Ana y Jesús, pseudónimos para denominar a estos hermanos que prefieren mantener el anonimato pero que han accedido a contar cómo la red social les sirvió para ponerse en contacto y encajar sus respectivas vidas familiares pasando de ser hijos únicos a tener él una hermana con 26 años y ella, lo que siempre había soñado, un hermano mayor.
Debido a la enfermedad de sus padres, Jesús fue criado por su abuela pero cuando nació su hermana, fue dada en adopción a una familia de un pueblo cordobés, donde ha crecido sabiendo que era adoptada pero desconociendo la existencia de Jesús «con el que me he podido cruzar por la calle cuando iba a Córdoba de compras», ha contado.
Él sí que sabía que tenía una hermana pequeña, pero al figurar en su libro de familia el nombre que le pusieron sus padres biológicos «en el registro no podían decirme nada sobre ella».
Sin embargo, Ana sí que logró, gracias al servicio Post Adopción de la Junta de Andalucía, conocer los apellidos de su familia biológica, saber que sus progenitores fallecieron, pero que tenía un hermano cuyo nombre y apellidos buscó rápidamente en Facebook.
«Tanto a mí como a mi novia nos mandaba peticiones de amistad una chica, pero como no la conocíamos, las rechazábamos», recuerda Jesús, hasta que un día, estando en el gimnasio, recibe una llamada del único amigo que sabía la historia: «Me ha escrito una amiga de tu hermana por Facebook, que os está escribiendo y no os llegan los mensajes».
«No sé explicar lo que sentí, me puse a temblar» y cuando miré su foto «reconocía en su cara a mi madre, es igual que ella», cuenta Jesús, que dice que ese día estuvieron seis horas hablando por Whatsapp porque «ella no quería que sus padres escucharan nada» pero «me hizo miles de preguntas, necesitaba respuestas sobre todo».
Los dos han crecido separados por menos de 60 kilómetros, él con su abuela, en Córdoba capital, que lo ha criado como a un hijo, y ella con sus padres adoptivos en un pueblo de la provincia, ambos recibiendo muchísimo cariño y siendo muy felices, pero desde hace un año sus vidas se han completado dando un vuelco de 180 grados tras 25 años de ausencia.
«No entiendo cómo pueden tener gestos iguales, la manera de mover las manos» e, incluso, en el genio, dice la futura madre de la niña que espera Jesús.
Asumiendo poco a poco por qué ella fue alejada de su hermano, Ana ahora solo piensa en que la hija que en unos días tendrá su hermano «me va a tener en su vida desde el principio» y va a crecer «sabiendo quién es su familia de sangre».
Una niña que seguro va a ser el nexo definitivo entre estos hermanos que, a pesar de los mundos diferentes en los que han crecido y las reticencias que pueda haber entre otros familiares de ambos para encajar la nueva relación, hoy se sienten satisfechos sabiendo que se tienen el uno al otro ya para siempre.
Jesús no solo aceptó ya la petición de amistad de Ana, sino que, preguntado por su relación con ella, contesta que «hay días que nos enfadamos, y no nos hablamos, pero no pasamos una semana sin vernos», exactamente igual que cualquier pareja de hermanos.
efe