Diputada de UCD por Valladolid, fue la única mujer en aquella Comisión y hoy, con 82 años, una memoria prodigiosa y «descreída» de la política, recuerda en una entrevista con Efe lo que describe como la etapa «más interesante» de su vida.
Según su relato, llegó al Congreso por casualidad y a la Comisión Constitucional por su propia voluntad.
Había estudiado Derecho en Madrid y, ya casada, se trasladó a Valladolid, donde comenzó a acercarse a la UCD. No descarta que fuera candidata en aquellas elecciones constituyentes porque «quizá haría falta una mujer para adornar la lista», algo normal en la época, apunta.
«Me colocaron pensando siempre que yo no iba a salir y la sorpresa fue mía y de todos porque sí salí», bromea recordando su entusiasmo en aquel momento.
No habían pasado ni dos años desde que se había derogado la «licencia marital», que obligaba a la mujer casada a contar con permiso del marido para algo tan sencillo como abrir una cuenta bancaria, y María Teresa Revilla tenía en sus manos un acta de diputada (de «diputado», dirá a lo largo de toda la entrevista).
«Había tantas cosas que hacer, había tanto que cambiar y pensar que yo iba a poder participar en todo activamente era formidable», apunta, convencida que aquella ilusión era compartida por todos los 350 miembros de un hemiciclo en el que se sentaron solo 21 mujeres.
«Todas nos dábamos cuenta de que representábamos algo más. Éramos mujeres y las mujeres habíamos sido hasta entonces tan discriminadas que estábamos obligadas a manifestarnos de la mejor manera, para que la gente viera que valíamos, que éramos iguales».
Y demostrar que eran iguales, a su juicio, implicaba no limitarse a las comisiones que parecían reservadas para ellas, como la de Educación o Cultura, y aspirar a los órganos clave, como Economía o Defensa.
«Me di cuenta, quizá por esas ganas que tenía de superar esa discriminación, de conseguir esa igualdad, que la Comisión Constitucional era la más importante y cuando me enteré que no había ninguna mujer en esa comisión, llamé directamente a Calvo Sotelo» (entonces portavoz del grupo de UCD), explica.
No la conocía personalmente, pero aceptó su petición -«se conoce que me había visto en un mitin en Valladolid y le parecería bien»- y se convirtió en la única mujer de aquella Comisión que quedó compuesta por 39 parlamentarios, entre ellos los nueve ponentes del texto constitucional que acabaron siendo conocidos como «los padres de la Constitución».
El informe de la ponencia llegó a la Comisión con enmiendas y se fue aprobando parte a parte, hasta que el 18 de mayo fue el turno de votar el artículo 14: «Los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social».
Hubo 33 votos a favor, de los 33 diputados presentes, y Revilla pidió la palabra: «Es verdad que la votación ha sido unánime, sin disidencias, como estaba reclamando nuestra sociedad. Pero las mujeres no vamos a dar las gracias por ello. Tampoco vamos a mirar hacia el pasado con amargura o con rencor. Ahora buscamos el futuro y en el futuro queremos simplemente poder ser, para ser lo que podamos».
«No era un favor que nos hacían (…). No se nos había reconocido, pero allí estábamos. Yo pensé siempre que si la humanidad ha llegado hasta donde ha llegado, el trabajo y el valor de los hombres naturalmente ha contribuido mucho, pero es que el esfuerzo y el trabajo de las mujeres no se quedó nunca atrás, y eso sin ningún reconocimiento», se explica.
Lee ahora sus palabras recogidas en el diario de sesiones y reconoce su actualidad, sobre todo porque, a renglón seguido, reclamó el derecho a una conciliación todavía hoy no conseguida.
«Necesitamos, además de la igualdad ante la ley, de una sociedad rica en posibilidades de vida y en formas de existencia, una sociedad flexible en sus sistemas de trabajo y de educación, donde no sea incompatible la maternidad y el trabajo, la vida familiar y la cultura», manifestó.
El artículo 14 de la Constitución «supuso una base firme para esta igualdad, pero las tradiciones y las costumbres tardan mucho tiempo en cambiar», incide Revilla.
Por esa «mayor responsabilidad» que sentía como mujer en el Congreso, añade, no quiso pasar por alto un artículo del texto constitucional que consideraba «absolutamente demencial»: la preferencia en el orden de sucesión de la Corona del varón sobre la mujer.
«Si se dice que todos los españoles son iguales sin distinción de raza, religión, opinión o sexo, pues esto era un manifiesto disparate. Insistí todo lo que pude, pero me vi obligada a retirar la enmienda», rememora sin querer entrar a fondo en las presiones que recibió para retirar la propuesta de reforma que ya había presentado en el registro del Congreso.
Su discrepancia quedó sin embargo reflejada en el diario de sesiones del día 29 de mayo de 1978.
Cuando se votó ese artículo, en la Comisión hubo 33 votos a favor y una abstención. «La señora Revilla se abstiene», precisó el presidente, su compañero de partido Emilio Attard.
Revilla, quien elogia el trabajo que hicieron muchas otras diputadas con sus enmiendas al texto constitucional, admite que como parlamentaria tal vez pecó de inocente y siempre creyó, por ejemplo, en su independencia del Ejecutivo, pero puntualiza: «yo no presenté esa enmienda por ingenuidad; era ingenua y creí que iba a ser aceptada, no entendía cómo no, pero era mi obligación».
Según revela ahora, algunos de los ponentes de entonces le han confesado después que sentían no haber aceptado su propuesta.
Revilla fue elegida de nuevo diputada en la primera legislatura y ocupó su escaño de «diputado» hasta 1982. No la volvieron a incluir en las listas -«dejé de ser una persona grata», especula- y se alejó de la política, una profesión de la que, asegura, hoy no quiere saber nada.
Redacción