En Venezuela los antirretrovirales empezaron a escasear y William temía por su salud, los médicos le dijeron que se fuera antes de desarrollar sida, la fase terminal de la enfermedad y le aconsejaron España como destino.
“Algunos amigos también empezaron a marcharse, pero otros comenzaron a enfermarse y morir. Así de simple”, explica este venezolano de 60 años, que utiliza un nombre ficticio porque prefiere preservar su anonimato.
Antes de abandonar Venezuela, en mayo de 2018, William solo disponía de tres meses de tratamiento que una amiga enfermera le había conseguido de estraperlo en un Hospital Militar.
Habla de ella con entusiasmo, como lo hace de todo lo demás, se siente agradecido por haber salido a tiempo y tiene ganas de contar el drama que ha vivido.
LA SITUACIÓN DESDESPERADA DE LOS ENFERMOS DE VIH
Venezuela llegó a ser líder en la región por poseer uno de los mejores programas públicos de entrega gratuita del tratamiento antirretroviral, pero la grave crisis que atraviesa ahora contrasta con la situación que vivía en los 90.
Desde entonces, las circunstancias han cambiado mucho para las 120.000 personas que viven con VIH en el país, de los que cerca de 8.000 se han visto obligados a emigrar en los últimos años.
Eso sí, enfrentando mil y una dificultades, porque acceder a la compra de un billete de avión se convierte en misión imposible cuando el sueldo medio no alcanza los 7 dólares mensuales -según un reciente informe de la ONU-.
“Algunos se van a pie, caminando muy enfermos durante semanas hasta Colombia, la frontera más cercana”, cuenta William apesadumbrado.
Él corrió mejor suerte, gracias a unos ahorros que había guardado con buen criterio en Curazao, una isla holandesa situada a 65 kilómetros de Venezuela.
Con lo que tenía ahorrado compró un pasaje a España de ida y vuelta, aunque solo necesitaba el de ida: “No pensaba volver, pero para salir del país las autoridades te lo exigen”.
En el control del aeropuerto, temió que los guardias de aduanas descubrieran un informe que su doctor venezolano había preparado para los médicos que le atenderían en España, y que había escondido en un bolsillo interior de la chaqueta.
TODO CAMBIÓ EN ESPAÑA
“¿Será verdad que me van a dar la medicina?”, se preguntó con su informe entre las manos a las puertas del hospital madrileño Ramón y Cajal, donde hay un acreditado servicio de Enfermedades Infecciosas.
Hasta este centro sanitario de la capital llegó acompañado de un miembro de la asociación Kif Kif, dirigida a migrantes y refugiados LGTBI, donde cada vez acogen a más venezolanos.
“Las personas que recibimos de Venezuela suponen entre un 50 % y un 60 %, lo cual es un número muy elevado”, explica el encargado del área de salud de la organización, Jorge Beltrán.
Los recién llegados encuentran un apoyo fundamental en estas organizaciones, que cuentan con protocolos establecidos para que los migrantes reciban tratamiento cuanto antes, apunta su fundador, el marroquí Samir Bargachi, que llegó a España hace años en circunstancias parecidas a las de William.
“Para las personas que enfrentan dificultades durante las primeras semanas hemos generado incluso farmacias solidarias y hemos intentado establecer convenios con las empresas farmacéuticas para cubrir ese tiempo de espera”, indica el activista LGTBI.
También en esta ocasión William encontró la suerte de su lado: “A los cinco días de venir, ya me estaban dando la medicina, así que no tuve que suspender el tratamiento y eso es muy importante”.
No es el caso de todos los que llegan a Kif Kif buscando ayuda después de haber pasado hasta un año sin recibir los antirretrovirales y “en una fase muy, muy avanzada de sida”, algo que “se ve muy pocas veces hoy en día”, explica Bargachi.
EL FUTURO DE WILLIAM
La escayola que lleva en el brazo no impide a William contar su historia con pasión y viéndolo gesticular puedes estar seguro de que su periplo no le ha quitado el entusiasmo, al contrario: se imagina en el futuro ayudando a otros, como hicieron con él.
A pesar de que llegó a España por azar, el país le resultó toda una revelación y más que haber viajado a otro lugar le pareció haberlo hecho en el tiempo.
“Para mí fue como pasar de La Edad de Piedra al siglo XXI”, afirma.
El venezolano nunca pensó en separarse de «las aguas turquesas del Caribe», su «auténtica pasión”, pero ahora dice tener claro que allá es imposible vivir.
“No tengo la intención de volver a Venezuela, quiero mucho a ese país, pero así como está la situación, no pienso regresar. Allí la vida humana no vale nada”, concluye.
Estrella Digital