Los dos mayores partidos políticos de Australia se aproximaron este domingo a los diputados independientes elegidos en las elecciones celebradas este sábado para negociar la formación de un gobierno, después de que ninguno consiguiera la mayoría.
La primera ministra en funciones, Julia Gillard, quien corre el riesgo de perder el cargo que asumió hace sólo dos meses en el caso de que no consiga acordar una alianza entre su Partido Laborista e independientes o con la formación de los Verdes, inició el domingo negociaciones sin descartar todos las posibilidades del abanico.
El recuento provisional de los votos concede la llave para formar gobierno a los cuatro candidatos independientes y al representante de los Verdes, Adam Bandt, que ha llevado a su partido por primera vez al Parlamento australiano.
Gillard, quien poco después de conocer que su formación había perdido la mayoría parlamentaria hizo un guiño al Partido Verde y a los independientes, explicó que ha mantenido conversaciones preliminares con los cuatro que tienen asegurado su escaño en el Parlamento, y un quinto que está pendiente de que se confirme su victoria.
«Tengo la intención de negociar de buena fe un acuerdo eficaz para formar gobierno, dijo Gillard en conferencia de prensa.
En manos del Partido Verde
El líder del Partido Verde, Bob Brown, indicó que había mantenido una reunión «importante» con Gillard, aunque precisó que de esta no salió ningún acuerdo inicial.
«Ha sido una reunión muy cordial, en la que no hemos abordado acuerdo alguno, apuntó el líder de la formación ecologista y tercera fuerza política del país.
Además de ser clave para formar gobierno, el Partido Verde tendrá en sus manos decidir hacia qué lado se inclinará la balanza en el Senado, institución a la que la Constitución confiere notables poderes, incluido el de bloquear las leyes que el gobierno propone al Parlamento.
Con el 78 por ciento de lo votos escrutados, el Partido Laborista ha pasado a tener 72 escaños, mientras la oposición compuesta por la coalición de las formaciones Liberal y Nacional tiene 70.
Un 2 por ciento más de papeletas escrutadas invirtió el escenario anterior, en el que la coalición conservadora iba por delante con 72 escaños, seguida de la de centroizquierda, con 70.
Gillard aseguró que ninguno de los dos partidos ha obtenido los 76 escaños necesarios para gobernar en solitario, por lo que se plantean dos posibles escenarios: un gobierno encabezado por los conservadores con el apoyo de independientes, u otro capitaneado por los Laboristas aliados con los Verdes y algún independiente.
El líder conservador, Tony Abbott, quien anunció que su objetivo era formar gobierno, mantuvo conversaciones con destacados miembros de la coalición para planear las negociaciones con independientes, según informó la cadena de televisión ABC.
Robert Oakeshott, uno de los cuatro diputados sin partido, dijo a los periodistas que presumía que las negociaciones para formar gobierno pueden alargarse «una o dos semanas, y antes de adoptar cualquier decisión se reunirá con al menos otros dos representantes de la minoría parlamentaria.
«Tengo entendido que se han mantenido conversaciones informales, promovidas por Laboristas y Liberales (de la coalición), declaró Oakeshott, también diputado en la anterior legislatura.
Los errores de los laboristas
La Ejecutiva Laborista se reunió para examinar los errores que el partido ha cometido, sobre todo en los estados de Nueva Gales del Sur y Queensland, en los que perdió el mayor número de escaños frente a la coalición conservadora.
El director de la campaña electoral del Partido Laborista, Karl Bitar, indicó que una vez concluido el escrutinio de los votos, su formación obtendrá entre 70 y 75 escaños.
Cerca de 14 millones de australianos fueron llamados a las urnas para votar en unos comicios en los que unos 1.200 candidatos pugnaron por un escaño del Parlamento.
A pesar de que Australia ha sido uno de los contados países industrializados que han sorteado la crisis financiera global, en un sector de la población hay un profundo descontento a raíz de los reveses cosechados por algunas políticas del Partido Laborista.
Ese descontento fue el que hundió la popularidad del carismático Kevin Rudd, a quien el pasado junio Gillard arrebató la jefatura del Ejecutivo y del partido por medio de una revuelta interna después de que Rudd comenzara a decepcionar a votantes que tradicionalmente han apoyado a los laboristas.