sábado, octubre 12, 2024
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Buenas noticias. Por fin un proceso de paz, el colombiano, entre tanta crisis y malos augurios. Nace además arropado por factores externos que harán que lo que nazca de las negociaciones tenga perspectivas de consolidarse. Por un lado, está el crecimiento económico regional de América Latina, de un 3,7% según estimaciones de la CEPAL, y con perspectivas de estabilización si se acompaña de un desplazamiento de las inversiones hacia nuevos mercados que puedan sustituir a ya los manidos China, Brasil, India y Rusia. Parece que los aviones a Bogotá últimamente van llenos de ejecutivos españoles y europeos animados por un contexto muy favorable para el emprendimiento y las oportunidades.

Por otro lado, está el desplazamiento de la violencia producida por el narcotráfico hacia otros países con mucho menos Estado que Colombia, como es el caso de Centroamérica, o como México que a pesar de su magnitud y potencial se resiste a perder su herencia autoritaria. Colombia, en cambio, ya había ido sembrando una semilla de la no violencia no solo como consecuencia de la aplicación de los planes antidroga sino también fruto de políticas locales como las implementadas por los gobiernos de Antanas Mockus, en Bogotá, o de Sergio Fajardo, en Medellín. En el año 2002, Medellín tenía un índice de homicidios de 185 por cada 100 habitantes; después de las obras de transformación que se realizaron en el sistema de transporte (la introducción del Metrocable), en el año 2008, la cifra se redujo a 30 homicidios por cada 100 habitantes.

Es una paz que nace, por tanto, de abajo arriba, y eso no deja de ser bueno para lo que nos interesa que, insisto, es la consolidación de la paz más que la negociación: por eso Santos tiene razón al no interrumpir el cese de los operativos militares mientras que la negociación se desarrolla en Noruega o en Cuba. En un contexto regional en el que México parece incapaz de solucionar sus problemas, Brasil ve limitado su potencial por la inestabilidad de un sistema muy presidencialista, y países como Ecuador, Venezuela o Perú parece que vivieran en otro mundo, Colombia, habrá pensado Santos, se ha visto en un buen momento para dar un paso al frente y soltar ese incómodo lastre que era su violencia interna.

Es una buena visión para ganar competitividad a nivel global -y no para competir entre Grecia y Alemania, como ocurre por aquí al lado-  ahora que los países con los que uno debe medirse tocan a la puerta embellecidos con esencias de otros continentes. La paz también dará un respiro a algunos organismos internacionales, como la OEA o la  ONU, que se verán arrastrados a acompañar un proceso que ha sido gestado desde dentro y que les ha pillado con la cabeza apoyada en el teclado, aburridos de tanto fracaso desde Haití hasta Oriente Medio haciendo varias escalas en África. Viene, en cierto modo, a rescatarnos también a los descreídos y a quienes pensábamos que las estructuras políticas tradicionales y los caciques de otro tiempo seguían liderando el juego político también en la democracia, tanto en la Argentina de los Kirchner como en el Chile de Piñera, incapaces de encauzar políticas sociales que frenen el descontento de la clase media.

Espero que con este proceso los mediocres regionales parezcan mucho más débiles, aquellos que entonando el grito de patria y libertad han hecho todo lo que estaba en su mano por destronar los generosos esfuerzos de quienes recuperaron la democracia en América Latina durante los años ochenta y noventa; una democracia llena de defectos  de contenido pero que al menos todavía se cuidaba de las formas. Paz y democracia son la cara y la cruz de la misma moneda, la de la confianza, esa que tanto gusta a los mercados, y así parecen haberlo entendido los colombianos.

Otro día hablaremos de las FARC.

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