El 27 de junio de 1957 se matriculaba el primer Seat 600 que, hasta la llegada del Ibiza, fue el más icónico de la marca. Fabricado en la planta de la Zona Franca de Barcelona, el nacimiento del 600 coincidió con el estreno de la Escuela de Aprendices de SEAT, el centro de formación de la compañía que, 60 años y más tarde, sigue formando a alumnos. Siete años después de la fundación de SEAT, y tras el lanzamiento de un modelo «para las clases acomodadas» como el 1400, el 600 significó «una auténtica revolución», ha dicho SEAT en un comunicado.
Pensado para la «emergente» clase media del país, rápidamente se convirtió en un éxito.El primer coche costaba 65.000 pesetas, que al cambio son 390 euros, pero ahora serían más de 18.000 euros, 3’5 años del salario medio de la época. Este primer Seat 600 era muy pequeño, tenía una longitud de 3.295 mm y 1.380 mm de ancho. El ingeniero Dante Giacosa, diseñador de Fiat, no sólo fue el padre del 600, sino que también firmó el 500 -que nunca fue fabricado por Seat- y los 124 y 127 posteriores.
Para dar respuesta a la alta demanda que dió el coche, SEAT multiplicó progresivamente la producción y pasó de 40 coches diarios a principios de 1958 a 240 a finales de 1964.
Según SEAT, la industrialización del modelo supuso una revolución del sistema de producción, generó una «potente» industria auxiliar en España.
La muerte del Seat 600
Nunca quedó claro el por qué del fin del Seat 600. Por entonces se decía que la llegada de las nuevas normas de seguridad lo hacían inviable, pero en países como Argentina se fabricó hasta 1982 y en Yugoslavia hasta 1985.
Este coche supuso una revolución hace 60 años. Aunque casi todo el mundo que lo compraba tenía que pagarlo a plazos, con este modelo las familias encontraron un modo de abrir fronteras y salir de sus casas. En aquellos años miles de hogares compraron un coche con dos sencillos asientos delanteros. Era un coche un coche modesto con puertas de apertura inversa (lo cual ahora no se ve) y que exigía llevar una botella de agua para rellenar el radiador.
Cristina Sánchez