Sumidos en plena incertidumbre por el futuro de las tres centrales nucleares de Fukushima y en medio de la oportunidad o no de abrir un debate sobre la energía nuclear y su seguridad, las matemáticas nos dan la certeza de que cualquier sistema complejo fallará en algún momento.
Los sucesos con baja probabilidad ocurren si la frecuencia es suficiente. Y las nucleares alguna vez fallarán, así que en la esencia del debate nuclear está en asumir o no si la humanidad está dispuesta a pagar cáncer por energía (que en la actualidad se asimila a progreso o estándar de vida occidental).
Aunque ahora parece que toca minimizar el problema, o por lo menos no hacer discursos alarmistas, no debemos olvidar que el riesgo nuclear es global. Si al final se confirma la catástrofe de Fukushima, sin duda los que pagarán el mayor precio son los japoneses, y cuanto más cerca de la central peor.
Pero los radioisótopos alcanzarán Estados Unidos y Canadá y luego Europa, empujados por los vientos dominantes. Aunque es imposible asumir que la causa del cáncer de un solo paciente individual sea la fuga radioactiva de Fukushima, tenemos la certeza estadística de que, en el peor de los casos, una gran fuga radioactiva de Fukushima matará de cáncer a algunos de los lectores de este medio. La contaminación radioactiva es, en buena medida, un fenómeno global, que ha aumentado enormemente desde 1945.
En plena crisis nuclear japonesa, aun es pronto para saber si sus consecuencias dejarán pequeño a Chernóbil. De momento, el panorama es dantesco, con tres reactores de la central de Fukushima en peligro de fusión (probablemente uno de ellos ya esté en un estado de fusión parcial). Pero al menos otras diez centrales (de un total de 51) tuvieron que detener su actividad por diversos problemas sufridos tras el terremoto. La magnitud de la fuga radioactiva dependerá de cuánto aguanten las vasijas de contención de estos reactores.
La vida no se lleva muy bien con la radiación de alta energía: muy poca radiación es suficiente para dañar irreversiblemente la información genética contenida en nuestros planos moleculares de ADN. Tras irradiarnos podemos desarrollar cáncer y nuestros futuros hijos pueden sufrir malformaciones. Y, desafortunadamente, no hay un umbral de radiación que asegure un daño 0; tan solo un umbral cuyos riesgos consideramos asumibles.
Siempre hemos sido tan presuntuosos que nos creímos capaces de cuantificar todos los riesgos. Chernóbil ocurrió porque la tecnología comunista era inferior. Como no se puede decir lo mismo de Japón, se dice que aquí no estamos en una zona de tsunamis. A los que lo dicen hay que recordarles que el mayor tsunami del que existe noticia en la historia de la humanidad ocurrió en el Mediterráneo: se debió a un volcán (el Santorini) y sus consecuencias fueron tales que extinguió a la más próspera civilización mediterránea de su tiempo: los micénicos.