Nueva Zelanda elevó este sábado a 145 los muertos por el terremoto del martes en Christchurch, con apenas esperanza de hallar supervivientes bajo los escombros en la ciudad, un tercio de la cual tendrá que ser demolida para evitar derrumbes.
El jefe de la Policía en el condado de Canterbury, Dave Cliff, señaló que hasta el momento han recuperado esa cifra de cadáveres y no esperan encontrar más en las próximas horas, mientras la cifra de desaparecidos supera los 200.
Las autoridades esperan que el número de víctimas mortales suba con cuentagotas, puesto que las víctimas están enterradas bajo montañas de piedras, cristales rotos, metal retorcido y vigas partidas en dos por el seísmo de 6,3 grados de magnitud en la escala Richter.
Varias réplicas derrumbaron esta mañana la fachada de decenas de edificios, y los equipos de rescate confundieron los gritos de un posible superviviente bajo las ruinas con el maullido de un gato, según el jefe de los socorristas, Russell Gibson.
Gibson afirmó que pese a que ya han pasado cinco días de la tragedia, todavía cree en un milagro, «y Nueva Zelanda se lo merece».
Los equipos de rescate no han detectado ninguna señal de vida entre los escombros desde el miércoles, 24 horas después de producirse el temblor.
Hasta 120 personas podrían estar sepultadas dentro de la sede de la televisión local CTV, entre ellos 60 estudiantes y profesores de la escuela de idiomas King’s Education de hasta 20 nacionalidades distintas.
Otra veintena de víctimas están enterrados bajo lo que queda de la catedral, que data del siglo XIX y cuyo campanario se hundió en pocos minutos al temblar la tierra.
El primer ministro neozelandés, John Key, visitó la «zona cero» en Christchurch y tras un emotivo encuentro con las familias de los damnificados, anunció que todo el país guardará dos minutos de silencio en su memoria cuando se cumpla una semana del temblor.
La mayor tragedia en Nueva Zelanda
«Sin duda es la mayor tragedia de nuestra historia», dijo Key, quien teme que el número final de fallecidos sea mayor que las 256 personas que perdieron la vida en otro terremoto ocurrido en la ciudad de Napier en 1931.
A esas reuniones también asistió el alcalde de la ciudad, Bob Parker, quien dijo a los familiares: «Debéis entender que debéis prepararos para lo peor. Esto no se va a arreglar en unos pocos días».
El suministro eléctrico se ha restablecido en casi todos los distritos, pero la mayoría de residentes continúa sin agua potable y se sustentan con la ayuda de los servicios de emergencia.
Unos 800 retretes portátiles han sido repartidos por los barrios con las cañerías destrozadas para evitar la propagación de enfermedades, mientras los expertos creen que habrá que tirar abajo gran parte del área metropolitana para evitar más derrumbes.
«De acuerdo con los datos que hemos recogido en los dos últimos días, es casi seguro que será necesario demoler un tercio de los edificios», aseguró Jason Ingham, ingeniero civil de la Universidad de Auckland.
Parker confirmó que las apisonadoras y excavadoras están listas para la operación, después de que decenas de estructuras cayeran como castillos de naipes por el temblor, de tal potencia que incluso provocó el desprendimiento de 30 toneladas de hielo de un glaciar en la Isla Sur.
La destrucción provocada por el seísmo pone en peligro la celebración del Mundial de Rugby, que arranca en septiembre y tenía previsto que se disputasen varios partidos en Christchurch, la segunda mayor ciudad de Nueva Zelanda.
El ministro de Desarrollo Económico, Gerry Brownlee, pidió a los ciudadanos que sean «realistas» sobre sus posibilidades de acoger encuentros del torneo del deporte nacional.
Aunque el estadio AMI -con capacidad para 43.000 espectadores- sólo sufrió daños menores al estar situado lejos del epicentro, el movimiento telúrico ha provocado que el suelo del terreno de juego sea ahora muy inestable.