El 25 de mayo a las diez de la mañana, el Presidente Andrés Manuel López Obrador conocía de viva voz de Josefa González -Blanco, el hecho ocurrido un día antes, viernes 24 de mayo.
En su carácter de Secretaria de Medio Ambiente, para poder abordar, ordenó el retraso del vuelo comercial que le llevaría de Mexicali (en el estado norteño de Baja California) a la Ciudad de México.
El Presidente aceptó la renuncia de manera contundente: “…Supe de este asunto a las 10 de la mañana, hablé con ella y reconoció que lo que hizo fue un error de su parte, y puso a disposición su cargo y mi recomendación fue en el sentido de que no podemos fallar…”
Con excepción de los ex Presidentes Cárdenas y Ruiz Cortines, el ejercicio del poder en México iba ligado a la prepotencia y el dispendio.
Formar parte de la élite gubernamental otorgaba preeminencia e impunidad. Los horarios, tarifas y reglas en general eran aplicables sólo a aquellos que no pertenecían a esa casta.
Con la llegada de la 4T, el cambio inmediato se antoja difícil, sobre todo cuando al llegar a las oficinas, los nuevos servidores públicos son halagados por la burocracia que ahí permanece, conviven también con autoridades locales, quienes continúan actuando en la inveterada costumbre del desdén al Pueblo.
Por eso la respuesta al parecer implacable desde la Presidencia es necesaria.
En el Museo Nacional de Historia que se encuentra en el Castillo de Chapultepec, encuentro dos ejemplos de esta dicotomía en la conducta posible de los gobernantes en México: el primero, el traslado mismo de la sede del poder presidencial del Castillo al rancho La Hormiga, convertida en la residencia oficial de Los Pinos, por mandato de Lázaro Cárdenas, con los años sería de nuevo, lujo y frivolidad. Ahora se encuentra abierta al público como espacio cultural.
El segundo, los carruajes del invasor Maximiliano y del Presidente Juárez; uno, a falta de legitimidad, requería barrocos oropeles, mientras el otro ostentaba glorioso, las firmes líneas de la austeridad republicana.
Sin duda, el rasgo más bello de la República, es la igualdad, la evolución de súbdito a ciudadano no sólo se da en el derecho a elegirlos, es producto del cotidiano vivir entre gobernantes y gobernados, sin distinciones ni marcas; se da cuando no nos arrodillamos ante quien gobierna y es como uno más, uno de nosotros.
El Pueblo es sabio, sabe distinguir a los suyos, lleva terco votándole en elecciones desaseadas, una y otra vez, hasta que el voto masivo venció al fraude.
Es una necedad en dos vías; López Obrador también se presentó a la candidatura de manera tenaz, no se dejó abatir por la usurpación ni la infamia y encabezó al Pueblo en un movimiento plural para regenerar la vida pública. Por eso nos dice firme: no podemos fallar.
Ariel Maldonado Leza