El parquímetro estaba reventado. Al meter la moneda la escupía de forma impertinente.
Puede ser que algún parado desesperado se haya despellejado un dedo tratando de arrancar la ranura para pillar algún euro (¡o fracción!). O puede que un ciudadano aparentemente ejemplar -con un mal día- le haya pegado una patada al comprobar que la endiablada máquina no está diseñada para devolverle el cambio. También lo ha podido atacar algún estresado ejecutivo que todavía no se ha enterado de que nuestra Alcaldesa ha reventado la madrileña costumbre de tomar una cañita after work , al ampliar hasta las nueve de la noche la obligación de pagar. O quizá fue uno de los dueños de alguna pequeña tienda, que antes vendía bastante aguantando la tienda abierta hasta la hora en que la gente aparcaba libremente… No sé ni quien lo ha reventado, ni por qué, pero… ¡El parquímetro está roto!
Pero el agente es flexible. Me contesta que ya lo sabe, y que hasta que no lo arreglen no pondrá ni una sola multa en esa calle.
- ¡Estaría bueno! ¡Para que se me monte aquí una revolución! Que no está el horno para bollos, y la gente va muy quemada….Por esta regla, yo también debería multar a lo que están aparcados a contramarcha, a los que apenas se han pasado un cuarto de hora, o a los que aparcan a las nueve menos cuarto y no ponen papel ¡Pues estaría bueno!. Ellos hacen la Ordenanza, pero nosotros somos los que sabemos hasta donde se puede apretar.
Pero resulta que la ley española dice que los Reglamentos son singularmente inderogables. Es decir, que hasta la propia autoridad que los ha dictado debe cumplirlos. O sea, que ni el Alcalde que dicta las normas de aparcamiento puede aparcar -sin papel- en la zona de parquímetros, ni la policía que vigila el tráfico puede saltarse un semáforo (salvo emergencia, claro).
Pero lo que ahora nos pasa es que la norma es odiosa. Quizá porque la autoridad que promulgó la norma ya preveía un alto grado de incumplimiento, y por eso amplió los plazos y aumentó las sanciones: como no pillan a todos, al que pillan lo escarmientan…
Cada vez es más frecuente la amable tolerancia con el incumplimiento de la obligación, la ordenanza, el reglamento o la Orden. Se ve bien y se excusa el incumplimiento. Las sanciones son abusivas, y con eso se facilita la vida. Al insoportable rigor de la norma, al abuso del poder, se enfrenta la equitativa tolerancia: la “vista gorda” que decimos. Cierto es que se facilita la vida, pero gracias al incumplimiento, la norma odiosa resulta tolerable y permanece vigente, amenazando sólo a unos pocos. Sólo a alguno -como condena bíblica- le caerá la sanción, mientras todos miraremos a otro lado. Hay que saber que la norma injusta mantiene su validez gracias a su ineficacia.
El estricto y generalizado cumplimiento de las normas es el mejor antídoto que existe contra las leyes injustas. Si todos, incluso los que las dictaron, estuviéramos sometidos a su cumplimiento, por su propia naturaleza, la norma injusta tendería a desaparecer. Pero claro, eso no funciona cuando las normas son coyunturales, caprichosas, cambiantes, temporales y particulares. La norma idiota siempre es más peligrosa y más pertinaz que la norma injusta.
-Gracias por hacer la “vista gorda” señor agente. Presente mis respetos a la señora Alcaldesa (si es que le recibe claro). Aunque jurídicamente resulte rechazable, Ud. hoy me ha alegrado el día.
Jorge Jiménez Leube
Prof. de Derecho Administrativo Universidad Alfonso X “El sabio”