Los recientes acontecimientos dramáticos de Japón, un terremoto nunca visto seguido de un tsunami de proporciones bíblicas, han conducido a la mayor alerta nuclear de la historia después de Chernóbil.
El miedo campa a sus anchas, así que conviene reflexionar y explicar los conceptos clave sobre exposición a radiaciones ionizantes.
La radiactividad natural del suelo, algunos manantiales, el sol y los rayos cósmicos afectan a todas las personas de un modo continuado, y se supone que en general carecen de relevancia clínica, no causan enfermedades.
Se considera seguro que los trabajadores profesionalmente expuestos reciban al año un máximo de 50 mSv, de dosis equivalente efectiva. Si recibieran esa dosis de una sola vez, significaría que durante un año no deberían acudir al puesto de trabajo donde haya exposición a radiaciones ionizantes.
Pero el problema en el caso de un incendio en una central nuclear no es la irradiación externa, sino la contaminación radiactiva. Esta contaminación la producen las partículas radiactivas, es decir el hollín aerosolizado en el incendio o la explosión, cargado de isótopos radiactivos como el cesio, el yodo, el uranio y otros elementos.
Estas partículas, tarde o temprano, caerán al suelo y contaminarán pastos, suelos, animales, personas, viviendas…
La descontaminación externa se puede hacer con un lavado vigoroso de esas superficies corporales, pero si los animales o las personas las ingieren o inhalan pueden aparecer problemas de salud. Estos problemas de salud asociados a las radiaciones ionizantes son de dos tipos: dependientes de dosis y estocásticos.
Los problemas dependientes de dosis más graves son la muerte directamente por la radiación, instantánea en dosis masivas o diferida unos días en dosis letales con impacto en la médula ósea o las células de la mucosa digestiva y genitourinaria.
A menores dosis, el impacto directo es nulo. Pero puede haber efectos estocásticos. Estos son malformaciones congénitas, cuando afectan a embarazadas o mujeres en edad fértil, y cáncer, fundamentalmente. Influye la dosis total pero también muchos otros factores, como el azar y la genética. Muchos supervivientes de Hiroshima han llegado a longevos y nunca desarrollaron cáncer. Es decir, no es un efecto necesario, sino que puede aumentar la incidencia, a veces levemente.
El único órgano especialmente sensible a las radiaciones ionizantes es la tiroides, porque esta glándula capta el I-131 y otros isótopos con gran avidez, haciendo que sus delicados tejidos sean directamente afectados por la radiación. Por eso, a los japoneses se les ha administrado yodo, para llenar su glándula de yodo bueno y bloquearlo contra los isótopos radiactivos.