jueves, octubre 3, 2024
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Svieta, hija de Chernóbil: “Los niños siguen jugando en arena radiactiva”

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Svieta Shmagalio, profesora en una pequeña localidad de Ucrania, solo tenía doce años cuando tuvo que aprender de golpe y a la fuerza el significado de la palabra radiación. Todavía recuerda el ruido y el alboroto de los coches que circularon por la carretera que conduce a Chernóbil la madrugada del 26 de abril de 1986. Horas después el día amaneció soleado en Orane, el pueblo natal de Svieta. Los vecinos desconocían que a tan solo 35 kilómetros se acababa de producir la catástrofe nuclear más grave de la historia.

La tranquilidad de la localidad ucraniana de 600 habitantes se rompió cuando vehículos del ejército y militares con mascaras de gas irrumpieron en el pueblo para explicar a los vecinos que cumplieran con varias precauciones. Debían cerrar las ventanas, lavar bien la fruta y evitar salir a la calle. “El día 1 de mayo nos dijeron que había un poco de radiación pero todo era muy confuso. A finales del mismo mes el médico nos dijo que mi hermana tenía mucha radiación, era la primera vez que escuchábamos esa palabra y desde ese día nunca olvidamos su significado”, explica Svieta a ESTRELLA DIGITAL. Hoy su vida sigue marcada por la enfermedad y la muerte.

Más radiación que las bombas lanzadas en Hiroshima y Nagasaki

Este martes se cumplen 30 años de la tragedia que parece no tener fin. Eran las dos de la madrugada del 26 de abril de 1986 cuando una de las pruebas cotidianas a las que se sometía a los reactores de la central, destinada a producir plutonio para fines militares además de la producción de energía eléctrica, provocó el sobrecalentamiento de uno de los núcleos y quedó totalmente destruido. La explosión provocó la dispersión en la atmósfera de una enorme cantidad de partículas radiactivas y una nube gigante de basura tóxica recorrió el norte y el centro de Europa hasta alcanzar parte de Asia.

“No hay estudios epidemiológicos, ni chequeos rigurosos sobre todas las personas afectadas. Inicialmente y de manera oficial se habló de 1.800.000 supervivientes, pero no se ha hecho un seguimiento de esta cifra. Habrá gente que se haya muerto de cáncer como consecuencia del accidente y no hay constancia de ello. Esa es la laguna”, afirma a este diario Raquel Montón, responsable de la campaña antinuclear de Greenpeace.

El accidente liberó cien veces más radiación que las bombas lanzadas por Estados Unidos en las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki en 1945. Un informe elaborado por Greenpeace en el año 2006, en el que participaron cerca de 60 expertos científicos de todo el mundo, denunció las “mentiras” del Organismo Internacional para la Energía Atómica (OIEA) y la Organización Mundial de la Salud (OMS) sobre el impacto del accidente. Según la organización ecologista, las entidades internacionales han tratado siempre de minimizar las consecuencias del accidente y sostiene que lla catástrofe nuclear provocó más de 200.000, a los que hay que sumar las más de 90.000 personas afectadas por cáncer. La organización ecologista apuesta por el fin de la energía nuclear e impulsar las renovables.

“Ha muerto muchísima gente”

“El problema sobre la salud de las personas que viven en zonas contaminadas es gravísimo y empeora con los años. Los niños y las niñas nacen con el sistema inmunológico mucho más débil. No hay punto final que pueda decir que han acabado las muertes o las enfermedades. Es una herencia que va a continuar por muchos años. El accidente de Chernóbil no ha acabado y en algunas situaciones es peor a día de hoy que quizá en otros momentos anteriores”, subraya Montón.

Svieta ha aprendido a convivir con la enfermedad y a sufrir la muerte de familiares y vecinos. Su propio hijo padece las consecuencias de la tragedia en su sistema inmunológico. Según recuerda, las afecciones llegaron a su pueblo diez años después de la catástrofe. “Es imposible no recordar el accidente por todo lo que ha causado y los efectos que ha generado. Siempre enferma alguien, incluso los niños. Intentamos no recordarlo pero la enfermedad y la vida nos obliga a recordarlo. Al igual que a mi a muchas familias les ha tocado el cáncer y la enfermedad. Primero murió mi primo en el año 2000, unos años después mi tío, después mi madre. Mi hijo esta enfermo por culpa de Chernóbil, tiene mal el sistema inmunológico y mi hermano está ahora enfermo. No solo mi familia, muchas otras han sufrido esto”, afirma Svieta.

A pesar del accidente ha decidido quedarse en su pueblo con la finalidad de ayudar a los demás, a sus alumnos en la escuela. Svieta lamenta la falta de ayudas por parte del Gobierno ucraniano y denuncia su pasividad para afrontar un problema que sigue existiendo. “Después de 30 años es una tragedia porque ha muerto muchísima gente por cáncer y otras enfermedades. La mayoría de la gente no tiene acceso a la sanidad porque económicamente no pueden. Todos los programas de Chernóbil están cerrados. Hemos comido productos sucios y los niños siguen jugando en arena radiactiva y el Gobierno no quiere saber nada de estos problemas”, sostiene. Svieta, al igual que sus vecinos, lucha por salir adelante, pero reconoce que es complicado ser feliz después de lo que ha ocurrido. “Cuando tus parientes y tus vecinos enferman y mueren y cada año más personas mueren…es difícil. Luchamos por seguir adelante pero sin la alegría de la vida. No podemos estar alegres, la población no está alegre”.

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