El hombre de la excavadora, Joan N. de 67 años, es quizá el culpable involuntario de que los Mossos supieran por fin que Alcanar era un polvorín yihadista y no un laboratorio de drogas. Joan lo supo antes que ellos cuando desescombraba en la tarde del 17-A extraños elementos para ser un escape de gas o un laboratorio de drogas: bombonas, garrafas, productos químicos…
Utilizaba su excavadora para desescombrar la guarida de los terroristas cuando a las 16.50 del 17-A se produjo la segunda explosión en Alcanar. Ese formidable estallido introdujo por fin la duda en los mossos y en sus tedax: quizá aquél chalé y donde se había encontrado documentación de un imam y de Younes Abouyaaqoub era una factoría de muerte yihadista. No sólo les influyó el hecho de que dos explosiones de tal calibre hacían pensar en hipótesis distintas de un laboratorio de drogas. Es que esa segunda explosión fue paralela al atentado de Las Ramblas de Younes Abouyaaqoub, apenas cinco minutos antes.
Posiblemente la pala de su excavadora le salvó la vida. Hizo de escudo protector. Pero Joan suma muchos boletos de haber causado sin querer esa segunda deflagración por remover escombros, bombonas de butano, acetona, agua oxigenada, bombas de tubo, garrafas de ácido sulfúrico, granadas de mano y mil potenciales elementos más susceptibles de estallar por sí solos o de conformar explosivos, lo que los tedax llaman precursores de explosivos.
Pero qué iba a saber Joan. Llegó sin chaleco, sin escudos, sin más protección que una camiseta de manga corta y unas gafas, como a quien ponen a operar en un quirófano sin saber siquiera de primeros auxilios. La zona estaba acordonada.
Esa alerta, más la gran cantidad de bombonas de butano y algunas hojas escritas en árabe, le alarmaron. Aún así, y siguiendo las indicaciones de los mossos, Joan hubo de desescombrar el chalé de Alcanar tras la explosión del 16-A con su excavadora.
Joan, tenaz y responsable, obedeció la orden. Los mossos creían a ratos que era una explosión de gas por culpa de un chispazo eléctrico y a ratos que aquello era un laboratorio de drogas. Pero nunca le alertaron de que aquello podía ser un polvorín islamista. Y ello pese a que habían pasado más de 15 horas desde que los bomberos hallaron precursores de explosivos cuando él se puso al tajo.
Pero los tedax ni se cruzaron ni hablaron con los bomberos en la noche del 16-A al 17-A. Resultado: no le dieron a Joan ese dato crucial. Varios mossos resultaron heridos de diversa consideración por la segunda explosión surgida bajo su excavadora.
Gracias al azar, la suerte o algún dios no menor, no produjo víctimas mortales. Joan no carga hoy con esa culpa, y puede decir que aquello fue simplemente «un accidente».
Sólo tras la segunda explosión, la que por poco siega 14 vidas, los mossos empezaron a pensar que Alcanar podría ser un polvorín yihadista.
Y, al fin, empezaron a inspeccionar en busca de explosivos formalmente el día 18, al día siguiente de la masacre de las Rambla. Pero en la noche del 17-A Joan ya sabía que aquello que casi le había costado la vida no era una explosión de gas.
Esa noche volvió a casa con esquirlas de vidrio clavadas en su cara y con una severa pérdida auditiva por la explosión. Pero su pérdida de audición era doble: ni oía ni quería oir. No quería oir nada de esa masacre que vomitaban los telediarios.
Joan ya sabía que ese atentado estaba vinculado con lo que destapó su excavador; ya sabía que aquella escombrera en la que le hicieron trabajar era algo distinto de todo lo que había visto en su vida.
Pero todos los mimos de sus hijas y de su esposa no le hicieron confesar sus certezas y sus temores: que le habían hecho trabajar en un polvorín yihadista. No en vano, tras dicha segunda explosión los tedax dictaminaron que era mejor un «desescombro crítico», es decir, a mano y no con excavadora, por temor de hallar nuevos elementos explosivos.
Pero la conciencia de Joan estaba tan tranquila con su satisfacción del deber cumplido que se quedó dormido en el sofá mientras en las televisiones sonaban sirenas atronadoras de ambulancias recogiendo heridos y cadáveres en Las Ramblas.
Para disipar el pánico de su esposa e hijas se dejó hacer una foto: y ahí aparece el bueno de Joan sonriente y con manchas de sangre. Quizá es la primera víctima del yihadismo que posa feliz.
Joan había sido uno de los primeros heridos de ese comando. Pero un herido voluntariamente anónimo. La idea de denunciar, de exigir una indemnización por los daños físicos, no le motiva, ni siquiera ha sopesado jubilarse porque considera que le queda mucho por excavar en la vida. Por no quejarse, no se lamenta ni de su sordera sobrevenida: «Yo ya oía mal antes de la explosión».
Ni siquiera soltó un juramento cuando 24 horas después de resultar herido el policía local al mando le pidió que retirara la excavadora del chalé de Alcanar. Los mossos le interrogaron tras la explosión, pero el juez que instruye la causa no le ha citado para escuchar su versión.
Una versión que se ha escapado, muy a su pesar, de los muros de su casa y que se resume así: hasta el de la excavadora supo antes que los mossos que Alcanar era un polvorín yihadista.
Una factoría que le ha causado una doble pérdida, sus oídos, que han quedado maltrechos, y su economía. Le tocó comprarse una nueva excavadora.
Interior le pagó menos por la suya, con cuatro años de antigüedad, de lo que le costó reponerla. Pero Joan pagaría por hacer su oficio. Está dispuesto a desescombrar toda Cataluña, menos los recuerdos de aquella noche.
Francisco Mercado/Carlos Quílez