El contraste entre la belleza del campo y los montes con el clima infecto que se vive en algunas localidades vascas y navarras, abertzales, siempre ha sido un misterio. En Alsasua, donde se vive bien, mucha gente, los más conspicuos, odia a los guardias civiles, a las personas, no sólo al Instituto Armado. Y es un odio étnico, no nos engañemos, los odian por no ser vascos de pura cepa, porque tienen acento andaluz o extremeño, porque no son como ellos.
Creíamos pasados los tiempos del odio, de los energúmenos de la sangre, pero ahí siguen, agazapados, los que escupen, insultan, rechazan (porque no pueden matarlos) y linchan. Dicen que el odio produce cáncer. A ver si es verdad.
La salida de la tragedia va a ser lenta pues el mal es profundo, como lo demuestra ese conato de linchamiento en Alsasua. ‘Patria’, de Fernando Aramburu, es un buen libro para conocer lo que ha sido Euskadi y Navarra en los años de plomo y sangre. Otra obra a leer es ‘El eco de los disparos’, de Edurne Portela (septiembre 2016). Aun así es casi imposible entender tanto odio, tanta necrofilia.
Los guardias civiles trabajan mucho y ganan poco. Los altos mandos no cuidan de sus derechos laborales. Mucho discurso, pero en el fondo los derechos de los guardias son muy secundarios. Mucho te quiero perrito, pero pan poquito. La jerarquía parece no tener mucha empatía con la vida y trabajo cotidiano de los números, eso, números de la Guardia Civil. Frente a eso, simplistas y también con su mala uva proverbial, las izquierdas unidas y demás hierbas que en el fondo los detestan, piden su desmilitarización. Desmilitarización que acabaría con esa institución, una de las más fiables de España. Aquello de la “disolución de los cuerpos represivos” que se coreaba a finales de los setenta, sigue vivo en Podemos e IU.
Yo recuerdo Alsasua sobre todo de las paradas del tren que nos llevaría a París, aquel trasto del Puerta del Sol que nos dejaba por la mañana, deslumbrados de libertad, en la estación de Austerlitz, la de las despedidas románticas de amores franceses efímeros, como todos los grandes amores.
Ahora, tendré que recordar Alsasua como una especie de tierra serbia, de odios étnicos. Es una pena, porque Euskadi y Navarra son de lo mejor de España.
Jaime-Axel Ruiz Baudrihaye