Año 2004, año bisiesto, año de elecciones generales y el año más triste en la historia de España. Un 11 de marzo de aquel maldito año, pasadas las 07.30 horas de la mañana, diez explosiones hicieron que el corazón de todos los españoles se encogiera, se enfriara y se mimetizara con las bajas temperaturas que por aquel entonces azotaban a la Península. Cuatro trenes, con salida en Alcalá de Henares y con destino Atocha, sufrieron el mayor ataque terrorista vivido en Europa. En aquel accidente murieron 190 personas y otras 1.857 resultaron heridas, pero también cambió la vida y el trayecto de otras miles de personas que cada día cogen de otro modo el tren que les traslada a sus puestos de trabajo, de estudio o de reunión.
Han pasado 13 años y muchos viajeros desde entonces. Hay algunos que todavía cogen el mismo tren, otros que no son capaces de volver a subirse y muchos nuevos usuarios de la red de Cercanías de Renfe en Madrid que cada 11 de marzo se estremecen al pisar sus estaciones de salida y de llegada. Han cambiado muchas cosas desde entonces. La seguridad, las precauciones y la planificación de los trayectos han evolucionado de una manera casi inimaginable. Pero hay otros asuntos más banales como la moda, las costumbres o el léxico que también han sufrido alteraciones en el tiempo.
La memoria es vaga, frágil y selectiva. Por este motivo, pocas personas recuerdan las escasas medidas de seguridad que sufría el usuario de cualquier transporte público hace más de una década. Los vigilantes de seguridad de Cercanías eran una especie de ‘ente’ que de vez en cuando hacía acto de presencia para proteger la integridad física, no de los viajeros, sino del revisor del tren, una profesión de alto riesgo dado el mal humor de muchos usuarios de la red de transporte público madrileño. La presencia de seguridad no sólo escaseaba en los vagones, también en las estaciones donde era difícil encontrar a cualquier de estos vigilantes que ahora inundan cada apeadero, por pequeño que sea.
La psicosis de la mochila
Las precauciones de los viajeros a la hora de tomar cualquier tren ha sufrido una serie de alteraciones, que en algunos casos ha derivado en actitudes racistas. Desde los atentados del 11M otros muchos ataques terroristas de índole islamista han tenido lugar en el Viejo Continente, dando lugar a lo que hoy se denomina ‘islamofobia’. O lo que es lo mismo, en la actualidad no es difícil encontrar a la persona que mira con recelo o incluso se cambia de vagón cuando en su mismo coche viaja una persona de origen musulmán. No es muy equivocado decir que el 11M ha avivado la brecha cultural que ya existía entre el islam y el cristianismo.
De todos modos, la desconfianza de los usuarios de Cercanías no sólo se dirige hacia las personas sospechosas de practicar el Islam, también hacia objetos que hace trece años pasaban inadvertidos en los trayectos diarios de las personas. La ‘psicosis de la mochila abandonada’ es algo que se puede vivir casi cada día en cualquier medio de transporte público. Viajeros que de repente centran sus miradas en una mochila sospechosa de no tener dueño y que respiran aliviados cuando una mano la recoge para llevarla al hombro. Esta es una situación que desgraciadamente también se repite desde aquel desafortunado 11 de marzo.
Pero el cambio en la manera de vivir el trayecto no sólo se centra en asuntos de vital importancia para la integridad del viajero. Los hábitos de los usuarios para amenizar el viaje a sus puestos de trabajo o de estudio también han sufrido una evolución. El papel de los libros ha dado paso a los ‘ebooks’, los casi extinguidos sms han sido sustituidos por los mensajes de whatsapp y las largas conversaciones entre personas que se encontraban cada día en la misma estación han derivado en conversaciones sin importancia a través de cualquiera red social.
El tiempo pasa, las heridas cicatrizan, pero los recuerdos permanecen impertérritos en la memoria de todos los españoles que cada día tienen que subir a un tren. Unos catastróficos recuerdos que han hecho del viaje en el tren un trayecto más seguro, precavido y silencioso. Un silencio que sólo rompe los aplausos y las gotas de lágrimas al chocar contra el suelo de todas aquellas personas que aquel 11 de Marzo de 2004 perdieron a un amigo o a un familiar. El viaje nunca será igual.
Carlos Lospitao