La figura de Hugo Chávez, fallecido este jueves hace siete años, inunda cada rincón de Venezuela en forma de pintura, mural, pancarta o canción. Pero el paso del tiempo desafina las notas y difumina la mirada del líder latinoamericano en esos retratos que, hasta hace poco, se mantenían intactos, casi nuevos.
Dejó grabado a fuego el legado socialista, cuyo testigo tomó el actual mandatario, Nicolás Maduro, avalado por el movimiento al que dio nombre su antecesor: el chavismo.
Los líderes que ensalzan hoy su nombre no dejan escapar la menor ocasión para agradecer y recordar a quien fue una de las figuras más trascendentes de principios de siglo en Latinoamérica y que dejó en sus manos la responsabilidad de dirigir uno de los países más polarizados de la región, pero se olvidan de preservar los iconos a la vista del pueblo.
«Su nombre parece imborrable, al menos mientras el PSUV, fundado en 2007 por el propio Chávez, permanezca en el poder. En cada evento, cada convocatoria pública, manifestación, acto o reunión chavista, se corea al unísono la consigna «Chávez vive», como si de un eslogan político se tratase.
Pero esa pasión que se grita y se canta ya casi no se puede contemplar en la mayoría de las figuras que daban color a las calles venezolanas, especialmente las de la capital.
El rojo intenso, símbolo chavista, se torna en rosa más o menos claro, y con el brillo convertido en mate. Igual que en vida dominaba y controlaba todo lo que ocurría en Venezuela, tras su muerte su imagen se hizo dueña del paisaje urbano y rural, de tal modo que era imposible que pasase desapercibida a los ojos de quienes recorrían las calles o carreteras del país.
En Caracas hay murales y grafitis en honor al expresidente venezolano que se van desvaneciendo.
Los detractores del chavismo ven en esas imágenes, cada vez menos perceptibles, el fin de una etapa que dura 20 años: la era del Gobierno socialista, ahora liderado por Maduro, cuyas fotografías proliferan en detrimento del otrora todopoderoso Chávez.
Sin embargo, incluso los que quieren interpretar las pinturas deterioradas como el final del mandato de la izquierda venezolana respetan la figura del fundador del chavismo, mientras que las de Maduro son, a menudo, profanadas con pintadas o frases de desprecio.
Las imágenes de Chávez en las calles de Venezuela han dado paso a las de Maduro, pero si hay algo que defensores y detractores del chavismo tienen claro es que el actual presidente nunca podrá hacer sombra al que fue el artífice de aciertos o errores que sus herederos buscan emular. Aun sin pretender comparar a uno con otro, es frecuente escuchar en tertulias o conversaciones populares que «Chávez es irrepetible», para lo bueno y lo malo.
Y es, precisamente eso, lo que hace del líder fallecido una figura imborrable, por más que se difumine en las pinturas o por mucho que sus sucesores pretendan pasar página y dar paso a nuevos iconos.
Chávez es una figura histórica por méritos o deméritos propios, reconocido como tal por amigos y enemigos. Y como todo héroe o villano conocido más allá de sus fronteras y años después de su fallecimiento, el fundador del chavismo es «eterno», definido así por los que lo siguen recordando como si fuera un dios.
Estrella Digital