viernes, noviembre 22, 2024
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El duro relato del transportador de los muertos por covid-19 en Bogotá

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Ojalá no tenga que transportar más gente con covid-19. Pienso en todo, en mi familia y en la de quien se murió. Es una situación tremenda y no se trata de cargar muertos para ganar plata.

Transporto cadáveres desde hace 40 años y en mi coche fúnebre he trasladado a muchas personas a quienes las esperan en una sala de velación para despedirlas, pero esta enfermedad lo cambió todo, incluso, la manera como decimos adiós. Es más que impactante.

Mi rutina en la cuarentena poco varió. Despierto temprano para recibir las órdenes del servicio funerario que debo atender y con un acompañante me dirijo al hospital donde nos indicó la familia.

Ahora, visto tres trajes blancos enterizos y antifluídos encima de la ropa e igual número de tapabocas y guantes. Llego al área designada por el hospital para recoger el cuerpo de la víctima del coronavirus, bajamos un cofre sin ventana ni manijas. Debe ser lo más sencillo posible.

El cuerpo está embalado, totalmente cubierto con plástico y cintas de color blanco, luego lo introducimos en una bolsa gruesa negra y lo sellamos para pasarlo al cofre.

De inmediato, el área del hospital donde nos entregan el cuerpo pasa a proceso de desinfección y con mi acompañante nos quitamos el primer traje blanco, tapabocas y guantes para meterlos en bolsas rojas.

El traslado del cuerpo, por las calles vacías de Bogotá, es rápido. Las víctimas del coronavirus se saltan el proceso de laboratorio, velación e iglesia y pasan directamente al cementerio.

El rito es distinto para estos muertos. No hay quién los llore en su cofre, pues ningún allegado puede acompañar este proceso y, prácticamente, la familia deja de ver a su ser querido desde cuando ingresa a aislamiento en centro médico.

El cementerio asignado para las cremaciones de las víctimas del covid-19 es el Parque Serafines, al sur de Bogotá, frente al relleno sanitario Doña Juana. Allí llego en tan solo 20 minutos. Todo el protocolo está en rigor por la Secretaría de Salud y la Unidad Administrativa Especial de Servicios Públicos (Uaesp).

No debo bajarme del carro al llegar, solo esperar el turno para dirigirme hasta el lugar que me indiquen para dejar el cofre. Tras la orden, me dispongo a bajarlo e inmediatamente me quito el segundo traje, que -con su tapabocas y guantes- va a parar a otra bolsa roja.

El último uniforme es para pasar por una máquina instalada en el cementerio que sirve para desinfectar, también abren el coche fúnebre para esterilizarlo.

El cuerpo pasa, directamente, al horno crematorio, donde se hace cenizas en unas  horas.

Ahí acaba el proceso. Días después, al menos tres o cuatro, por protocolo la propia familia debe acercarse al lugar donde el cementerio les indique la entrega de las cenizas. Yo, en ese momento, no vuelvo a saber de ese cuerpo, pero sí me queda rondando en la mente cómo hasta mi trabajo cambió y, por más duro que sea, debo asumir que la vida sigue.

Con este mal todo es diferente. Pese a que voy protegido y me han capacitado para atender esta circunstancia, no hallo la hora de que todo vuelva a la normalidad; es la experiencia más difícil durante mis años en la profesión.

En mi núcleo familiar prefiero no tocar el tema, aunque bien saben a lo que me dedico, no es mi intención traumatizar a alguien ni indisponerlos hablando de lo que debo hacer. También calló porque suficientes traumas tienen con las muchas mentiras que corren en WhatsApp acerca del virus, para el cual la mejor defensa es quedarse en casa y no tomar la situación como un chiste.

Tampoco hablo de estos traslados con otras personas, no quiero que por transportar cadáveres del covid-19 la gente se asuste y me aleje, situación que puede ser molesta.

Al retornar a mi casa ya es de noche. He recibido varias desinfecciones, pero lo primero que hago es entrar al baño, ducharme y limpiarme con alcohol, visto mi pijama y duermo.

Espero que pase la pandemia. Me duele pensar en la gente que vive de ganarse a diario 15.000 pesos y en quienes ya los ahorros escasean, se podrían morir no del covid-19 sino de hambre y para evitarlo un hombre puede hacer lo que sea.

 

Estrella Digital

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