Suecia recomendó el viernes por primera vez el uso de mascarilla en los transportes públicos durante las horas pico, en un pequeño giro de su controvertida estrategia para contener la propagación del coronavirus.
El país escandinavo, que atraviesa una segunda ola epidemiológica del COVID-19, adoptará también nuevas restricciones, entre ellas la prohibición de vender alcohol y la limitación al número de clientes en distintos establecimientos. En concreto, se limitará el aforo de los comercios y se reducirá a cuatro personas por mesa en los restaurantes, anunció el primer ministro, Stefan Lofven, en una rueda de prensa. Además, se prolongará hasta finales de enero el cierre de los institutos secundarios y terciarios.
“Si no se consigue el efecto planeado, el Gobierno cerrará esas actividades”, advirtió Löfven. Todos los empleados públicos no esenciales deberán trabajar desde sus casas hasta el 24 de enero, una recomendación que se extiende también a las empresas privadas.
Lofven descartó sin embargo la idea de un confinamiento, que describiró como una “carga demasiado pesada” para la población en el largo plazo.
”La pandemia es una cuestión de vida o muerte: tú te puedes contagiar, la persona con la que te encuentras puede enfermar”, dijo en la misma comparecencia la viceprimera ministra, Isabella Lövin.
Las autoridades sanitarias suecas se habían destacado hasta ahora por su escepticismo hacia las mascarillas, que solo recomendaban en el marco de los hospitales o en residencias de ancianos, una postura que siempre ha justificado por sus posibles efectos negativos hacia el mantenimiento de la distancia social. No obstante, hace meses que se abrió a la opción de aconsejar su utilización en el futuro si la situación cambiaba y ameritaba cambiar la postura.
”La mascarilla puede, en opinión de las autoridades y de la Organización Mundial de la Salud (OMS), ser una opción en ambientes donde no se pueden evitar las aglomeraciones. Pero nunca debe verse como un sustituto de o una alternativa a guardar la distancia”, dijo al respecto el director de la Agencia de Salud Pública (FHM), Johan Carlson.
Suecia se destacó desde el inicio de la pandemia por una estrategia más laxa respecto al coronavirus, con contadas limitaciones sanitarias y muchas recomendaciones apelando a la responsabilidad individual. Se cerraron los institutos y universidades pero no las escuelas, restaurantes, bares o comercios.
Sin embargo, el hecho de que Suecia fuera el más castigado entre los países nórdicos, con una tasa de mortalidad cinco veces superior a la de Dinamarca y diez a las de Noruega y Finlandia, provocó críticas a la estrategia y acusaciones de que el objetivo real era lograr la inmunidad de rebaño, aunque la FHM siempre ha asegurado en público que esa sería un efecto, no un objetivo en sí.
La segunda ola ha visto un aumento de los contagios y, dada la creciente presión sobre el sistema sanitario, el Gobierno ha adoptado en el último mes y medio un papel más activo e ha impulsado muchas más restricciones.
“Debemos tomar medidas de acuerdo con la situación existente. Desde el principio hemos tomado decisiones teniendo en cuenta la situación. Ahora estimamos que esta es tan grave que debemos tomar estas decisiones”, se defendió hoy Löfven, consultado por si las nuevas restricciones no certificaban el “fracaso” del enfoque más laxo sueco.
Suecia anunció este viernes 100 decesos, y suma al viernes un total de 7.993, en un país de 10,3 millones de habitantes. La cantidad de contagios, en tanto, asciende a 367.000.
Suecia tiene una tasa de mortalidad por COVID-19 de 77,51 por 100.000 habitantes, muy superior a la del resto de países nórdicos, aunque por debajo de las de Italia, Reino Unido, España o Francia, según el recuento de la universidad estadounidense John Hopskins.
L.N.