“La Democracia no tiene precio”, aseguraba en las redes sociales, desafiante, Carme Forcadell hace solo dos meses. Este viernes se pagaron 150.000 euros –no de su bolsillo– para que saliera de prisión. Las redes sociales dejan el vestigio de meses de desafío al Tribunal Constitucional, al de Cuentas, al Gobierno y a todo lo que Forcadell llamaba “espanyol”. Hoy pocas imágenes como la de la presidenta del Parlament catalán muestran mejor cómo el independentismo vive desarbolado en cuando la Justicia les ha reclamado cuentas a tanto desafío. Forcadell lame ya sus heridas fuera de Alcalá-Meco, previo pago de 150.000 euros por parte de terceros, mientras el resto de protagonistas del ‘procés’ buscan algún tipo de acomodo de cara a las elecciones del 21-D, tras asumir el fiasco de su declaración de una gasesosa República de Catalunya.
Los independentistas han hecho un llamamiento a una lista única, pero han sido incapaces siquiera de pergeñarla. El PdCat, cuyas perspectivas electorales son funestas, está fiando toda su estrategia a los designios que desde Bruselas manifiesta Carles Puigdemont, empeñado en lo que él llama una “lista de unidad”. En esa unidad no van a estar ni ERC, ni la CUP –previsiblemente, ya que consulta a sus bases este fin de semana–, sus soportes para estos años de Gobierno que han conducido a la desintegración institucional catalana. Puigdemont pide protagonismo, aunque quien sigue manejando los hilos es Artur Mas, para quien se ve que la Democracia sí tiene un precio y pide “la solidaridad” de los votantes del 9-N para pagar la multa que le ha impuesto la Justicia, de más de 5,25 millones de euros por los costes causados en aquel referéndum también ilegal.
Se puede decir que los sones de Els Segadors cantados por los 72 diputados –de 135– que votaron a favor de una República catalana el 10 de octubre, fueron en realidad el pistoletazo de salida para una desbandada.
Ése día Oriol Junqueras había bloqueado la alternativa que encontraba Puigdemont para salir del atolladero: las elecciones anticipadas. La presión del poderoso Junqueras y los activistas de la CUP llevaron a Puigdemont a la esperpéntica sesión plenaria que dirigió Forcadell aquel 10 de octubre. Incluso se cambió en sistema de votación en pleno proceso de voto, solo para evitar consecuencias legales. En la misma sala de sesiones se rompió Catalunya Sí que es Pot, lo que le costó la cabeza en primera instancia a Alberto Dante Fachín, el líder de Podemos hasta entonces.
La espantada de Puigdemont y algunos consejeros cercanos a Bélgica supuso la sucesiva dislocación de la situación política catalana. Junqueras y el resto del Govern afrontaron una dura sesión con la juez Carmen Lamela en la Audiencia Nacional, con las consecuencias penitenciarias conocidas, prisión incondicional para todos ellos.
Se ha roto Junts pel Sí, Catalunya Sí que es Pot, y sobre todo la confianza mutua entre los cabecillas de la revuelta contra el Estado. La máxima expresión es la declaración de Carme Forcadell ante el juez del Tribunal Supremo, asegurando que acataba el 155 y que la declaración de independencia fue “simbólica”. Igual de simbólica que su salida de la cárcel en un Audi oficial blindado y con escoltas.
El síntoma de que la bandera nacional no fuera arriada del Palau de Sant Jaume –sede de la presidencia de la Generalitat– aquella noche de cuchillos largos del 10 de octubre fue premonitorio. Puigdemont abandonó Barcelona para irse a su feudo de Girona y preparar la escapada en coche a Marsella y luego avión a Bélgica. Las estrategias de los miembros del Govern, de Forcadell, de Junqueras e incluso las movilizaciones en la calle van divergiendo.
