domingo, noviembre 17, 2024
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Canción triste por el coro del Ejército Rojo

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El coro del Ejército ruso ha tenido un fin trágico que convertirá en legendaria la calidad artística de su espectáculo. Como el Manchester, como el Chapacoense, como John John Kennedy, o Félix Rodríguez de la Fuente, un accidente aéreo ha matado a sus 68 miembros más acompañantes la pasada madrugada en el Mar Negro. Iban a actuar a Siria, en una de las bases avanzadas del Ejército ruso desde las que se ha dado un giro definitivo a esta larga guerra.

Pero el coro y danzas, oficialmente llamado Alexàndrov, era algo más que un conjunto folcklórico. Eran embajadores de la tradición militar rusa, entre marcial, disciplinada y muy alegre.

Los Coros y Danzas del Ejército Rojo llegaron a Madrid en los primeros años 80, algo tan extraordinario como lo hubiera sido la llegada del mismísimo Elvis Presley (vivo, claro, como dice Calamaro) al Madrid de la UCD y el alcalde Tierno Galván. Muchos madrileños fueron al viejo palacio de Deportes (el que murió bajo las llamas, como el Fantasma de la Ópera, por seguir hablando de mitos y fábulas) a ver de cerca cómo eran los rusos del Ejército Rojo. En aquellos años en Madrid era tan excepcional ver un ruso, como ver por la calle a un negro o incluso a un aborigen de la Isla de Pascua o un marciano.

Lo curioso es que los militares soviéticos eran entonces unos modernos. Sus uniformes, su disciplina y coordinación tipo Bolshoi, sus canciones que parecían sacadas de Doctor Zhivago, o quizás de los correos del Zar, como Miguel Strogoff. Eran los referentes culturales de la época. Debajo de la guerrera llevaban la típica camiseta blanca de rayitas azules, de la tradición militar rusa. Acordeones, saltos prodigiosos, la entrañable Kalinka, dos horas de música y saltos a todo trapo.

Ya no son tiempos de este tipo de cosas. Madrid ve sin despeinarse a Justin Bieber e incluso a Bruce Springsteen, o a Barenboim, por poner un caso. Si los cantores y danzarines del Ejército ruso aparecen por la ciudad, sería raro que alcanzaran media entrada en el Centro Cultural de la Villa, hoy Fernando Fernán Gómez.

Embarcados en un TU-154, un avión de transporte militar, volaban a Latakia, una base aérea rusa en plena Siria. Iban a animar a las tropas el año nuevo, de la misma manera que la España de Felipe González envió a Marta Sánchez a la Guerra del Golfo o Rosevelt enviaba a Frank Sinatra a las tropas del frente Oeste en la Guerra Mundial. O sea, un asunto ya desfasado.

Rusia, Siria, en Mar Negro. Demasiados ingredientes como para que la imaginación no vuele hacia derroteros menos convencionales. Rusia ha perdido en Siria aviadores, pilotos de helicópteros, tropas de operaciones especiales, un embajador y ahora a sus embajadores cuturales, de lo que se conoce como “diplomacia de Defensa”.

Nada mejor que homenajear a los Coros y danzas del Ejército Ruso con un réquiem, o mejor un blues (canción triste se tradujo en el título de una serie de policía en aquella España de los años 80 del siglo pasado), o una de esas baladas tristes, melancólicas y bellas que salen al aroma del vodka en cuanto se juntan unos cuantos rusos. O quizás lo mejor sea recordar que esos magníficos cantantes y danzarines, militares, eran los herederos de los Coros del Ejército Rojo. Ése sí que era un mito.

F. de Castro

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