Junts pel Sí, y más concretamente el PdCat –antigua Convergencia Democrática de Catalunya– habían llegado a esa cita decisiva con un alto nivel de tensión interna. La salida del conseller Santi Vila fue el último episodio de una purga previa en consejerías, y singularmente en Interior, previo a los acontecimientos decisivos del inicio de septiembre, en los que se montó el entramado ilegal para desligarse del ordenamiento jurídico que emana de la Constitución. Los dudosos de la causa independentista unilateral fueron purgados.
Junts estaba más desunido que nunca el 10-O. Mientras ERC se encamina a tener por primera vez una victoria electoral en Cataluña, la formación convergente ve venir su definitivo traspiés después de la estrategia que puso en marcha Artur Mas, que los ha llevado escalonadamente desde rozar la mayoría absoluta al cuarto puesto, por detrás de ERC, Ciudadanos y los ‘comunes’ de Domenech y Colau.
Los ‘comunes’ no se han librado de su correspondiente convulsión, e incluso de un artículo 155 interno. La calculada ambigüedad de Ada Colau se ha unido a la descomposición del grupo parlamentario. Incluso Colau ha sido contestada en su partido, los 'comunes'. En algunas sesiones a los oradores de Catalunya Sí que Es Pot los aplaudían más otros grupos que entre sí mismos. Pablo Iglesias, parece que alertado por la asonada de Carolina Bescansa, decidió intervenir en el partido y quitarse de encima a Albano Dante Fachín, muchas veces más independentista que los independentistas. La coalición con el grupo de Colau y la histórica IC se ha salvado, si bien la sacudida ha sido fuerte y de posibles consecuencias en las elecciones de diciembre.
El bloque independentista no va a ser un bloque en las elecciones del 21-D. Solo Puigdemont se agarra a ese sueño, pero el crédito de los desplazados a Bruselas se va agotando, sobre todo porque el resto de su Govern está viendo pasar los días desde la prisión de Estremera. El respaldo e internacionalización que buscaba aparentemente Puigdemont con su huída belga ha sido un fiasco.
En los partidos que respetan la Constitución las cosas están más tranquilas, salvo las tensiones que vive el PSC de Miquel Iceta. El líder socialista, en un raro giro, ha incorporado a Ramón Espadaler, exmiembro del Gobierno de Artur Mas, destacado militante de Unió democrática de Cataluya –la otra para de CiU–, lo que no ha sentado nada bien al ala izquierda del PSC.
El ‘timeline’ del Twitter de Carme Forcadell es todo un rosario de independentismo desaforado. Orgulloso testimonio de la firma de la declaración previa de independencia, celebración por la aprovación de las leyes de ruptura, desprecio al Tribunal Constitucional, e incluso desplante al Tribunal de Cuentas. No falta la foto de ella subida a un estrado delante del TSJ de Cataluña, reclamando megáfono en mano que se liberara a los detenidos por organizar el referéndum ilegal del 1-O, clamando contra la legitimidad de los jueces.
Forcadell, aplicada alumna de un colegio de Tortosa, licenciada en filología catalana, expresidenta de la Asamblea Nacional Catalana, llegaba el jueves al Tribunal Supremo de Madrid con tanta tensión que ni sonrió al bajar del coche oficial blindado a las decenas de personas que estaban congregados para apoyarla. En el interior, abjuró de la república de Catalunya que ella contribuyó a proclamar dirigiendo de manera despótica y mano de hierro un esperpéntico pleno en el Parlament. Fuentes judiciales afirman que, ante el juez, los miembros de la Mesa, con Forcadell a la cabeza, acataron el artículo 155 y dijeron que harían política dentro de la Constitución o bien dejarían directamente la política.
En su último post, ya en la seguridad del Audi plateado blindado y con escolta de nuevo de los Mossos d’Esquadra, Forcadell ha afirmado: “Vuelvo a casa. Con la conciencia tranquila de haber actuado correctamente:; garantizar la libertad de expresión del Parlament, sede de la soberanía nacional”.
F. de Castro